Por Carlos Fazio
Tras la purga del estratega Steve Bannon del entorno ultranacionalista de Donald Trump por la troika de generales que se apoderó de la Casa Blanca: James “Perro loco” Mattis, secretario de Defensa; H. R. McMaster, consejero de Seguridad Nacional, y John Kelly, jefe de Gabinete, la guerra no convencional y asimétrica contra Venezuela, parcialmente declarada por el presidente nominal de Estados Unidos, podría pasar a una nueva fase de escalada bélica.
A ello obedecería el brutal discurso maniqueísta y descarnadamente imperialista de Trump en Naciones Unidas del pasado 20 de septiembre, que tras manipular el concepto de soberanía, y con Irán, Corea del Norte, Cuba y Venezuela como renovado “eje del mal”, retoma las aristas más agresivas del enfoque militar de guerras múltiples y políticas de “cambio de régimen” de las administraciones Clinton/Bush/Obama, ahora bajo la “Doctrina Mattis”.
Trump dijo en la ONU estar preparado para tomar “nuevas acciones” contra la “dictadura socialista” de Nicolás Maduro. Washington ya impuso sanciones financieras contra Venezuela y el domingo 24 incluyó a funcionarios gubernamentales venezolanos en una lista de países con prohibición de viajar a Estados Unidos. Incluso, en agosto pasado, la “administración de los generales del títere Trump” (como la llama James Petras), no descartó la “opción militar”.
En ese contexto, no se puede descartar que el 20 de septiembre, durante una “cena a la carta” con sus perritos falderos Michel Temer, Juan Manuel Santos y Juan Carlos Varela −de Brasil, Colombia y Panamá, respectivamente−, y de la vicepresidenta de Argentina, Gabriela Michetti, Trump les haya adelantado algunos aspectos de la estrategia militar diseñada por quienes coloquialmente llama “mis generales”, con eje en una nueva ofensiva desestabilizadora encubierta que facilite una intervención militar humanitaria en Venezuela.
El gobierno constitucional y legítimo de Nicolás Maduro ha logrado sobrevivir a 120 días (abril/julio de 2017) de la más brutal ofensiva bélica que, en el marco de una guerra híbrida, utilizó a agentes terroristas, paramilitares y del crimen organizado en un despliegue de tácticas irregulares simultáneas, combinadas con el uso agresivo de tecnologías de última generación y una élite de expertos en guerra electrónica, realidad virtual y propaganda “democrática”, con la finalidad de derrocarlo.
Fue apenas la última fase de cuatro años de una descomunal guerra de cuarta generación, denominación que alude a una combinación de estrategias en la era de la tecnología informática (fibra óptica, cables, computadoras y dispositivos electrónicos para el tráfico y generación de información) y de las comunicaciones globalizadas (los medios convertidos en nuevos ejércitos de conquista o en unidades mediáticas para librar una guerra sin fusil mediante el empleo planificado de la propaganda y la acción psicológica orientadas a direccionar conductas con fines de control social masivo, político o militar).
Con eje en una estrategia de espectro completo, la guerra de cuarta generación contra Venezuela incluyó de manera simultánea y continuada la guerra psicológica (acciones de inteligencia diseñadas por expertos en comunicación y psicología de masas dirigidas a generar una colonización mental para controlar a la sociedad); la guerra económico/financiera (acaparamiento y desabastecimiento por 20 transnacionales de los rubros alimenticio y farmacéutico, manipulación del tipo de cambio de la economía en mercados ilegales y riesgo país como armas de guerra, etcétera); la guerra cibernética (a través de plataformas “sociales” como Facebook, Twitter, WhatsApp, Youtube, Instagram), articuladas con campañas de propaganda blanca, gris y negra hegemonizadas por las siete grandes corporaciones de la comunicación que trabajan sobre una misma ideología global (Time Warner Corporation, General Electric, News Corporation, Sony Pictures, The Walt Disney Company, CBS Corporation y Bertelsmann) mismas que, cartelizadas, controlan más del 70% de los medios de difusión masiva del mundo (televisoras, radios, medios impresos y las web noticiosas privadas) y actúan como policías de la dictadura del pensamiento único neoliberal (controlando la superestructura cultural), a lo que se suma la guerra política vía la OEA del inefable Luis Almagro y los 12 países del llamado “grupo de Lima, con México como mascarón de proa.
