A raíz de la muerte de Mario Vargas Llosa, acaecida el 13 de abril de 2025, recuerdo al escritor que propuso el poder de la literatura para contribuir al cambio social en sus primeras nueve novelas, no el que provino en individualista y neoliberal y que, en relación a la novela Historia de Mayta, Luis Ángel del Castillo Saldaña explica que “el narrador-investigador de la novela es un reflejo explícito y panfletario del cambio ideológico de Vargas Llosa, de su praxis novelística y su nueva concepción de la literatura, que serán una orientación acorde y en sintonía con su nueva postura liberal”. Vienen a mi mente tres aspectos poco conocidos del escritor peruano: era agente inmobiliario, padecía dequefobia y fue un frustrado jurado de cine.
En el año 1981, Vargas Llosa visitó a Jorge Luis Borges en su apartamento de tres ambientes en la calle Maipú. A los pocos días, el peruano publicó: “Vive en un departamento de dos dormitorios y una salita comedor, en el centro de Buenos Aires, con un gato que se llama Beppo (por el gato de Lord Byron) y una criada de Salta, que le cocina y sirve también de lazarillo. Los muebles son pocos, están raídos y la humedad ha impreso ojeras oscuras en las paredes. Hay una gotera sobre la mesa del comedor”. Cuando Borges escuchó esta anodina descripción dijo que lo había visitado “un peruano que debía trabajar en una inmobiliaria”, ya que “insistía” en que le convenía mudarse.
La décima novela del Premio Nobel, Historia de Mayta publicada en 1984, gira en torno al trotskista Alejandro Mayta, conocido por haber protagonizado una fallida revolución en Jauja en 1958. Leamos estos pasajes de la edición de Seix Barral de marzo de 1987: “A su papá nunca lo vimos y yo estaba seguro que no existía” (p. 10), “lo había convencido que asistiera a un círculo de estudios marxistas dirigido por él” (p. 101), “le había invitado incontables cafés, persuadiéndolo que el trotskismo era el verdadero marxismo” (p. 101), “¿Te das cuenta que no exageraba cuando te decía que los Andes están maduros?” (p. 148), “También tenía que asegurarme que podía confiar en ti” (p. 154), “¿Tienes miedo que te comprometa?” (p. 165), “Esta vez te has convencido que va en serio” (p. 174).
El queísmo es la supresión indebida de una preposición de, delante de la conjunción que, cuando la preposición viene exigida por alguna palabra del enunciado. Por miedo a incurrir en el error del dequeísmo, Vargas Llosa comete otro: la dequefobia, miedo a decir de que por considerarlo incorrecto. Tarea para la casa: corrijan a Vargas Llosa.
En 1994, el filósofo Umberto Curi, consejero de la Bienal de Venecia, vetó al escritor peruano al oír su postulación a ser jurado de la prestigiosa Mostra Internazionale d’Arte Cinematografica. Curi lo acusó de fascista y de haber recibido financiación de la CIA.
La Conversación en la catedral, celebrada un Día domingo en La casa Verde de La ciudad y los perros que era frecuentada por El jefe, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor y Los Cachorros hasta que se inició La guerra del fin del mundo, se convirtió en monólogo a partir de los años ochenta. Aquel escritor arequipeño, otrora comunista, alcanzó el zenit del cipayaje en 2011, cuando fue nombrado por el rey borbón Juan Carlos de España Primer Marqués de Vargas Llosa.