Si los opositores venezolanos pudieran votar en la segunda vuelta presidencial de Colombia, está claro que lo harían por Rodolfo Hernández. ¡Faltaría más!
No es nada nuevo, en verdad. Ya han apoyado a especímenes peores. Además, está bien, pues. Así es la democracia: cada uno vota por quien le da la gana o contra quien le da la gana (incluso cuando el voto es simbólico porque las elecciones son en casa ajena).
Pero se trata de una conducta digna de análisis, entre otras razones porque ya es habitual, repetitiva, consuetudinaria. Esta gente respalda a quien sea –sin importar lo que piense, diga y haga ese sujeto político- con tal de que esté en contra de la izquierda o de la opción real o presuntamente chavista.
Lo significativo es que, por lo general, esas figuras también son contrarias a los principios que los opositores venezolanos dicen defender, por los que aseguran estar luchando desde el siglo pasado. Disonancia cognitiva, le dicen a eso.
O sea, que mediante los clásicos mecanismos de justificación y racionalización, nuestra oposición (es nuestra, nadie nos la puede quitar) es capaz de apoyar a cualquier troglodita, asesino declarado, fascista, neonazi, misógino o lo que sea y seguir viéndose a sí misma como “la gente decente y pensante de este país” (derechos de autor de la cumpleañera sabatina Carola Chávez).
Esta manera de actuar no se ha expresado solamente frente a elecciones. También ante golpes de Estado, invasiones, “bombardeos humanitarios”, guerras y cualquier otra confrontación que tenga o parezca tener raíces políticas.
Se preguntaba alguien en Twitter cómo iba a hacer ahora su amiga feminista de derecha (él la llamó “feminazi”, pero dejémoslo en feminista) para apoyar a Rodolfo Hernández, quien sostiene que el lugar de la mujer está en la casa, esperando al marido, cocinando, lavando y planchando, cuidando a los críos y calladitas porque así se ven más bonitas.
La respuesta a esa pregunta es: muy fácil, de la misma forma como los opositores han apoyado a cuanto bicho de uña local o extranjero le ha plantado pelea a algún izquierdista o imitación de tal.
Colombia es, en este caso, una fuente inagotable de este tipo de contradicciones.
Empecemos por el principio: ¿cómo puede alguien proclamarse defensor a ultranza de los derechos humanos y de la paz, y ser, al mismo tiempo, partidario internacional de Álvaro Uribe Vélez, responsable (hablando solo del infame caso de los falsos positivos) de la muerte de 6 mil inocentes y enterrador oficial de los Acuerdos de Paz de 2016?
Bajemos un alto escalón: ¿Qué clase de mal chiste es este de denunciar al de Venezuela como un narcorrégimen, y hacerlo desde Bogotá (la capital del primer productor mundial de cocaína) y con el respaldo del subgobierno de Iván Duque, el que cantaba vallenatos con el capo “el Ñeñe”; cuya vicesubpresidenta tiene un hermanito descarriado en el blanco negocio; el mismo que tiene embajadores de buena presencia con finca propia y narcolaboratorio incorporado?
Pero, por supuesto que las incongruencias no se refieren solo a Colombia. Vimos a los opositores que juran ser de centro, de centro-izquierda y hasta de “la verdadera izquierda”, todos ellos muy ecologistas y partidarios del desarrollo sustentable, apoyando a Jair Bolsonaro, enemigo de los pobres de Brasil (especialmente de los que votaron por él) y de los ecosistemas de la Amazonía.
Con Estados Unidos las disonancias del oposicionismo son garrafales. Durante la era Trump se volvieron tragicómicas. Denunciaban que Venezuela era un Estado forajido mientras los líderes opositores se reunían con el magnate anaranjado en conciliábulos que tenían la agenda que cabría esperar de una banda de gánsters: planificar magnicidios, secuestros, masacres, invasiones, bloqueos y robo de activos nacionales… y repartirse el botín, claro.
En las elecciones presidenciales estadounidenses casi todos los “opos” estaban a favor de la ratificación de Trump porque Joe Biden les parecía comunista (se cuenta y no se cree, pero es así). Sin embargo, cuando el ancianito dormilón obtuvo la victoria -covid mediante- se alinearon con él, a sabiendas de que fue a propósito de EE.UU. que nació el refrán criollo “ese es el mismo musiú con diferente cachimbo”.
