Por Lorena Almarza
La conspiración se llama Bogotá
Bogotá era el centro de conspiraciones contra Bolívar, y Francisco de Paula Santander el cerebro que avivó y planeó en distintas oportunidades el magnicidio del Libertador. Tan solo en el año 1828 se sabe de al menos 7 intentos continuos de acabar con su humanidad, los cuales fueron dirigidos por el propio Santander, quien consideraba que el caraqueño era el responsable de los males de Colombia.
Ese año, Bolívar dedicó grandes esfuerzos a restablecer el proyecto de unidad, hizo frente a las campañas de odio en su contra y a su vez, a los distintos planes de magnicidio, de los cuales por cierto, salió airoso gracias a la amorosa y valiente Manuelita, quien llegó a Bogotá a finales de 1827.
La Caballeresa del Sol y Coronela del Ejército, tuvo excelente olfato para dar cuenta rápidamente de las distintas conspiraciones que se cernían contra el Libertador. Hábilmente estableció una importante red de leales informantes que le permitieron conocer planes y dar alertas oportunas. En las cartas a su “hombre amado”, como solía llamar a Bolívar se encuentra testimonio de amor, devoción, pasión y fidelidad al Libertador y a la causa patriota. También, su pensamiento estratégico, consejo político y de advertencia permanente. Diversas fueron las notas que escribió, informando sobre la traición de algunos personajes que en apariencia eran leales, pero que en efecto solo esperaban el momento oportuno para ultimarlo.
Manuela siempre dudó de Santander, sin embargo, a pesar de su insistencia, Bolívar dejó de lado muchas veces esas alertas, diciéndole “(…) deja para las preocupaciones de este viejo, todas tus dudas”. Pero la mujer persistía.
Atentados de Santander
Santander también fue perseverante en cumplir su objetivo: acabar con Bolívar. Fue así que en el marco de la celebración del aniversario de la batalla de Boyacá, planificó el asesinato. La Coronela, a quien no dejaban entrar por no tener invitación, armó un gran escándalo en la puerta principal, logrando que el Libertador saliera a su encuentro, lo tomó del brazo y se lo llevó lejos de allí.
A los pocos días de este suceso se realizó una fiesta formal de disfraces, otro escenario para el complot, al que Bolívar fue el invitado de honor. Aunque Manuela estaba en cama aquejada de salud, le escribió: “Estoy metida en la cama por culpa de un resfrío; pero esto no disminuye mi ánimo en salvaguardar su persona de toda esa confabulación que está armando Santander. (…) Supe esta tarde, a las diez, los planes malvados contra su Ilustre persona, que ya perfeccionan Santander, Córdoba, Crespo, Serena y otros, incluidos seis ladinos. Incluso acordaron el santo y seña. (…) Le ruego (…) no asista a ese baile de disfraces (…)”. El plan era ultimarlo con un puñal en medio del baile.
Luego de estos hechos se sucedieron cuatro intentos más uno tras otro, sin éxito, pues por fortuna, por un lado Santander armaba el magnicidio y por otro aparecía Manuela, quien había asumido como responsabilidad la seguridad de Bolívar.
Aquella noche del 25 de septiembre
Fue así que llegó la noche del 25 de septiembre, cuando un grupo de conspiradores armados con fusiles, sables, pistolas y puñales, se dirigieron al Palacio de San Carlos de Bogotá, donde residía Bolívar.
La propia Manuela relató el atentado a O´Leary: “(…) A las seis de la tarde me mandó llamar el Libertador; contesté que estaba con dolor a la cara. Repitió otro recado, diciendo que mi enfermedad era menos grave que la suya, y que fuese a verlo. Desde que se acostó se durmió profundamente, sin más precaución que su espada y pistolas, sin más guardia que la de costumbre, sin prevenir ni al oficial de guardia ni a nadie, contento con lo que el jefe de Estado Mayor, o no sé lo que era, le había dicho: que no tuviese cuidado, que él respondía (…) Serían las doce de la noche, cuando latieron mucho dos perros del Libertador, y a más se oyó un ruido extraño que debe haber sido al chocar con los centinelas pero sin armas de fuego para evitar ruido. Desperté al Libertador, y lo primero que hizo fue tomar su espada y una pistola y tratar de abrir la puerta. Le contuve y le hice vestir, lo que verificó con mucha serenidad y prontitud (…) Dices bien, me dijo, y fue a la ventana. Yo impedí el que se botase, porque pasaban gentes; pero lo verificó cuando no hubo gente, y porque ya estaban forzando la puerta (…) Yo fui a encontrarme con ellos para darle tiempo a que se fuese; pero no tuve tiempo para verle saltar, ni cerrar la ventana. Desde que me vieron me agarraron: ¿Dónde está Bolívar?”.Les dije que en el Consejo, que fue lo primero que se me ocurrió; registraron la primera pieza con tenacidad, pasaron a la segunda y, viendo la ventana abierta, exclamaron: “-¡Huyó; se ha salvado¡” Yo les decía: “-No, señores, no ha huido; está en el Consejo (…)
Bolívar se resguardó debajo del puente El Carmen, donde permaneció algunas horas hasta que lo rescataron. A primera hora de la mañana del día siguiente, los bogotanos se reunieron en la plaza Central y dieron vivas al Libertador quien entraba sano y salvo cabalgando en su caballo y custodiado por los militares bolivarianos.
Cuando llegó al Palacio en medio de abrazos le dijo a Manuela: “-¡Tú eres la Libertadora del Libertador…!”.