La historia latinoamericana, la verdadera, no la que durante décadas ha sido manipulada por los poderes hegemónicos, nos recuerda que el expansionismo norteamericano, antes de la tan recordada y aún vigente Doctrina Monroe, o del llamado Destino Manifiesto, se evidenció en 1803 con la adquisición de Luisiana.
Años después, aunque todavía apelando a medios diplomáticos, firmaron el Tratado Adams-Onís de 1819, con España. Mediante el documento, España cedió la Península de la Florida a cambió de que se diera trato preferencial a algunos ciudadanos españoles que habían perdido fortunas y propiedades.
Pero la ambición norteamericana, que crecía desmesuradamente, seguía latente, luego que México logrará independizarse de España. Washington envió un representante, Joel Robert Poinsett, para buscar anexarse la entonces provincia de Tejas, después rebautizada por los estadounidenses como ”Texas”.
No salió como los expansionistas pensaron en un primer momento. Cambiaron de estrategia entonces, empezado 1823 promovieron la ocupación “pacífica” de colonos, agricultores, como hizo Israel con Palestina en el siglo 20.
Seis años después, el 25 de agosto, el gobierno estadounidense ofreció 5 millones de dólares para comprar Texas, pero tampoco hubo acuerdo.
Surgieron movimientos separatistas, auspiciados y financiados por Estados Unidos, que creaban conflictos sociales, descontento entre la población. Seguidamente estalló un conflicto militar interno, Estados Unidos hizo parte del mismo, finalizando en mayo de 1836 con una derrota militar mexicana
México peleó durante casi una década, hasta que en marzo de 1845 Texas fue tomada por el incipiente imperio. Se conoció como la anexión del Río Nueces.
La ambición se había desatado. El gobierno estadounidense propuso comprar los territorios de Alta California y Nuevo México.
México rechazó las ofertas creando nuevas tensiones. Hubo provocación de Washington y la respuesta fue digna. Dadas las condiciones para un nuevo zarpazo, Estados Unidos declaró la guerra el 13 de mayo de 1846.
Caso dos años después, en febrero del 1848, en que las tropas estadounidenses llegaron hasta la misma Ciudad de México, se firmó el “Tratado de Guadalupe Hidalgo”. México debió ceder los territorios que hoy constituyen los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma. El 15 de junio del mismo año, las tropas invasoras se retiraban de México, henchidas de arrogancia con el botín obtenido.
Aquella campaña militar, su planeamiento, la forma en que se efectuaron las provocaciones, como se crearon las condiciones de descontento social, serían un funesto precedente que luego sufrirían otros pueblos de nuestro hemisferio.
No era la primera vez que tropas estadounidenses violaban el suelo mexicano. En 1917, el gobierno estadounidense, que seguía de cerca la Revolución Mexicana y tenía personal apoyando a los conservadores, envió tropas tras el líder revolucionario Pancho Villa.
¿Por qué toda esa remembranza histórica? Porque desde hace unos meses diversos voceros norteamericanos deslizan la iniciativa de incluir a carteles mexicanos del narcotráfico como objetivos militares, como grupos terroristas.
Uno de los primeros en renovar la iniciativa fue William Barr, quien durante la administración Trump lideró la Fiscalía. Para reforzar su propuesta señaló que México va rumbo a ser un «narcoestado fallido».
Remarcó que había sido copado por grupos «terroristas», dedicados al tráfico de drogas. Según Barr, las autoridades mexicanas no solo carecen de la capacidad y la voluntad para combatirlos, sino que «los protegen».
«Si un Gobierno no quiere o no puede hacerlo [combatir a los cárteles], entonces el país perjudicado tiene derecho a tomar medidas directas para eliminar la amenaza, con o sin la aprobación del país anfitrión», expresó.
En enero, Dan Crenshaw, congresista de Texas; y Michael Waltz, representante por el sexto distrito de Florida; presentaron una iniciativa al Congreso para que se autorizara usar sus fuerzas armadas contra «los responsables» en México del tráfico de drogas, sin la autorización del país invadido.
Para sustentar su proyecto argumentaron la necesidad de intervención ante la «desestabilización» ocasionada por los cárteles en Norteamérica, también por los ataques contra elementos de las Fuerzas Armadas estadounidenses.
En esa línea, ya en marzo de este año, los senadores Lindsey Graham, representante de Carolina del Sur, y John Kennedy, de Luisiana, pidieron al Congreso que solicite a Washington declarar organizaciones terroristas a los cárteles mexicanos.
Si eso prosperara, la Casa Blanca podría activar mecanismos para que el Ejército los combata; inclusive ignorando la soberanía de México.
Las iniciativas legislativas ya están en curso. Pero, lo más preocupante, en mi opinión, es que quienes manejan la percepción social en Estados Unidos trabajan en esa dirección.
Barry McCaffrey, zar antidrogas en tiempos de Bill Clinton, también se suma a la corriente. En su opinión, «México es un desastre masivo…Allí operan más de 200 grupos delictivos».
Esos parlamentarios, diversos líderes de opinión, ya han sostenido, sin pruebas fehacientes, que las autoridades mexicanas han permitido el desempeño de grupos terroristas como ISIS o Al Qaeda.
Sabemos muy bien lo sensible que es el pueblo norteamericano cuando se trata de ambas organizaciones, aunque les oculten los nexos de esos grupos con la Casa Blanca.
En realidad, esto no es nuevo. Los sectores conservadores, supremacistas, hicieron de la estigmatización contra México un tema de campaña que sumó muchos adeptos. Con esa base, en 2019, Donald Trump sugirió la intervención de las Fuerzas Armadas de EE.UU. en México para ayudar al país a combatir a los cárteles de la droga.
