Eduardo Cornejo De Acosta
Bolivia es el país sudamericano con mayor desarrollo económico en los últimos años. Pero lo más importante, y pese a los catequistas del neoliberalismo, tuvo desarrollo y crecimiento con equidad, con justicia social.
La misma BBC ha reconocido que “en 2006, cuando Evo Morales decretó la nacionalización de los hidrocarburos, se inició una nueva etapa en la economía boliviana. Esta nueva fase incluyó en algunos casos el paso de empresas privadas a manos del Estado y, en otros, la renegociación de contratos con empresas extranjeras que continuaron operando en el país”.
Con dignidad y firmeza, Evo suscribió nuevos contratos con la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) y, entre otras cosas, se acordó el pago de tributos justos para el estado altiplánico.
La nacionalización y el Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH) fueron algunos de los principales elementos que explican el alto crecimiento económico.
Eso se acompañó con importantes inversiones públicas y un modelo de desarrollo productivo, basado en la demanda interna.
Nicolás Pontara, representante del Banco Mundial, dijo que la extrema pobreza cayó del 37% en 2002 al 17% en 2014.
Los resultados económicos y sociales refuerzan el liderazgo del mandatario indígena, produciendo estabilidad social y política.
Evidentemente, el camino de Evo Morales como mandatario no ha sido un lecho de rosas.
Desde su llegada a la silla presidencial, Estados Unidos mantiene una línea permanente de hostilidad.
Empezó acusando al líder indígena de narcotraficante, sin pruebas claro está.
El 2008, cuando George W Bush administraba la Casa Blanca, suspendió de forma indefinida a Bolivia de la Ley de Preferencias Arancelarias Andinas y Erradicación de la Droga (ATPDEA por su sigla en inglés).
Lo hizo porque, según Washington, Morales no colaboraba adecuadamente en la lucha antidrogas. El mandatario altiplánico demostró que las hectáreas de coca se habían reducido en sus dos años de gestión. Naciones Unidas confirmó lo dicho por Morales.
En agosto de ese año se realiza un referéndum para reafirmar la permanencia de Evo en el poder.
Como estaba previsto, ganó con un incuestionable 67.43 por ciento de los votos.
Pero no habría tregua. En la región conocida como la Media Luna, integrada por los departamentos de Tarija, Santa Cruz, Beni y parte de Chuquisaca, se desató días después un “paro cívico”.
En realidad era el inicio de una guerra civil, de un intento separatista, en el que estuvo involucrado el embajador de Estados Unidos, Phillip Goldberg. La violencia escaló a niveles nunca vistos. El 11 de setiembre del 2008 se produjo la “Masacre de Porvenir”, donde 30 personas afectas a Evo Morales fueron asesinadas en el departamento del Pando. La crueldad nos refiere al asesinato de chavistas durante las guarimbas del 2017. Ante las evidencias de su participación en los hechos, Goldberg fue expulsado.
No obstante, Washington siguió financiando intentos de sabotaje usando instituciones de fachada.
Una de ellas, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), fue expulsada de Bolivia el 2013.
Un año después, la Casa Blanca difundió que el país altiplánico formaba parte de una “lista negra” de 22 países que producían y traficaban drogas, entre ellos estaban, Venezuela, Haití, Nicaragua.
El año 2015, en octubre, se hacen públicos unos documentos colgados en Wikileaks donde se revelan intentos de magnicidio contra Evo Morales.,
En todos estos años, Bolivia ha sido una importante propulsora del multilateralismo, un cuestionador firme de las políticas imperiales de Estados Unidos y un aliado vital de Venezuela, de los países miembros del ALBA.
Ha sabido mantener buenas relaciones con la mayoría de sus vecinos, excepto Chile, con quienes tienen un diferendo histórico por su salida al mar.
Este 2019, el 20 de octubre, son las elecciones presidenciales en Bolivia. Morales inició su campaña a la reelección presidencial en mayo. Recordó los importantes logros económicos y sociales de su gobierno. Prometió consolidar la industrialización del país a partir del litio y la electricidad.
«Vamos a tener más de 40 plantas de litio, esa será la verdadera industrialización», enfatizó.
Hizo referencia a su producción energética. «Nos sobra energía y la vamos a compartir con Argentina, con Brasil», añadió, recordando que ambos países son los principales compradores de gas boliviano.
De mayo para aquí, Morales se puso a trabajar en sus promesas. Los primeros días de julio visitó Moscú. Anunció que junto a Rusia instalarían un reactor nuclear con fines pacíficos a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar, y que con tecnología de punta rusa explotarían e industrializarían el litio, que el país altiplánico posee en grandes cantidades.
Las fuerzas armadas bolivianas han sido repotenciadas por equipamiento militar ruso. De hecho, es muy posible que Bolivia sea incorporada a la Unión Económica Euroasiática, un mercado pujante al que Evo Morales le interesa incorporarse, pero que además tiene un Tratado de Seguridad Colectiva, que significaría una especie de seguro militar para el país centro sudamericano.
Es probable que ante un casi seguro triunfo electoral de Morales, pronto veamos otra avalancha de fake news en su contra. Acusaciones de corrupción sin pruebas, la aparición de un hijo desconocido, que después se supo que no era tal. Veremos las acusaciones de fraude, sin pruebas también.
No nos sorprenda que un personaje, tipo Elliott Abrams por ejemplo, acuse a Bolivia de pretender instalar una base militar nuclear rusa en el continente. Cuidado con que Sebastián Piñera, tan afecto a Washington, intente montar un caso de falsa bandera.
Ojalá a los retrógrados que en este momento gobiernan Brasil, no se les ocurra alguna aventura contra Bolivia.
Esperemos. Las próximas semanas que nos llevan al 20 de octubre serán difíciles.
Los supremacistas de Washington no toleran que un proyecto como el boliviano, liderado por un indígena que no se somete a sus designios, prospere.