En estos días de Carnaval, los enemigos de la paz y del diálogo mostraron sus rostros mal cubiertos con máscaras que ya no engañan a nadie.
Depredadores corporativos con disfraz de políticos
En la estructura del capitalismo hegemónico cada vez hay menos políticos de carrera y más empresarios o ejecutivos de corporaciones con disfraces de políticos.
El más prominente de ellos es, desde luego, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Pero quizá más peligroso aún que el ocupante de la Casa Blanca sea el actual secretario de Estado, Rex Tillerson, un accionista de primer nivel de la ExxonMobil, ahora convertido en el jefe de la diplomacia imperial.
Tillerson utiliza su cargo para obtener beneficios para su empresa y para pasarles factura a quienes hayan osado afectar sus intereses. En esta lista aparece primero que nada la Venezuela bolivariana, que reformó la Ley de Hidrocarburos en 2006 y obligó a las grandes compañías petroleras a establecer empresas mixtas en las que el Estado venezolano debe tener la mayoría accionaria. ExxonMobil , dirigida por Tillerson, se enfadó muchísimo e intentó imponerse mediante una demanda leonina. Fue tan desproporcionada su pretensión que hasta la siempre pro-empresarial Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI) terminó sentenciando a favor de Venezuela. El resentimiento es de tal magnitud que Tillerson está dedicado con todo fervor a derrocar a Nicolás Maduro. Lo hace, claro, disfrazado de político defensor de la democracia.
Rubios con máscara de latinos
Entre los políticos de profesión también hay muchos enmascarados. Abundan los lobos con piel de cordero y también los que tienen sangre latinoamericana, pero respaldan el supremacismo blanco en sus peores modalidades.
Emblema de este grupo es el senador Marco Rubio, quien llega al abusivo extremo histriónico de ponerse una máscara del libertador Simón Bolívar, nada menos que para proponer y justificar un magnicidio y la intervención de Estados Unidos en Venezuela.
Amigote de varios importantes opositores venezolanos, este lamentable personaje lanza proclamas sobre la democracia al tiempo que instiga a un golpe de Estado y al asesinato del presidente de un país soberano. También suele hablar sobre los supuestos vínculos del gobierno venezolano con el narcotráfico, a pesar de que su propia familia está implicada en oscuros casos de drogas, mientras él mantiene relaciones muy cercanas con el impresentable expresidente colombiano Álvaro Uribe, cuyos vínculos con el grandes capos de la industria de los estupefacientes son inocultables.
Plutócratas que fingen ser demócratas
Los disfraces abundan en toda la extensión del llamado Grupo de Lima. Los presidentes Juan Manuel Santos (Colombia), Pedro Pablo Kuczynski (Perú) y Mauricio Macri (Argentina) se rasgan sus vestiduras de demócratas, diciendo que actúan en nombre del pueblo de Venezuela, pero la verdad es que no representan ni siquiera a los pueblos de sus propios países. Son plutócratas y, como tales, solo defienden los intereses de su clase social.
Sus ataques contra la Revolución Bolivariana son, más que nada, intentos de curarse en salud. Saben que en sus respectivas naciones existen movimientos populares muy poderosos que, más temprano que tarde, habrán de ponerlos en el sitio que les corresponde: el mismo que ha tenido la derecha venezolana por casi dos décadas.
Como bien lo ilustró uno de ellos, el señor Kuczinski, todos son ejemplos de una Latinoamérica que se siente feliz con ser un perro durmiendo en la alfombra del amo imperial.
Traidores que cambian de disfraz
Deberían estar en la cabeza de la lista, pero son segundones hasta en algo así. Se trata de los opositores venezolanos (bueno, técnicamente nacieron acá), quienes siguen a pie juntillas las instrucciones de los depredadores corporativos, de los rubios disfrazados de latinos y de los plutócratas que se dicen demócratas.
Su rol alcanza, sin embargo, el primer lugar en la categoría de la traición, porque actúan en contra de su propio país. Por cierto, si fuesen ciudadanos de alguna de las naciones de los otros enemigos (EEUU, Colombia, Perú, Argentina) y actuaran de un modo tan antipatriótico, ya muchos de ellos estarían, por la medida chiquita, en la cárcel.
Los enemigos internos muestran gran talento para cambiar de disfraz con la agilidad de un mago: en la mañana se visten de demócratas dispuestos al diálogo y en la tarde de doncellas indignadas con una propuesta indecente. Todo depende de la llamada que reciban.
@clodoher