Eso de respaldar lo que haga EE.UU. y su política de “sanciones” es de las cosas más disonantes que debe hacer cualquier opositor silvestre, pues esas medidas coercitivas unilaterales van directamente en contra de la doctrina que la derecha neoliberal ha proclamado durante décadas: la libertad de comercio, la competencia, el mercado y toda esa cháchara que con las arbitrarias represalias gringas quedo convertido en nada, ha ardido como lo que es: gamelote seco.
Así, los mismos militantes políticos que denunciaron las expropiaciones ordenadas por el comandante Hugo Chávez y las calificaron de despojo de la sacrosanta propiedad privada (aunque se hayan pagado las indemnizaciones), se tornaron en defensores del derecho de EE.UU. a cogerse los reales de la República Bolivariana de Venezuela, apropiarse de empresas gigantescas como Citgo y hasta robarse barcos cargados de gasolina en alta mar, al estilo del pirata Morgan.
De la misma forma, estas personas se olvidan de la “sacrosanta” y respaldan a EE.UU. y la UE, en su saqueo ya no solo de los fondos públicos de Rusia, sino también de los pertenecientes a ciudadanos particulares de esa nacionalidad.
Los giros impuestos por EE.UU. en las narrativas oficiales han conducido al escualidismo criollo a situaciones que llegan a ser humorísticas. Por ejemplo, es posible oír a algún opositor haciéndose solidario con las medidas tomadas contra los “oligarcas” rusos. Y pensar que son las mismas personas que dieron vivas a Pedro Carmona Estanga, admiran a Leopoldo López y a María Corina Machado o aúpan la candidatura de Lorenzo Mendoza.
Por supuesto que en esto de las disonancias cognitivas ante los dictámenes de Washington, los opositores venezolanos son apenas unos amateurs. Los profesionales son los dirigentes europeos, quienes por no desentonar han terminado aplaudiendo al nazismo que casi los borra del mapa el siglo pasado, y renunciando a comprar barato para empezar a pagar a precios de sojuzgado cliente de oligopolio.
Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea le dio una vuelta de tuerca al llamado Experimento de Festinger y Carlsmith, en el que se demostró que cuando a uno lo estafan feo, suele consolarse tratando de encontrarle un lado provechoso a la estafa. La doña, luego de exigir, siguiendo instrucciones de EE.UU., que nadie le comprara petróleo a Rusia para arruinar a Putin, ahora dice que mejor es comprárselo para que no pueda vendérselo más caro a terceros clientes.
Los opos venezolanos van a tener que esforzarse duro para llegar al nivel de la señora Von der Leyen. ¡Ánimo, que sí pueden!
Reflexión mediática
Y hablando de disonancias cognitivas, ¿qué se puede decir de los que se rasgan las vestiduras por la libertad de expresión y guardan silencio absoluto sobre el caso de Julián Assange, el director de WikiLeaks?
Ya todo lo que se sabe de su caso es escandaloso: lo persigue el “gobierno mundial” por haber revelado las barbaridades que cometieron EE.UU. y sus aliados en Irak, Afganistán y otros lugares del planeta; le violaron su derecho de asilo, aprovechando el carácter de redomado traidor de Lenín Moreno; y ahora se han difundido las confidencias de alto nivel, según las cuales la CIA tenía listo el plan para hacer lo que más sabe esa agencia estadounidense, es decir, asesinar al comunicador.
William Evanina, un exdirectivo de la CIA, confesó que «la Inteligencia de Estados Unidos tenía acceso a las cámaras de la embajada de Ecuador en Londres, a grabaciones de conversaciones dentro de la misión, a los dispositivos de las visitas y a los documentos de viaje de todos ellos, habiendo llegado a planear incluso el asesinato o el secuestro del asilado».
Pero si usted ponía las palabras “libertad de expresión” en la sección de noticias de Google la mañana del sábado 4 de junio, la primera “noticia” que aparecía era que en Venezuela, según una ONG (financiada por EE.UU.), sorprendentemente bajaron en 17% las violaciones a la libertad de expresión en lo que va de 2022, una nota de la agencia española Efe, complementada con una foto de una manifestación en Caracas por más libertad de expresión… una foto de archivo, claro, en la que se observan ocho personas: la que está hablando y siete que sostienen las letras de la palabra “censura”. El tema de Assange, que se difundió apenas el viernes, no aparecía en las diez primeras páginas de esta sección. ¡Ese algoritmo sí que sabe!