Armando Carías
Yo era un punto de venta feliz.
Yo estaba cómodo trabajando en la panadería, tranquilo, sin sobresaltos; sumando canillas y panes dulces, registrando kilos de queso y gramos de mortadela y de jamón.
Mi rutina era sencilla y predecible: “¿ahorro o corriente?”, solía preguntar la cajera, “¿cédula?”, proseguía, para luego ponerme al alcance de la mano del comprador y solicitarle la clave de su tarjeta.
¿Qué más podría pedirle a la vida un humilde punto de venta como yo?
Mi tragedia comenzó el día que Joao decidió ofrecerle mis servicios al vendedor de frutas y verduras que monta su tarantín en la calle. El día que me alquiló como si yo fuera un vulgar coroto.
A partir de ese momento todo cambió.
De sumar cachitos y cafés con leche, de pronto me vi sacando cuentas de kilos de yuca, tomates y ocumo chino. De deleitarme con exquisitas tortas rellenas de fresa que pasaban ante el escrutinio de mi pantalla, pasé a ser testigo del regatéo de doñitas que empujan su carrito por el caluroso pasillo de asfalto.
¡Cómo extraño el aire acondicionado de “La Milhoja Sonriente”!
Lo peor es el tierrero de las papas y la impudicia de esas auyamas que posan desnudas sobre el mostrador mientras esperan su turno los compradores.
¡Y qué decir del olor de las cebollas y la desagradable presencia de esos cambures, que sin glamour alguno se apilonan ante mi presencia mientras esperan ser pesados!
Por cierto, hablando del peso, y no es que Joao sea el mejor ejemplo de honradez en el manejo de la balanza, pero hay que ver la tracalería del tipo de las verduras, que en mi presencia la gradúa a su conveniencia para que los gramos y los kilos siempre jueguen a su favor.
Otra cosa que quiero denunciar, ahora que me han dado la palabra, es la viveza con el dichoso papelito que me toca darle al cliente como comprobante de su compra, pues con la excusa de que “ahora los puntos no dan papel”, el tipo que me maneja se las arregla para agregarle ceros a la cuenta de los más confiados, quienes al recibir el mensaje en su celular hacen ¡Plop!, al estilo Condorito, cuando se enteran que el precio del kilo de tomate que acaban de comprar, se multiplicó en fracciones de segundos.
También, aprovechando el espacio que me da 4F, quiero pedirle a Joao que que deje el abuso de estarle cobrando el treinta por ciento de la venta al tipo de las verduras y las frutas.
En nombre de los puntos de venta que nos ganamos la vida trabajando honradamente, cobrándole lo justo al pueblo y combatiendo la especulación y la guerra económica; también solicito que cese la campaña de desprestigio desatada contra nosotros.
Nosotros no somos culpables de que algunos de quienes nos manejan sean unos abusadores.
Y a Joao, por favor, ¡que me regrese a la panadería!