Por: Luis Darío Bernal Pinilla
Pero tiene otras cosas. Más importantes para el Proceso Bolivariano.
Una de las muestras, sino la más importante de la inteligencia y el compromiso de Hugo Chávez Frías con su pueblo y el futuro de Venezuela, fue la sabia decisión que tomó, al borde de la muerte, para dejar el edificio social que había levantado durante casi quince años, en manos de dos personas que, no eran personajes en ese momento. Pero que con el correr del tiempo y el cúmulo de acontecimientos estremecedores que le han ocurrido a Venezuela y a su proceso revolucionario; se han transformado, no sólo en personajes, sino en emblemas de la revolución socialista que encabezó un 4 de Febrero, el Comandante Hugo Chávez Frías.
El sabía, porque jamás se engañó a sí mismo. Que el proceso que se adelantaba en Venezuela, luego de la separación o de su obligatorio retiro, requería para su continuación y sobre todo para su éxito, de especiales y muy difíciles condiciones de liderazgo. Y decidió, sabiamente, como la historia le ha venido dando la razón, bifurcar éste.
Fue así como eligió a Nicolás Maduro Moros, de una parte; y a Diosdado Cabello Rondón, por la otra. Dos personas muy diferentes, con perfiles disímiles, pero a la postre complementarios. El Presidente Maduro, con una amplia experiencia política, ya que inició su carrera desde muy joven, desde el mismo Liceo, sin mayores títulos académicos; pero con un sinnúmero de responsabilidades muy serias e importantes, como haber sido cuasi-guardespaldas de Chávez durante su primera campaña. Y haber sido ─nada menos─, sin pertenecer a la elite diplomática de este país, ni tener estudios ni conocimiento de semejante actividad tan dura y compleja intelectualmente, canciller de la República durante siete años. Y en momentos del inicio del Proceso Revolucionario. Cuando la representación del mismo en el exterior era definitiva.
Maduro tenía y tiene, como lo ha demostrado a lo largo de estos años, el perfil perfecto para conducir el Proceso por aguas turbulentas. Conducción que requiere, como se ha necesitado, un muñequeo equilibrado, como decía Allende, para dialogar con todo el mundo sin exaltarse, sin perder los estribos, pero también para mantenerse fuerte en principios y en acciones; pero además, sin dar miedo. Al fin y al cabo, no ha sido militar, o sea, no tiene el componente fuerza dentro de su ADN.
Pero Diosdado, es otra cosa. Causa miedo en las filas opositoras. Y en el exterior, para la derecha internacional, es un militarote. Fue compañero de Chávez el 4 de Febrero, o sea tiene la impronta de la rebelión. Es un poco el Hombre Fuerte del Proceso. El contrapeso perfecto de Maduro. Si bien no es belicoso, tampoco es conciliador a ultranza, como si lo es Maduro.
Diosdado, además, pero en grado sumo, ha ido cualificándose. En especial, luego de la desaparición del comandante. No era muy ducho en parlar. Y ahora es un orador que, sin apelar a grandes y elocuentes frases ni conceptos, le llega al pueblo; y de qué manera. Cuando empezó su programa, él mismo lo reconoce, no sabía qué decir, ni cómo decirlo. Y ahora nada entre los micrófonos: lectura de cartas, análisis políticos; como pez en el agua. Pero además, ha sacado, no de la manga, sino de su condición de hombre venezolano, oriental y sencillo, un humor, cada vez más llamativo. Recurre a cada momento, a dichos, expresiones, frases, pensamientos, ocurrencias populares, rurales, campesinas, sumamente agradables, que hacen que su narrativa atraiga la atención del Respetable.
Se burla, sin ofender, pero con una ironía popular y campechana punzante, de los más conspicuos elementos de la oposición más retrógrada: María Corina, Capriles, Borges, Ledezma, López, etc. Desenmascara, con el apoyo de un ejército de llamados cooperantes, todas las trapisondas de la derecha nacional e internacional. Y como segundo en el escalafón del PSUV, se ha convertido con el paso de los años, en un dirigente y organizador de masas magnífico, en un instructor certero ─por algo fue y sigue siendo militar─. Un agitador eficaz.
Tanto que, por todas estas condiciones y actuaciones, es sin duda el hombre más odiado del Proceso; y el más amenazado. Por eso, ha tenido que desarrollar unos mecanismos de seguridad extremos, quizá más estrictos que los del propio presidente. Verlo o conversar con Cabello, es una quimera. Esto, es un punto, inevitable pero un tanto negativo para su carrera política.
Diosdado, con ese nombrecito angelical, cuenta además con soportes morales, espirituales, familiares de excepción. Su Hermosa mujer, ha sido una funcionaria excepcional. Y su bellísima y talentosa hija, poco a poco se convierte en una sólida dirigente social y política, a pesar de su edad. Con cargos que empiezan a ser notables y decisivos.
Por todo lo anterior, pensamos que Diosdado no tiene Cabello. Pero tiene otras cosas.
*Abogado, escritor, poeta, crítico, promotor de lectura internacional colombo-venezolano.