Por: Alí Rojas Olaya
Los intelectuales orgánicos venezolanos no se parecen a los europeos, ni a los yanquis ni a los del cono sur. Los nuestros son cimarrones sentipensantes nacidos en pueblos tristes, caseríos y suburbios de grandes ciudades. Sus egos se mimetizan en la cultura popular. El Delta del Orinoco parió intelectuales de la talla de Humberto Mata y Luis Antonio Bigott; Maracaibo, América Bracho; Sabaneta de Barinas, Hugo Chávez; La Victoria, Federico Brito Figueroa y Alexandra Mulino; la parroquia La Pastora de Caracas, César Rengifo y Mario Sanoja Obediente; de Los Puertos de Altagracia del Zulia es Gabriel Bracho, del barrio Guarataro de Caracas, Aníbal y Aquiles Nazoa. La lista es larga y la omisión injusta. Pero de lo que se trata es de la conciencia que debe tenerse de que una revolución para que sea irreversible debe ser cultural. ¿Por qué? Porque nuestra cultura es anfictiónica, auténticamente americana y original, viviente, liberadora, tal y como lo expresa el escritor venezolano Luis Britto García, «americana, hija de nuestra contradictoria fusión histórica había de ser nuestra cultura. Original, vale decir única y novedosa en sus valores y soluciones. Viviente, como proceso continuo surgido de la totalidad del pueblo y de su cotidiana experiencia. Crítica, nacida de la incesante destrucción de lo caduco. Liberadora, instrumento de ruptura del orden de la dependencia impuesto en lo internacional y de la estratificación clasista implantada en el orden interno».
Chávez y la cultura
La labor de Hugo Chávez fue darle continuidad a la obra cultural de Bolívar y Rodríguez. Juan Antonio Calzadilla nos dice: «La concepción y la acción educativa robinsoniana ya era una acción cultural de la mayor amplitud y minucia, que comprendía la transformación en lo técnico, lo económico y lo moral como condición de la nueva vida política: la de una sociedad organizada para la libertad y la participación universal, es decir, una verdadera República. El gran objetivo de la pedagogía política robinsoniana (‘formar ciudadanos para la república’) se esbozaba como el propósito grandioso y difícil de ‘crear un pueblo’. Para ello era necesaria una revolución cultural que Rodríguez pensó como una revolución de las ‘costumbres’ y los ‘caracteres’».
Para el historiador venezolano José Gregorio Linares, Venezuela «es el espacio de la creatividad y la esperanza. Acá se están fraguando arrolladoras fuerzas liberadoras. Entre nuestros pueblos germina radiante una semilla que ha sido abonada con nuestra propia tierra. Somos un árbol de muchas ramas que se nutre de la savia de nuestros saberes originarios y de la cultura de la resistencia. Nuestras revoluciones no son frutos trasplantados de otras latitudes ni se orientan hacia cielos que no son nuestros. Andamos nuestros propios caminos y nuestras huellas dejan un rastro genuino. Nos alumbra el sol del universo que es para todas y todos, pero la fortaleza nos viene de nuestra gente, de la historia propia. Hemos aprendido de nuestra experiencia, con todo lo que ella tiene de tragedia y de lágrimas, pero con todo lo que tiene, también, de heroísmo y ternura».
14 años de la Unearte
Simón Rodríguez (1769-1854) nos dice: “entre la Independencia y la Libertad hay un espacio inmenso que solo con arte se puede recorrer”. El 6 de mayo de 2008, el presidente Hugo Chávez, consciente de que una revolución para que sea irreversible debe ser cultural, fusiona los Institutos Universitarios de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón, de Estudios Musicales, de Danza y de Teatro y crea la Universidad Nacional Experimental de las Artes.
La Unearte desde su creación se enfrentó a contradicciones complejas. César Rengifo (1915-1980) explica una de ellas: “a los artistas de formación culta se les induce mediante habilidosa prédica a separarse de toda realidad y muy especialmente de las realidades de sus respectivos países, orientándolos a rendir culto a las normas, tendencias y posiciones convenientes al sistema”.