Estando el tema latente, un grupo de norteamericanos fue secuestrado en la ciudad de Matamoros, al norte de México, hace dos semanas. Dos fueron asesinados. Los medios norteamericanos dieron una gran cobertura y el tema se México como estado fallido, como narcoestado, se intensificó.
Demás está decir que las pretensiones norteamericanas violentan el estado de derecho. Recordemos que las Naciones Unidas reconocen la igualdad entre países y prohíbe el uso de la fuerza. La Carta de la ONU, de la cual Washington es signatario, norma el respeto a la soberanía, integridad territorial e independencia de todas las naciones.
Pero, claro, Washington suele usar la Carta de las Naciones Unidas a su antojo. O, por lo menos, lo hizo durante muchos años de la llamada unipolaridad. En realidad, ellos se rigen por la “Doctrina Bush”, de 2001. Ella establece que Estados Unidos puede atacar militarmente otro país si tiene sospechas de posibles ataques en su contra, lo que se conoce como “guerra preventiva”.
Ante las declaraciones y condicionamiento de la opinión pública norteamericana, Manuel López Obrador señaló que «debemos estar rechazando todas esas pretensiones de intervencionismo. México es un país independiente».
En su opinión, «lo que quieren es sacar ventaja política electoral; por eso la prepotencia, la arrogancia».
«Esta es una campaña en contra de México de los políticos conservadores de EE.UU. que no quieren que se siga transformando el país para bien de los mexicanos. Y esos políticos conservadores dominan a los medios de comunicación», afirmó.
Ahora, no olvidemos que en Estados Unidos ya empezó el ciclo para los próximos comicios presidenciales. También precandidatos y aspirantes a cargos legislativos y locales empiezan a manifestarse.
La migración, las drogas, la delincuencia organizada, el terrorismo; son temas que siempre ocupan espacios relevantes en las contiendas.
No olvidemos que, desde tiempos de Trump, esas contiendas se hicieron más violentas. Los ataques contra migrantes se intensificaron. Recordemos como Trump, el 16 de junio del 2015, iniciando su campaña presidencial, calificó a los mexicanos como narcotraficantes y violadores.
“Cuando México envía a su gente, no envía lo mejor, no los envía a ustedes. Están enviando gente con montones de problemas. Están trayendo drogas, están trayendo crimen, son violadores…», afirmó.
Sin embargo, México es el segundo socio comercial de Estados Unidos, detrás de Canadá, según información publicada por el Departamento de Comercio estadounidense en febrero.
Un informe difundido por el Instituto de Política Migratoria (MPI), señala que los mexicanos siguen siendo el mayor grupo de población nacida en el exterior, los mexicanos comprenden casi el 25 % de los 45 millones de inmigrantes.
Eso sin mencionar a los nacidos en suelo estadounidense, pero que son hijos o nietos de mexicanos.
En las últimas elecciones los mexicanos han venido cobrando relevancia, sobre todo en dos estados claves: California y Texas.
Ante esta avalancha mediática contra México, proveniente de sectores conservadores y supremacistas, López Obrador dijo que iniciaría una campaña entre los mexicanos y otros migrantes latinoamericanos para boicotear a los supremacistas, para perjudicar sus campañas electorales.
¿Ello tendrá impacto? ¿Aplacará el discurso beligerante?
No creemos, ese discurso tiene un «público cautivo». El problema es que en algún momento se concreten las amenazas.
De hecho, el mandatario azteca dijo que ese discurso contra su país no era compartido por Joe Biden.
López Obrador, en muchas ocasiones se ha alineado con su par estadounidense. Por ejemplo, en una reunión entre mandatarios de Estados Unidos, Canadá y México, el 19 de noviembre del 2021, señaló que «la integración económica es el mejor instrumento para hacer frente a la competencia derivada del crecimiento de China».
En enero, cuando Lula da Silva retomó la iniciativa de crear una moneda única para los latinoamericanos, para enfrentar el yugo que representa el dólar, también salió en contra.
«Nosotros no estamos planteando el que se sustituya al dólar… Nosotros lo que estamos planteando es la unión de todos los países de América; el sueño de Bolívar, pero considerando a EE.UU. y a Canadá… Sería, con más fuerza, la región más importante del mundo», dijo.
Aunque, claro, después se cuidó de anotar, «debe de cambiar la política intervencionista. Ya no la Doctrina Monroe, ya no la decisión de intervenir y bloquear y querer tener un país predomino de toda América, respetar la autonomía y la autodeterminación de los pueblos».
El presidente mexicano ha sido de los más insistentes en que se levanten las sanciones contra Cuba, contra Venezuela. Siempre ha condenado la exclusión de países por razones ideológicas. Todos recordemos su postura digna, en mayo del año pasado, cuando se declinó invitar a Cuba y Venezuela de la Cumbre de las Américas efectuada en Estados Unidos. Ha sido de quienes más han reclamado respeto a nuestros pueblos originario, por parte de los supremacistas europeos, principalmente españoles.
Le ha tocado manejarse con equilibrio y tino en materia internacional.
Las amenazas de la extrema derecha norteamericana, por ahora, no parece que se fueran a materializar. Pero no se puede confiar. Los europeos pueden hablar sobre ello.
En el contexto actual, Estados Unidos intensifica la tensión con China y Rusia. Ve tambalear su sistema financiero. En teoría no debería abrirse más frentes. Pero con ellos nunca se sabe. Además, no es secreto que ellos resuelven, o intentan resolver sus problemas, con guerras externas.
Washington es una Espada de Damocles con la que México debe convivir por siempre.