Una cree que sostener un proyecto revolucionario es solo cosa de fuerza. Que basta con resistir, con seguir. Pero no. Sostener, también es amar con madurez. Es preguntarse, es volver a mirar lo que se ha hecho sin miedo al desencanto.
Porque en la política —como en la vida— el tiempo pasa, las certezas envejecen, y lo que un día fue bandera puede volverse carga si no se le sacude el polvo. A veces, para que el proceso viva, hay que atreverse a cuestionarlo. Y eso, compañeras y compañeros, también es militancia.
Una revolución que no se piensa, que no se nombra con palabras nuevas, que no se confronta con sus propias sombras, se adormece. Se vuelve museo. Y nosotras no hemos venido al mundo a custodiar vitrinas. Hemos venido a transformarlo.
Hoy quiero decir algo que quizá incomode: sostener la revolución no es repetirla, es actualizarla con coraje y ternura. Es abrir el espacio para que las hijas y los hijos que vienen puedan habitarla con su lenguaje, con su ritmo, con su rabia también. Es vivir el ardimiento, pasar la antorcha sin imponer la ruta.
Para que un proceso sea verdaderamente intergeneracional, no basta con convocar a las juventudes: hay que escucharlas. Y eso implica aceptar que quizás ya no seamos nosotras quienes tengamos las respuestas. Que lo que veníamos haciendo ya no basta. Que hay dolores que no vimos, banderas que no levantamos a tiempo, violencias que normalizamos por costumbre.
Hacer política con conciencia de clase, con conciencia étnica y especialmente con conciencia de género no puede ser un acto nostálgico. Tiene que ser un gesto de presente. Una siembra para el futuro. Y eso exige una valentía distinta: la de bajarse del pedestal, revisar las formas, abrirse al desacuerdo y atreverse a cambiar.
Porque el miedo más grande de quien hace política no es perder una elección. Es perder el vínculo con la calle, con el pueblo, con la historia viva. Y a veces, para evitar eso, hay que soltar dogmas. Hay que volver a sentir.
Hoy creo más que nunca que el pensamiento crítico es una forma de amor. Que nombrar lo que ya no nos sirve es un acto de lealtad. Y que revolucionar la revolución es el compromiso más profundo que podemos tener con quienes aún creen.
Nosotras y nosotros estamos de pie para construir un mundo desde lo posible, incluso cuando aún no lo hemos imaginado, todo está por hacerse.
¡Venceremos! ¡Palabra de mujer!