Medio ambiente
Los días 2 y 3 de junio de 2022, en Estocolmo se conmemoraron los 50 años de la Conferencia de las Naciones Unidas —de 1972— sobre el Medio Humano con un encuentro titulado “Estocolmo+50: un planeta sano para la prosperidad de todos; nuestra responsabilidad, nuestra oportunidad”. En aquella primera conferencia internacional, asistieron alrededor de 120 países y los participantes suscribieron una serie de principios sobre medioambiente, entre ellos la Declaración de Estocolmo y el Plan de Acción para el Medio Humano. Como resultado de la conferencia se creó también el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). “Estocolmo+50” coincidirá con la semana de celebración del Día Mundial del Medio Ambiente, el 5 de junio, conmemoración que también fue resultado de la conferencia de 1972.
El secretario general de aquel primer evento fue el canadiense Maurice Strong. Un conocido hombre de negocios, exadministrador de la fundación Rockefeller, exdirigente de una compañía petrolera, pero convencido, como otros exponentes del capitalismo industrial, que el futuro del sistema económico sería amenazado por el agotamiento de los recursos. En ese momento, las relaciones entre las fuerzas internacionales, incluso en el campo ideológico, todavía estaban determinadas por la presencia de la Unión Soviética, vencedora del nazi-fascismo, y por las luchas anticoloniales. Strong dijo que, tras el evento, el mensaje que prevalecía era: «la comprensión de que el hombre había llegado a uno de esos puntos fundamentales en la historia; donde las actividades son los principales determinantes de su propio futuro».
En realidad, el encuentro no adoptó medidas concretas. Muchos países del sur denunciaron el imperialismo de las potencias occidentales; cuyo orden económico estructuralmente injusto, les impedía un desarrollo autónomo con el pretexto de frenar la contaminación; siendo la pobreza la peor de las contaminaciones. Además dijeron que para un correcto desarrollo y protección de los recursos se necesitaba transferencia de tecnología y más financiación. Y por último, aunque los Estados tienen el deber de limitar los daños al medio ambiente; también tienen el “derecho soberano de explotar sus recursos según su política medioambiental”, y con una planificación pública que permita su conciliación.
Ahora, 50 años después de la reunión de Estocolmo, en la crisis estructural del modelo capitalista, con el deterioro del cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación y los residuos —elementos del capítulo medioambiental de esta crisis, destacado por la pandemia—; el fondo del problema sigue siendo el mismo.
En las cumbres oficiales, las negociaciones se centran en la voluntad de preservar el orden económico y comercial; aunque sea el origen de todas las crisis. Más de tres meses después del estallido del conflicto en Ucrania, la globalización capitalista pierde sus últimas máscaras; comenzando por la versión según la cual la extensión del mercado y sus mecanismos, y la interdependencia que ha producido a nivel mundial, podrían disminuir o evitar los conflictos entre Estados.
Por el contrario, las relaciones de producción capitalistas determinan un proceso de fragmentación de la vida, una visión de la sociedad fundada en la guerra de todos contra todos, en la superviviencia del más “apto”. Lo hemos visto con la pandemia, con la competencia vergonzosa de los gobiernos capitalistas para robarse las máscarillas, e imponiendo a los países del sur la dictadura de las patentes. Las leyes del mercado que se pretende presentar como leyes de naturaleza, no pueden regular nada, pero producirán formas cada vez más anti-ecológicas y violentas, que la poderosa difusión de la ideología burguesa se dedica a cubrir bajo un manto de hipocresía. El actual sistema capitalista globalizado no solo está contaminando el planeta, sino que, por ejemplo, a través de los desechos de la industria aeroespacial, también está contaminando el espacio exterior.
En cuanto a la anunciada “transición ecológica”, propuesta por Biden y amplificada por la Unión Europea, vemos que la producción y transporte del “gas de la libertad” de Trump y Biden, que debería imponer una alternativa al GNL ruso en la Europa «verde», sumado a la fracturación hidráulica, tiene una huella de doble carbono respecto a la producción y transporte de gas convencional enviado desde Moscú.
En cambio, la verdadera interdependencia, basada en una relación dialéctica con la naturaleza, sustituye la competencia por el compartir, por la complementariedad.
Una dirección propuesta por países como Venezuela y Cuba que lo reafirman en las alianzas sur-sur como el Alba-CPT, en un horizonte sin asimetrías. Un camino hacia la liberación del trabajador y de la trabajadora que conduce a la liberación de los productos del trabajo; porque liberar el trabajador y la trabajadora significa quitarle el carácter de mercancía que produce mercancías: las cuales, como Marx enseñó, se convierten en cosas y se enfrentan al productor directo, resultando ajenas a él.
En este sentido, en un sentido ecosistémico, la producción ecológicamente sustentable tenderá a producir bienes libres fundamentados en el valor de uso; en mercados no capitalistas fruto de fuerzas interdependientes, complementarias y solidarias. Aquí, una vez más, hay una oportunidad de reflexionar a fondo sobre la extraordinaria visión de Hugo Chávez cuando lanzó la frase «comuna o nada», tomada con fuerza hoy por el presidente Maduro.
Esto tiene que ver con un sentido más amplio de soberanía y de independencia: energética, tecnológica, científica, basadas en relaciones sociales ecológicamente sustentables, y con respaldo del gobierno revolucionario. Ese no va ser un proceso fácil, ni se puede improvisar sin “el análisis concreto de la situación concreta”, como decía Lenin, y el cálculo de las relaciones de fuerza a nivel nacional e internacional.
Un país como Venezuela, que posee las primeras reservas de petróleo del mundo, debe poder utilizar sus ingresos en beneficio del pueblo. Y, por otra parte, aunque se acerca el fin de los combustibles fósiles como fuente de energía, todavía le quedan varias décadas. Un período en el que, fuera de la hipocresía capitalista, deberá tomar cuerpo cada vez más la conciencia de que el planeta no podrá soportar durante mucho tiempo la extracción intensiva de petróleo, gas y carbón. Y que es necesario liberarse con urgencia del modelo capitalista.