“La vida no dura mucho. Nadie se salva de la muerte y por eso no tiene sentido acumular riquezas”, expresaba Evio Di Marzo a menudo en las conversaciones con los amigos y hasta en alguna entrevista. Inevitable –como la muerte misma– es pensar en las vías absurdas que ella toma a veces para alcanzar a una persona. Sobre todo cuando, mediante una cachetada digital, un día te despiertas y te enteras de que un ladrón de carros acabó con la hermosa existencia de este cantautor venezolano.
Difícil imaginar algo más estúpido: un hombre que había renunciado tranquilamente a muchos bienes materiales muere en medio de un atraco. Habría que tener la serena formación que él tenía –en lo académico y en lo religioso– para asimilar semejante despropósito.
Cuando ocurren estas tragedias afloran muchos lugares comunes. Uno de ellos es que con la persona fallecida se va un pedazo de nosotros. Pues bien, en el caso de Evio Di Marzo, la frase hecha tiene su fundamento, en particular para quienes vivieron los años 80 y los tempranos 90, una época en la que las dificultades económicas del país tuvieron el paradójico efecto de abrir espacio a un volcán de talento musical venezolano, antes ignorado. Los nombres de Evio y de su hermano Yordano Di Marzo, Ilan Chéster, Colina, Franco de Vita, Luzmarina, Elisa Rego y Sergio Pérez aparecieron en el firmamento artístico nacional. La abrupta partida de Evio trae consigo un cargamento de nostalgias, especialmente para quienes en esos años estaban experimentando también sus primeros amores y cultivando muchos sueños.
Al momento del llamado boom de los 80, Evio estaba apenas rondando los treinta años, pues había nacido en 1954 en la parroquia Candelaria de Caracas. A pesar de su juventud, llevaba ya consigo una larga experiencia, pues había comenzado desde muy niño a tocar cuatro, guitarra, piano y batería, y a forjarse una iconoclasta cultura musical que abarcaba desde los clásicos hasta el rock, el blues, el folk, el jazz, el joropo, el vals y la gaita zuliana.
Los pasos previos a su salto a la fama los dio al lado de Yordano, en agrupaciones como Ford Rojo del 54 y Sietecueros. Pero en el momento de aquella súbita consagración, su vida musical iba de la mano con Adrenalina Caribe, una agrupación que en pocos años se hizo leyenda, de la que formaron parte figuras del relieve de Carlos Pucci, Orlando Poleo, Alfredo Villamizar, Jesús Manzanares, Roldán Peña, Alberto Borregales, Néstor Pérez y Eleazar Yánez.
El menor de los hermanos Di Marzo se distinguió desde un principio porque sus letras tenían un sentido social más punzante. Ejemplo de ello es la icónica pieza Selva del tiempo, en la que dibuja el largo período originario que se vivió en Nuestra América antes de la conquista española. “Es una clase de historia, condensadita, muy animada”, dijo Evio en una entrevista con el programa Notables de Colombeia TV.
En ese tiempo, el cantautor estaba concluyendo sus estudios de Antropología en la Universidad Central de Venezuela y sentía la profunda urgencia de contar, a través de su expresión artística, esa parte de la historia continental que ha quedado sepultada por las visiones eurocentristas. Estos empeños no eran compartidos por los ejecutivos de las casas disqueras, quienes lo que querían eran canciones de corte romántico, destinadas al gran público. Eso no era ningún problema para Evio porque también se desempeñaba muy bien en tales terrenos. Era enamoradizo, apasionado y, según sus propias palabras, “tremendón”. Le encantaba escapar de la ciudad e ir a parar a La Sabana, en Vargas o a algún lugar de Barlovento. En esas andanzas estaba cuando compuso otra de sus canciones clásicas De dónde viene tu nombre, dedicada a una chica por la que se estaba babeando. “Se llamaba Xiomara… debe andar por ahí”, decía cuando narraba la génesis de este tema.
Al parecer, nunca dejó de ser enamoradizo y apasionado (ni tremendón) porque tuvo cuatro matrimonios y diez hijos con los que perfectamente pudo haber formado una orquesta porque casi todos heredaron sus cualidades musicales.
Testimonios ofrecidos por los hijos (no ahora, que falleció, sino antes) indican que siempre supo manejarse con su pequeña tropa de descendientes. “Me gusta estar con ellos, enseñarles cosas”, decía.
Varios de los chicos lo acompañaron igualmente en otra de sus pasiones: los restaurantes, en particular las pizzerías, y al menos uno, Rodrigo, se sumó también al Islam, la religión que Evio adoptó durante el último cuarto de siglo.
Su conversión en musulmán terminó por alejarlo de los caminos de la industria musical, en especial desde que las grandes fuerzas hegemónicas del mundo decidieron que el islamismo sería sinónimo de terrorismo, maltrato a la mujer y otras malevolencias.
De la misma manera lo afectó su militancia revolucionaria, nunca oculto afecto por el comandante Hugo Chávez y su determinación a luchar siempre por la gran utopía de una sociedad justa e igualitaria.
Tras el fallecimiento del gran líder bolivariano, Di Marzo mantuvo en alto sus ideas y fue bastante crítico del accionar de algunos funcionarios que, a su juicio, se han dejado contaminar por la arrogancia del poder.
Luego de haber sido estrella musical, dueño de restaurantes, profesor universitario y hasta promotor de una ciudad ecoturística en Boca de Uchire (que no logró cuajar), se las arreglaba como taxista, para asombro de muchos pasajeros. El vehículo que intentaron robarle era el que utilizaba habitualmente para ese oficio. Allí lo encontró esa de la que nadie escapa. Y ahora en las tardes, si usted se fija bien, lo verá –como los indios de su clase musical de historia de América– reflejado en el cielo del tiempo.
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Secretos de la vida
Un amigo, que también tiene varios matrimonios y varios hijos, iba con dos de los chicos por la autopista de Prados del Este cuando vio a Evio en el carro de al lado, un Volskwagen con letrerito de taxi. Como se conocían, le hizo señas para que se detuvieran. Ambos estacionaron en un rayado de seguridad. Mi amigo los presentó y le pidió a Evio que les enseñara algo a sus hijos.
Él les contó que un discípulo se cruzó con un maestro y le preguntó cuál es el secreto de la vida. “Para redondear, el discípulo le preguntó tres veces lo mismo, en distintas oportunidades. Y la última vez, el maestro le respondió con la misma frase, pero tres veces: ‘El secreto de la vida es no te molestes, no te molestes, no te molestes’”. Mi amigo recuerda que Evio sonrió, y luego cada uno siguió su camino.
Filósofo andante (y cantante), Evio Di Marzo también ofreció, a quien se tomara la molestia de preguntarle, los secretos de su creación musical: “Música es palabra, tono, sentimiento. Es un dolor que se vuelve alivio. Algo que se siente cuando se interpreta”, reveló.
Y sobre el misterio de las musas, esas criaturas que otrora inspiraban a los dioses y luego han seguido inspirando a los poetas mortales, una vez dijo: “Mi primera musa fue mi mamá. Eran letras de puro amor. Luego mis musas fueron… bueno ¡las mujeres!”.