Por Armando Carías
Si usted piensa disfrazar este año (¡otra vez!), a su hijo de El Zorro y a su linda niña de Princesa Jasmín le aconsejo, en primer término, que se actualice en materia de héroes y heroínas y, en segundo lugar, que se ponga las pilas para que no vaya a gastar su bono de carnaval en un traje que bien podría hacer en su casa, con un poco de creatividad y sin sacrificar esos churupitos extra que de seguro le servirán para comprarse un cartón de huevos.
Ponga atención que le voy a contar cómo hacemos en Comunicalle para elaborarnos los vestuarios que utilizamos en nuestras acciones comunicacionales, que es el nombre que le damos a las representaciones que desarrollamos en esquinas, plazas, parques, semáforos y otros espacios de la ciudad.
La primera indicación que debo hacerle es que se olvide, al menos por un momento, de los personajes que la televisión y el cine le han instalado en su disco duro como referentes de la infancia de sus hijos.
Si… yo sé que su hija adora a Minniie y que su hijo sueña con ser El Hombre Araña, pero esos muñequitos existen en el imaginario de sus chamos porque usted nos les ofreció otras alternativas, y de eso precisamente trata este artículo, de mostrarle otra manera de hacer las cosas, en este caso, de disfrutar del carnaval con apego a nuestros personajes tradicionales y sin amanecer pelando el miércoles de ceniza.
A modo de sugerencia le asomo los siguientes personajes del cancionero infantil venezolano, de la literatura y del amplio universo de la cultura popular: La Pulga y El Piojo, La Cucarachita Martínez, Miguel Vicente Pata Caliente, Los Diablos Danzantes, las Madamas, La Vaca Mariposa, Tío Tigre y Tío Conejo, Manzanita, El Caballo que era bien bonito, El Cocuyo y la Mora, Wanadi, Conejín, Pedro Rimales y tantos como quiera y pueda usted agregar a esta lista con los nombres de tantos seres maravillosos nacidos del ingenio del pueblo y del talento de nuestros artistas.
Escoja uno y juegue a inventar cómo carrizo va a hacer para transformar esa bata vieja que ya no usa y ese pantalón que no le queda, en el disfraz que dejará loco a su chamo cuando se vea ante el espejo y exclame con legítima admiración: “¿y ésto lo hiciste tú?”.
Claro que siempre será más fácil ir al centro comercial y ceder a la seducción del monstruito de moda o el viajero interestelar que nos promete ir “al infinito y más allá”, a cambio de nuestra comodidad.
Usted escoja.