Con José Vicente Rangel, se puede afirmar que Maduro ha sido el mandatario “más acosado y ofendido” de la historia de Venezuela, y el “blanco obsesivo” de los ataques de EE.UU, la ultraderecha internacional y la oposición escuálida al proyecto político alternativo bolivariano, que encarna un modelo mixto que combina la democracia representativa con la democracia participativa y protagónica (consejos comunales, asamblea constituyente, etc.), proceso doctrinario que tiene al pueblo como lugar de la ciudadanía originaria y que después del 30/J está activado en la Asamblea Nacional Constituyente.
Los ataques de la reacción no prosperaron, porque con astucia, coraje y decisión, y una gran habilidad estratégica y táctica y un acertado manejo de la información de inteligencia y de las nuevas tecnologías de la comunicación (la guerra simbólica y tecnológica en redes en el terreno digital y de las telecomunicaciones), Maduro y su equipo gubernamental han logrado abortar varias intentonas golpistas (incluidos golpes blandos y duros), guarimbas, maniobras para socavar la lealtad del alto mando militar, guerra económica y planes desestabilizadores urdidos en laboratorios especializados del Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Pero la derrota en la etapa de EE.UU y sus aliados ha sido posible, también, porque a diferencia de las instituciones castrenses de los otros países del área (que a excepción de Cuba han sido concebidas como fuerzas para la dominación y/o ejércitos de ocupación interna, cuando no para el ejercicio de la acción subimperialista), Venezuela cuenta con un Comando Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (CEOFANB), que desde hace 12 años tiene una estructura y una doctrina antiimperialistas, antioligárquicas, humanistas e integracionistas (latinoamericana).
Derivada del genio y la visión geopolítica del comandante Hugo Chávez, que en 2004 definió una nueva estrategia castrense con base en que Estados Unidos constituía una amenaza cierta para Venezuela, se ha venido construyendo una unión cívico-militar, que tiene como una de sus premisas fundamentales la participación activa del pueblo en las tareas de la defensa integral de la Nación, bajo el principio de la corresponsabilidad.
Con ese marco de referencia, y ante las amenazas bélicas de Trump, a finales de agosto, 200 mil soldados de la FANB y 700 mil milicianos, reservistas y civiles participaron en el ejercicio militar Soberanía Bolivariana 2017, bajo la concepción de que ante una invasión de EE.UU, la Fuerza Armada se dispersaría –“nos haríamos tierra, aire y agua”− y conduciría una guerra de resistencia.
No obstante, la victoria bolivariana en la etapa, y dado que como dice el teórico de la guerra de cuarta generación, William S. Lind, Estados Unidos es un Estado de partido único: “El partido único es el partido del establishment, que es también el partido de la guerra permanente para la paz permanente”, es seguro esperar que la junta militar que controla a Donald Trump no cejará en sus empeños por derrocar a Maduro.
Una opción, como dice Rangel, es el magnicidio. Es decir, la eliminación física de Maduro. Variable manejada por el bocón de Vicente Fox, el ex presidente mexicano que utilizando un lenguaje mafioso declaró que “Maduro saldrá de la presidencia con las patas p’adelante en una caja de madera”. Otra, una nueva ofensiva de los presidentes cipayos del llamado Grupo de Lima utilizado por Washington, tendente a fabricar una nueva versión de la tesis de la “crisis humanitaria”, aderezada con provocaciones de bandera falsa en la frontera con Colombia.
En ese contexto, no hay que perder de vista que a principios de noviembre, los ejércitos de Estados Unidos y Brasil realizarán ejercicios conjuntos en la selva amazónica, en un área fronteriza que incluye, además, a Perú y Colombia. Dichas maniobras podrían estar encaminadas a acelerar los planes de Mattis, McMaster y Kelly para producir un cambio de régimen en Venezuela. De prosperar, tal opción convertiría sin duda a Sudamérica en un nuevo Afganistán.