El artista argentino Ricardo Carpani (1930-1997) expone que tal prédica genera “el divorcio entre artista y sociedad, inherente a todo período histórico de transición y producto de la carencia de una base valorativa común” a tal punto que “la obra de arte dejó de ser un bien social para transformarse en mercancía. Perdió su carácter monumental y colectivo, dejando de estar en contacto directo con la comunidad, para pasar a ser el lujo de unos pocos”.
Para Gloria Martín, “el conocimiento adquirido y acumulado en las bibliotecas, lo representado en las bellas artes, la filosofía, el saber grecorromano y toda la cimera producción, era algo que les pertenecía solamente” a la élite burguesa.
Ludovico Silva (1937-1988) escribe en 1979 sobre la urgencia de crear una universidad de las artes porque en ella “lo prioritario sería la formación de los numerosos recursos humanos que se necesitan para comenzar la inacabable tarea de llevar la conciencia artística a toda la población”. Para este filósofo caraqueño, “el riesgo que tendrá que correr el socialismo venezolano es el riesgo que casi ningún movimiento socialista se ha decidido correr, esto es: confiar en la capacidad espontáneamente revolucionaria del arte”. Sobre esto nos dice Aquiles Nazoa (1920-1976): “creo en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida perdurable. (…). Creo en los poderes creadores del pueblo”.
102 años cumplió Aquiles Nazoa
El 17 de mayo de 1920 nació un hombre que haría de las cosas más sencillas su arte pedagógico. Su tiza eran “los poderes creadores del pueblo”, su pizarra la tribuna, que a veces era periódico, radio, televisión, libro, teatro y calle. Su didáctica era infalible: amor y humor. Su obra, producto de la acumulación de cachivaches acrisolados, fue un escudo para la defensa integral de la venezolanidad y la cultura popular en una época en que Nuestra América era un campo cultural exangüe, devastado por la voracidad contracultural del hegemón.
El problema habitacional, al igual que el del hambre, en la Venezuela de la cuarta república era cada vez más agudo y Aquiles lo asumía con la responsabilidad de un revolucionario que emerge de la vastedad de la injusticia. Aquiles Nazoa ganó dos premios de arquitectura. El primero por su ensayo sobre “La Casa”, donde confirmó la tesis de la casa ideal, el segundo por la organización de un Congreso de Arquitectura en el cual participaron habitantes de los cerros de Caracas.
En 1973 escribió “Los sin cuenta usos de la electricidad”, obra científica que en un sencillo y poético lenguaje didáctico y pedagógico explica detalles sobre la influencia de la electricidad en la vida de la mujer y del hombre, los inventos, funciones y hasta nuevas posibilidades para el futuro.
Aquiles Nazoa fue un ambientalista aguerrido, un empecinado defensor de la naturaleza y un combatiente infatigable contra la destrucción de su Caracas por la voracidad «modernizadora» de los contratistas que seguían directrices de Nelson Rockefeller. Fue enemigo declarado de la sociedad de consumo, condenaba día a día la contaminación urbana producida por los gases letales de los carros.
Tibisay Lucena y Aquiles
El espacio inmenso del que nos habla Simón Rodríguez es recorrido hoy por la rectora de la Unearte, la chelista Tibisay Lucena, toda una heroína de la Patria bolivariana. ¡Vaya para ella, sus docentes, trabajadores, obreros y estudiantes, nuestras felicitaciones!. Uno de los Centros de Enseñanza y Creación Artística lleva el nombre de Aquiles Nazoa, el hombre que abonó de esperanza el camino a un mundo donde se hiciera “menos penosa la vida” con flores que recogió de un jardín donde había un caballo que comía flores. Hoy, el pueblo sigue amando a su poeta “en su pipa de espuma”, “en los ojos de los mendigos y en las más humildes monedas. Porque verdaderamente, nunca fue tan claro el amor” como cuando todos amamos a Aquiles Nazoa, el Ruiseñor de Catuche.