De manera apasionada, el maestro Alejandro Colina asumió un compromiso histórico y social con los pueblos indígenas al visibilizar desde sus esculturas, la cultura y cosmovisión de las comunidades originarias. Sus obras muestran una fuerza a punto de desatarse, y sobre todo, la dignidad, de un pueblo arrasado por la Conquista, que en pleno siglo XX seguía excluido.
Para el poeta y crítico de arte Juan Calzadilla, fue “el más alto representante de la tendencia indigenista en nuestra escultura (…)”. De hecho, antes de los años treinta emprendió la tarea de la descolonización, al revalorizar el mundo indígena y lo nacional, y sembró en diversos espacios públicos a María Lionza, a los Caciques Tiuna, Manaure, Yaracuy, Caricuo y Chacao, Los Centinelas, a La Venus de Tacarigua y La Madre Tierra, entre otros, para recordarnos donde están nuestras raíces históricas y simbólicas.
Fue tal su sentimiento patrio, que pese a que necesitaba plata, no titubeó para rechazar la oferta que Nelson Rockefeller le hizo de comprar La Venus de Tacarigua, para llevársela al Rockefeller Center de Nueva York, y señaló: “Ese es mi homenaje a nuestros ancestros aborígenes; ya pertenece a nuestra cultura, al patrimonio nacional”.
Exaltación indígena
Cuentan que de pequeño pasaba horas en el patio central de su casa, modelando figuritas de barro. El pequeño creador sin saberlo, o quizás guiado por una fuerza cósmica se entrenaba en lo que fue su pasión. Con el pasar del tiempo, Alejandro se convirtió en un gran exponente de la escultura monumental, por sus dimensiones y por el valioso aporte de su obra a la identidad, memoria cultural e historia nacional.
Sobre el artista, León Colina Heredia señaló: “ (…) toma el arte como trinchera y la escultura como arma (…) exaltando a los autóctonos, realzando sus valores antropológicos y sobre todo el humano, de haber sido los primeros defensores de este suelo”. Por su parte, Carlos Colina afirmó: “En un país donde algunos mantienen una vergüenza étnica neocolonial (…) En una sociedad donde la quimera de las clases medias ha sido el Norte (…) este artista se dedicó a esculpir y a esparcir indios por gran parte del territorio nacional (…)”.
Fibra de artista
Juan Alejandro de Jesús Colina Viera nació empezandito el siglo XX, el 1 de febrero de 1901 en Caracas, específicamente en “la crema de Altagracia”, como le decían a esta parroquia. Su padre Alejandro Torcuato Colina era descendiente de los Colina de Coro y del político y militar del ejército federalista León Colina. Su madre Fermina Viera y Clavijo, hija de inmigrantes.
Muchos afirman que fue el escritor e historiador Francisco Jiménez Arráiz quien recomendó a los padres del jovencito ponerlo a estudiar arte al verlo jugar: ¡En este muchacho hay fibra de artista! dijo el escritor, y recomendó inscribirlo en la Academia de Artes Plásticas de Caracas (Actual Escuela Cristóbal Rojas).
Formación integral
Con doce años inició Dibujo y Perspectiva a cargo de Antonio Herrera Toro, director de la Academia. Posteriormente su maestro sería Cruz Álvarez García. Cursó Escultura y de Paisaje al Natural, y en paralelo se formó con Ángel Cabré, escultor y padre del pintor Manuel Cabré. Deseoso de conocer más sobre la figura se incorporó como oyente en la cátedra de Anatomía a cargo del Dr. Luis Razetti.
Al culminar sus estudios de Arte presentó El Anthropopithecus o el Nacer de la idea, la cual basó en las teorías evolucionistas, pues además del arte le interesaban las lecturas científicas. En el jurado calificador estuvo el Dr. José Gregorio Hernández, nuestro santo salvaje, quien además visitaba con regularidad al escultor en su taller. Vale mencionar que dicha obra fue muy bien recibida en el ámbito artístico e incluso fue premiada en Alemania. Con su siguiente obra, Indo-dolencia, inició su camino de reconocimiento a los pueblos indígenas, y se trató, de la figura de una india desnuda y embarazada, de cuyos pezones brotaba leche materna, para celebrar el papel de la mujer indígena como dadora de vida. Ambas fueron exhibidas en el Museo de la Universidad Central de Venezuela y duramente criticadas por el sector eclesiástico.
Fue también un voraz lector, amante de la ópera y le encantaba subir al Warairarepano. Estudió mecánica en la Escuela de Artes y Oficios, pues a su juicio “cuando un artista cuenta con una profesión u oficio ajeno al arte, no tiene que verse obligado a trabajar por una bicoca, o a regalar su arte, ni lo que es peor aún a tener que crear por obligación o someter la imaginación creativa a intereses ajenos (…)”. Ingresó como profesor en la misma escuela, y por sus méritos, llegó a ser Sub-director. A su trabajo escultórico sumó aprendizaje en mecánica los cuales aplicó en la Plaza de Tacarigua y en la Fuente de los caimanes. Posteriormente trabajó en la Oficina de Arquitectura e Ingeniería a cargo de Alejandro Chataing, donde aprendió diversas nociones de arquitectura, que sumó a su desarrollo creativo.
La Marina y el Mundo Indígena
Era un artista, pero le metió el pecho a la vida y hasta trabajó como remachador de vagones del ferrocarril Caracas-La Guaira. De allí se fue a trabajar con la Marina Mercante y navegó las costas marítimas y fluviales del país. Este oficio le permitió obtener un sustento, recorrer y conocer Venezuela; y realizar expediciones a Trinidad, Brasil, México y Haití. En este andar, decidió irse a la Goajira venezolana, donde estuvo durante ocho años conviviendo y aprendiendo con diferentes comunidades indígenas. Allí se dedicó también al estudio de la obra indigenista de Arístides Rojas, Mario Briceño Iragorry, con quien tuvo una estrecha amistad, y de los escritores Antonio Reyes y Gilberto Antolínez. Durante este tiempo, no abandonó la escultura.
Preso por comunista
Durante tres años estuvo preso, en el Castillo Libertador de Puerto Cabello, tras haber renunciado a seguir instrucciones de Gómez en la realización del San Juan Bautista en Guárico y fue acusado de comunista. En prisión coincidió con Andrés Eloy Blanco, gran amigo, quien salió antes de prisión y le ayudó a obtener la libertad, pues su salud estaba muy afectada. Posteriormente fue recluido en diversos centros psiquiátricos.
Bolívar en el Ávila
Fue su proyecto más deseado pero irrealizable. Se trató de una escultura que pudiera ser vista a once millas en el mar y desde todo el valle de Caracas: “(…) Bolívar aparecerá en la estatua cubierto solamente por el manto de iris y ofrendando la espada al Todopoderoso”. Pese a que contó con el apoyo de diferentes artistas e intelectuales, no se realizó pues la desnudez del héroe fue considerada por las autoridades como supuesta ofensa. En la propuesta, Bolívar presenta su espada “como muestra de que ya no se necesita, pues todos los pueblos de América son libres”.
El adiós
Un 23 de octubre de 1976 el maestro Colina partió, dejando inconclusa su obra dedicada al indio Chacao. Su María Lionza es la más venerada por el pueblo. El año pasado disfruté del documental Vivir de Imaginar dirigida por Carlos Bolívar, el cual presenta dos historias, una de ellas dedicada a este insigne escultor indigenista.