Alí Ramón Rojas Olaya
Un oso hormiguero amazónico huye del incendio voraz que destruye su hábitat. Se arrastra como puede. Olfatea a lo lejos una carretera. Hasta ésta llega haciendo un esfuerzo tratando de buscar una salvación que haga menos penoso tanto dolor. Al sentir la presencia de un fotógrafo que corre cámara en mano para fotografiarle, el Tamanduá-mirim, como le llaman en Brasil, ciego y con terribles quemaduras en su cuerpo, se detiene y en su estado de fragilidad se levanta y abre sus patas delanteras clamando ayuda. Esta víctima del ecocidio amazónico aún lucha por preservar su vida. La fotografía muestra a un animal herido que desea abrazar a la humanidad para preguntarle ¿Por qué?
¿Qué es un ecocidio?
Cuando se habla de ecocidio se hace referencia a cualquier daño masivo o destrucción ambiental de un territorio determinado. El ecocidio puede ser irreversible cuando un ecosistema sufre un daño más allá de su capacidad de regenerarse. Los ecocidios son generalmente asociados con los daños causados por un agente vivo que directa o indirectamente puede infligir destrucción directamente matando suficientes especies en un ecosistema para interrumpir su estructura y función. Hay ecocidios causados por la contaminación masiva tal como el vertido de desechos de industrias o contaminación por pesticidas que destruyen la fauna y flora local.
El Estatuto de Roma
El Estatuto de Roma es el instrumento constitutivo de la Corte Penal Internacional. Fue adoptado en la ciudad de Roma, Italia, el 17 de julio de 1998, durante la «Conferencia Diplomática de plenipotenciarios de las Naciones Unidas sobre el establecimiento de una Corte Penal Internacional». Estados Unidos e Israel firmaron, pero no ratificaron el Tratado. De hecho, la firma por la parte gringa la realizó el presidente Bill Clinton solo un día antes de dejar el poder a George W. Bush. El Estatuto entró en vigor el 1 de julio del 2002.
Desde la década de los años setenta del siglo XX ha existido un apoyo creciente por parte de gobiernos, empresas y comunidades para reformar el Estatuto de Roma y convertir el ecocidio en el quinto crimen contra la paz como parte de un cuerpo emergente de leyes conocido como ‘jurisprudencia de la Tierra’. Las defensoras y defensores de convertir el ecocidio en un crimen internacional argumentan que se debe hacer para proteger los derechos humanos y el ambiente. Sin embargo, sus oponentes argumentan que hacerlo criminalizaría a la raza humana.
Los ecocidas gringos en Vietnam
Durante la invasión del ejército de los Estados Unidos en Vietnam, los gringos utilizaron miles de litros de agente naranja sobre los bosques y cultivos del pueblo vietnamita. Desde 1960 hasta 1971 los aviones C-123 de la fuerza aérea norteamericana, como parte de la llamada Operación Ranch Hand, lanzaron casi ochenta millones de litros de herbicidas sobre 2,5 millones de hectáreas de bosques y cultivos de Vietnam con la idea de defoliar los árboles donde pudiesen esconderse los vietnamitas, y para destruir las cosechas con las que el pueblo pudiera alimentarse.
El agente naranja, desarrollado por investigadores del Tecnológico de Massachusetts (MIT), contiene alto contenido de dioxina con el que ocasionaron daños irreparables a la flora y fauna a tal punto de perversidad que estas tierras no solo tardarán siglos en ser fértiles sino que generaciones de la postguerra padecen retardo mental y muchos niños nacieron con deformidades.
Ecocidio: arma imperialista
El capitalismo y el imperialismo tienen varias armas para saquear las riquezas de los pueblos. Todas son camufladas con nombres como democracia, paz y libertad. Para hacerse del cobre chileno, “bastaba hacer chillar la economía”. Para hacerse del litio boliviano, bastaba dar golpes de Estado. Para hacerse del oro, el carbón y el petróleo del norte de México, usaron la conquista del oeste. Para hacerse del canal de Panamá, crearon una guerra interna en Colombia hasta quitarle el istmo. ¡No más Hiroshima y Nagasaki! ¡No más Chernóbil! ¡No más Fukushima!
Desde el 5 de agosto de 2019 la Amazonia está en peligro. Mientras en la selva, los animales, las especies vegetales y los pueblos originarios, con increíble coraje luchan de forma incansable por su supervivencia, los que se creen de raza superior avanzan en la destrucción de sus hábitats incendiando la selva para expulsar a los pueblos originarios y entregar a las transnacionales del hambre el cultivo de soya. Es el proyecto del régimen de Bolsonaro amparado por Donald Trump y todo el modelo civilizatorio del Estado Liberal Burgués. Este incendio es otro crimen de lesa humanidad. El periodista Walter Martínez, en su cuenta de Twitter, escribió: “no me extrañará cuando sobre esas tierras quemadas del Amazonas brasileño nazcan bases militares y de logística para atacar a Venezuela. Y si son gringas, nacerá o se ampliará la producción de drogas. Los bancos lavadores de droga se meten el 70% de las narco-ganancias”. El 22 de agosto, el científico brasileño, Carlos Nobre, culpa al gobierno de Bolsonaro por haber fomentado y alentado la deforestación e incendios en la Amazonía con su política de expandir la frontera agrícola.
¿Qué hacer?
¿Qué hacer? El gobierno de Venezuela propuso el 23 de agosto, celebrar, con carácter de urgencia, una reunión extraordinaria entre los cancilleres de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) con la finalidad de reiterar la disposición de Venezuela en ayudar a los países afectados para mitigar la catástrofe de forma inmediata. El presidente boliviano Evo Morales Ayma creó un gabinete ambiental y contrató los servicios del avión gigante ruso Supertanker para minimizar el efecto devastador del incendio.
Pongamos en práctica los consejos que nos da Fidel Castro, cuando el 12 de junio de 1992 dijo en Río de Janeiro en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo: “Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre. (…). Todo lo que contribuya hoy al subdesarrollo y la pobreza constituye una violación flagrante de la ecología. Si se quiere salvar a la humanidad de esa autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra. No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre”.
Mientras presidentes socialistas como Nicolás Maduro Moros hace del Caura el Parque Nacional de bosques de mayor extensión en el mundo, otros neoliberales venden sus hábitats al mejor postor porque padecen “una sed insaciable de riqueza”. Venezuela fue, es y será siempre una amenaza extraordinaria e inusual para Estados Unidos porque en su 5to objetivo del Plan de la Patria le dice a la humanidad lo que hay que hacer: “Preservar la vida en el planeta y salvar la especie humana”.