El 9 de marzo de 2015, el presidente Obama emitió su infame Decreto Ejecutivo, que declaraba a nuestro país como una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de los EEUU. A partir de esa absurda afirmación, los poderes fácticos estadounidenses han llevado a cabo la mayor agresión extranjera que conozca la patria en toda la historia republicana, ratificando de la manera más arrogante su obsesión por detener los cambios hacia la soberanía que impulsan las fuerzas populares en el mundo.
El imperialismo, como decía Lenin, es la fase superior y última del desarrollo capitalista y está sustentado en la expansión internacional de los monopolios y la oligarquía financiera, así como en el poder del Estado imperialista que, a través de la dominación política y militar de las naciones atrasadas del mundo, crea las condiciones para el saqueo de las riquezas y la explotación de los pueblos del mundo.
En esas condiciones, una gran transformación revolucionaria en cualquier país subyugado por el imperialismo, reclama en primer lugar un proyecto de naturaleza antiimperialista, que fue precisamente lo que concibió el comandante Chávez con la Revolución Bolivariana.
En nuestro caso, el proceso de liberación nacional es un aspecto esencial de los cambios revolucionarios, porque durante todo el s. XX nuestra economía fue amoldada a las grandes necesidades de las naciones desarrolladas y la principal riqueza natural del país, el petróleo, fue objeto de un monumental despojo. Además, en lo político, actores locales se adueñaron del Estado y sus métodos de gobierno (incluyendo sangrientas represiones) respondiendo de la manera más vergonzosa a las decisiones adoptadas en Washington.
Adicional a ello, la estructura económica internacional está dirigida por organismos conducidos por los intereses de las grandes corporaciones transnacionales (FMI, BM, OMC…). Asimismo, los EEUU ejercen una hegemonía político-militar, aplicando todo tipo de prácticas de dominación, coacción e injerencias para someter a las naciones de la periferia.
De tal manera que es imposible adelantar las grandes transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales; en función de los históricos intereses del pueblo trabajador en medio de tales condiciones de dependencia, subordinación y atraso; sin enfrentar el intervencionismo yanqui y sin una estrategia de liberación nacional estrechamente vinculada a una de liberación social.
Como lo ha demostrado nuestra corta, pero agitada historia revolucionaria, el imperialismo yanqui se ha convertido en el principal obstáculo para el avance del proyecto revolucionario, desatando los ataques más despiadados en contra de nuestro pueblo en el contexto de su tradicional política de injerencias. Estos han transcurrido a lo largo de los 25 años de revolución bolivariana en forma de golpes de Estado, magnicidios, invasiones mercenarias, bloqueos económicos, fomento de la violencia política en el país…
Se trata de una gran confrontación que se produce en el marco de la transición al socialismo; entre la nación, que lucha por el establecimiento de un nuevo orden social, político y económico contra el imperialismo; que no está dispuesto a dejar sus esferas de dominación y fuentes de enriquecimiento en nuestro país.
Cuando el proyecto antiimperialista está encabezado por el pueblo trabajador, como es el caso venezolano, este adquiere un carácter socialista. En este caso, la lucha antiimperialista se complementa perfectamente con las batallas por el socialismo y se van condicionando mutuamente. Victorias antiimperialistas estimulan el avance más acelerado de los objetivos socialistas; en tanto que, por otra parte, la concreción de las metas socialistas fortalece notablemente nuestras condiciones de lucha para enfrentar al imperialismo.
Por ejemplo, el golpe del 2002 orquestado por Washington contra el Comandante Chávez, provocó un salto cualitativo en las transformaciones de carácter socialista. Esto, a su vez, nos hizo mucho más resistentes para enfrentar victoriosamente las agresiones imperialistas yanquis; en su más reciente etapa a partir del Decreto de Obama.
Con estas victorias vamos a una gran contraofensiva para profundizar las líneas estratégicas de la Revolución Bolivariana, como la ha señalado el presidente Nicolás Maduro. En la actual coyuntura se hace imprescindible desarrollar plenamente aspectos esenciales de la transición al socialismo.
Acá se pone nuevamente en evidencia la enorme importancia que tiene la dialéctica de la lucha antiimperialista y la estrategia socialista. Ninguna de las dos sería posible de manera independiente. No podríamos alcanzar la soberanía nacional al margen de un proyecto socialista; en tanto que el socialismo es irrealizable en condiciones de dependencia externa.
A continuación, mencionaremos solo tres de estos aspectos esenciales de la contraofensiva revolucionaria. Por una parte, tenemos la necesidad histórica de crear las estructuras y mecanismos que permitan el ejercicio del poder directamente a través del pueblo, quebrar definitivamente las estructuras del poder del régimen burgués.
Asimismo, el tema económico es vital. No es solo que la independencia económica constituye una tarea pendiente de nuestra revolución, sino que la transición al socialismo requiere de una base material y productiva sólida para dar bienestar a la población y, por lo tanto, estabilidad política para dar solvencia al desarrollo integral de la nación; incluyendo el crucial ámbito de la defensa de la patria.
En lo social, tenemos el problema del bienestar en condiciones de justicia; pero igualmente relevante es también la tarea estratégica de fortalecer a la clase obrera en lo organizativo, ideológico y político; para que asuma el rol de vanguardia en la conducción de la nueva sociedad socialista, cerrando el capítulo histórico de la hegemonía de la burguesía.
Finalmente, desde la perspectiva de la Revolución Bolivariana hay absoluta claridad respecto a que la lucha por la liberación nacional y el socialismo no es un asunto exclusivamente nacional. Esta lucha reclama la unidad más amplia de las fuerzas progresistas, democráticas, patrióticas, revolucionarias del mundo. Después de todo, no se trata tan solo de combatir al enemigo común (¡y poderosísimo!) de los pueblos del mundo, sino también de enfrentar a la mayor amenaza para la paz, el progreso y la vida en el planeta.