Negativa a firmar acuerdos
El humorista Graterolacho decía que era una ley adeca la contenida en el refrán criollo “perro que come manteca mete la lengua en tapara”. Adeca o no, lo cierto es que es una norma en política: la gente rara vez cambia de verdad sus posturas, y si lo hace en apariencia, a la hora de las chiquitas, vuelve a ser quien es.
Vale la reflexión para comentar la negativa del candidato-tapa de la derecha radical, Edmundo González Urrutia, a suscribir un acuerdo con todos los aspirantes presidenciales para garantizar que el resultado oficial será respetado.
Ese sector de la oposición extrema ha simulado durante algunos meses que está en la ruta electoral. Incluso, han dado declaraciones grandilocuentes diciendo que “nadie nos sacará” del camino del sufragio, como si alguien (diferente a ellos mismos o sus jefes estadounidenses) quisiera sacarlos de esa zona.
Pero todo parece indicar que cuando llegue el momento definitorio, asumirán una vez más su sendero violento. La actitud de no firmar un acuerdo para la hora poselectoral es un claro anuncio de que, una vez más, podríamos verlos cantando fraude, llamando a descargar “calenteras” y pidiendo la injerencia de fuerzas extranjeras y el desconocimiento del proceso por parte de la tan cacareada “comunidad internacional”.
“Denuncias” contra el CNE
No es casualidad que en este tiempo se hayan activado también los voceros que intentan socavar la confianza en el sistema electoral y en el árbitro, el Consejo Nacional Electoral (CNE). El deplorable papel le tocó al rector Juan Carlos Delpino, representante de un sector de la oposición, quien dirigió sus dardos contra el presidente del órgano comicial, Elvis Amoroso.
Según Delpino, Amoroso no reúne el directorio y toma decisiones unilaterales sobre temas cruciales para la marcha de las elecciones presidenciales.
Sus aseveraciones son refutadas por los hechos, por el avance del plan de trabajo de la directiva del CNE y por declaraciones de otros rectores, como Conrado Pérez, también vinculado a partidos fuera del espectro del chavismo.
Es obvio que el plan consiste en perturbar la marcha del cronograma electoral, generar dudas, atizar los viejos resabios contra el CNE, sembrados desde principios de siglo por los mismos factores partidistas, con el concurso de sus aliados mediáticos.
Intentos de calentar la calle
La paz que ha predominado los últimos meses en el país no es un buen escenario para las estratagemas de los opositores de la ultra. Para sobrevivir necesitan que haya inestabilidad, incertidumbre, odio y violencia.
Por eso en los últimos días se ha observado el rebrote de focos de alteración del orden por aquí y por allá, especialmente en la órbita de los centros penitenciarios.
Los asesores de la coalición que se hace llamar unitaria esperan que en cualquier protesta (justificada o no) pueda desencadenarse algún evento que reactive los ánimos belicosos de ciertos sectores políticos. Añoran volver a los tiempos de las guarimbas y los cacerolazos.
Como las luchas populares no son su fuerte, han procurado subirse al tren en marcha de algunas de ellas, como las protestas de los privados de libertad y sus familiares y las quejas por fallas en los servicios públicos. Corresponde a los líderes sociales no dejarse manipular por los zorros y camaleones de la política ultraderechista.
Publicidad tipo reality show
Como complemento de estas acciones destinadas a enrarecer el clima electoral, la ultraderecha desarrolla una publicidad electoral tipo reality show, en la que María Corina Machado, una dirigente que no es la candidata presidencial por encontrarse inhabilitada, realiza concentraciones en diversas ciudades y pueblos que de inmediato son embellecidas y magnificadas por el aparato mediático y de redes que sostiene esta opción política.
Uno de los aspectos más rebuscados de estos spots publicitarios son las dramatizaciones que montan para hacer ver a Machado como una líder mesiánica, que despierta el entusiasmo y la fe de la gente. El formato que se repite es el de personas que se le acercan para abrazarla y darle las gracias, mientras rompen a llorar de manera desconsolada por la situación del país y de sus familias.
Mientras tanto, el candidato nominal, González Urrutia aparece como una figura afable, un abuelito bondadoso y una persona con la salud muy afectada, al punto de costarle bastante caminar pequeños trechos. Parece que, intencionalmente, se le proyectara con el propósito de dar lástima.
Los peritos publicitarios le han diseñado una campaña personal para lavar su imagen, manchada de misoginia, homofobia, además un oscuro pasado como diplomático en Centroamérica. Se le presenta reunido con muchas mujeres y se anuncia que recibirá apoyo de la comunidad LGBTI.
Para hacer ver que es un venezolano como cualquier otro, lo han puesto a comer perros calientes en un carrito de los que usualmente venden ese producto en la calle (aunque en una locación controlada) o mordiendo una empanada en algún puesto de La Guaira. Puro marketing político.