Lorena Almarza
Lo recordaré por muchas cosas. Deja obra en el cine, en la literatura y fundamentalmente un entramado de afectos profundos. Queda en mí, la duda del lugar preciso donde guardar el duelo, y también la incertidumbre del lugar al que irán a vivir todas las ideas, proyectos y sueños en los que “Mundo” andaba metido antes de su partida. Solo puedo decir que fue un hacedor incansable, un soñador a ojos abiertos y cerrados, que siempre tenía una idea palpitante, en construcción o en desarrollo. En sus 83 años, por cierto bien vividos, nunca idea a medias o abandonada.
A Edmundo Aray lo conocí cuando me iniciaba a trabajar formalmente en la Cinemateca Nacional por allá en 1997, y por fortuna me tocó colaborar en la pre-selección de ese año y el siguiente, de estudiantes venezolanos interesados en cursar estudios en la “Escuela Internacional de Cine y Televisión” de San Antonio de los Baños, en nuestra hermana Cuba. La convocatoria estaba a cargo de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, Capítulo Mérida. Desde entonces lazos profundos. Claro que hubo cosas en las que no coincidimos, pero eso fue nada ante su integridad intelectual, pues su accionar estuvo entregado a una causa superior: la patria como territorio de identidades, expresiones, imaginarios y luchas compartidas; y la cultura como piel, espacio de encuentro y construcción de una sociedad justa e igualitaria.
Sardio y El Techo de la Ballena
Al igual que yo, Edmundo nació en Maracay, creció en Barquisimeto y luego se vino a Caracas. Desde joven anduvo en la escritura y en 1954, se unió a “Sardio”, agrupación cultural donde coincidieron jóvenes escritores y artistas venezolanos, para quienes era necesario contar con “el pueblo luminoso y creador, sensible al imperio de las ideas y de la verdad”, pues la cultura no podía seguir siendo de élites. Allí compartió con Salvador Garmendia, Juan Calzadilla, Adriano González León, Guillermo Sucre, Ramón Palomares, Elizabeth Schön, Manuel Quintana Castillo, Perán Erminy, Mateo Manaure, Guillermo Sucre, Elisa Lerner y Rodolfo Izaguirre, entre otros.
Tras la ruptura de Sardio, junto a Calzadilla, Adriano González León, Salvador Garmendia, Francisco Pérez Perdomo, Efraín Hurtado y Caupolicán Ovalles, creó El Techo de la Ballena, una “congregación poética-literaria y plástica de comunistas en guerrilla urbana”, a través de la cual, criticaron y ridiculizaron “la cultura oficial”. Hace unos días, Calzadilla afirmó que sin Edmundo, no “hubiera aparecido en escena El Techo de la Ballena” y lo reconoce como “su principal fundador, gestor, animador, financista de sus actividades y eventos y como el editor de todos los libros y revistas que lanzó el grupo (…)”.
Edmundo y el cine
Fue el cerebro de la creación del Departamento de Cine de La Universidad de los Andes. Colabora con Carlos Rebolledo en la organización de la “Primera Muestra del Cine Documental Latinoamericano”, y lo acompaña como guionista en Pozo Muerto. Desde entonces una larga historia de lucha y debate por la ética y estética de un cine propio para, en y desde América Latina. Fue guionista de Venezuela Tres Tiempos y dirigió Simón Bolívar, Ese Soy yo; Este Niño Don Simón, Un Bolívar Sabanero, Por aquí pasó Compadre, entre otros. El año pasado estrenó El Arte de la Fuga, obra testimonial sobre la fuga de presos políticos revolucionarios del Cuartel San Carlos en 1975.
Abrazo fraterno
Bajo el arco de Bienvenida de Filven 2018, en una calle aledaña a la Plaza Bolívar nos unimos en abrazo fraterno. Un mes antes habíamos conversado sobre la vigencia de la producción documental. “El documentalismo es un oficio de vida”, me dijo. A lo que añadió, “(…) la producción documental, es fundamental para la sociedad (…) desde la indagación de la realidad, desde su mirada crítica, el cineasta, nos permiten apreciar y contrastar elementos de análisis que a veces no consideramos”. En su opinión, el documentalismo, “es un ejercicio permanente de ciudadanía”.
Para Edmundo, bolivariano y martiano, hacer siempre fue la mejor manera de decir.