Como una especie de Cid Campeador insepulto, el neoliberalismo pretende revivir como una opción viable para América Latina de cuando en cuando, más como imposición de un nuevo coloniaje que como construcción racional desde sectores políticos de derecha en la región.
Lógicamente, las olas de gobiernos liberales o hasta de extremas posturas políticas en defensa de dogmas como el libre mercado, que eventualmente han llegado al poder por el voto, lejos de reflexionar sobre qué proponer a sus pueblos en materia de desarrollo, vuelven con el mismo recetario que bien poco o nada ha dejado en materia de crecimiento social, industrialización o estabilidad social y política.
Impuesto a sangre y fuego, como shock económico, el neoliberalismo irrumpió como formulario de aplicación política con la llegada de las dictaduras militares amparadas por la élite estadounidense en los años 70 del siglo pasado; siendo Chile y Argentina sus principales exponentes.
Al sol de hoy, el Estado mínimo, la absoluta desregulación del funcionamiento de la economía y dejarle al mercado todo tipo de asunto, incluidos derechos fundamentales como la salud, educación, alimentación, entre otros, con privatizaciones irracionales y masivas; con el pasar de los años solo dejaron hermosos números macroeconómicos sin sustento social de desarrollo, es decir sin ningún tipo de avance sustancial, sostenible.
De hecho, si algo demostró la pandemia Covid19 es la errónea visión de que aspectos tan esenciales para la vida como la salud puedan ser totalmente llevados a la lógica del mercado, teniendo en este caso los Estados que asumir la mayor o casi toda la carga de responsabilidad ante los estragos de esta etapa que no han terminado. La conclusión es que la salud es un derecho fundamental y no una mercancía.
Otro aspecto es la educación, que de suyo desató la ola de protestas en la República de Chile al punto de generar un cambio de gobierno por vías electorales; a pesar de las dudas razonables que ha generado el gobierno de Gabriel Boric sobre sus reales compromisos con un cambio profundo y acoplado con los anhelos de quienes protestaron en 2019.
La educación fue uno de los elementos disparadores, dada la privatización del sistema educativo de ese país, al punto de que quien pretenda avanzar en el estudio de una carrera universitaria, sin tener recursos, tiene que hipotecar su vida en los bancos con créditos indexados cuyos intereses jamás termina de pagar. Cargando toda su vida con una deuda que implica un gran negocio para la banca y casi la condena de no poder tener una vida digna, de progreso y de bienestar para quienes, sin ninguna otra posibilidad a mano, optan por estas fórmulas neoliberales en todo sentido.
En el caso de Ecuador, la situación actual es una deriva de las mismas causas de la protesta social de 2019 contra el entonces gobierno de Lenín Moreno, elevación del costo del combustible a precios internacionales, alto costo de la vida, inflación y desempleo fueron creciendo al calor de un ejercicio de gobierno que, traicionando las banderas de la Revolución Ciudadana, procedió al desmonte de toda política social; con un programa neoliberal que condujo a mayor desigualdad, pobreza y muy poco desarrollo humano o económico.
La llegada de Guillermo Lasso al poder, fruto de la división ante las posibles opciones de regreso de una visión progresista y de izquierda al gobierno, no traía aparejado más que las viejas y fracasadas fórmulas neoliberales que en la región no tienen ni un solo ejemplo de economía industrializada, en crecimiento, con desarrollo humano pleno, pleno empleo y disminución de la pobreza; después de más de 50 años de implementación pura y dura en la región.
Mucho menos cuando estos proyectos cuentan a sus anchas con un amplio apoyo del sistema financiero internacional, cosa propia de asumir semejante recetario de manera dogmática, recibiendo ingentes recursos para programas que resultan un completo fiasco cuando se observa el balance total.
Como banquero de profesión, Lasso se encargó de hacer oídos sordos a las advertencias vistas en 2019 y decidió acelerar a fondo la implementación de una serie de reformas que, aunque en principio parecían más racionales, resultaron en más de lo mismo.
Privatización del emblemático Banco del Pacífico, reforma laboral que desreguló casi todas las relaciones laborales existentes, reforma tributaria de maquillaje que no es proporcional en el trato a las grandes mayorías de esa nación con respecto a quienes poseen grandes riquezas; todo esto llevó en poco tiempo a una reducción importante de la popularidad del Presidente ecuatoriano.
Y es que con la única excepción de un plan de vacunación exitoso al punto de ser respaldado por su pueblo, el resto culminó siendo promesas incumplidas. La reforma laboral por ejemplo no ha ayudado ni al empleo, ni a la mejora del poder adquisitivo y menos al desarrollo humano; y en cuanto a la reforma tributaria poco o nada se ha visto en forma de impacto positivo; es decir políticas públicas para beneficio de todo el pueblo ecuatoriano y no de pequeños grupos, los mismos de siempre.
A ello de manera obligada hay que sumarle el impacto directo de la demencial estrategia de la élite de EEUU, de sacar del sistema capitalista mundial a la Federación de Rusia y a la República Popular China, con una sistemática acción de bloqueo que genera tal anomia internacional; que cualquier situación impacta en las frágiles economías de nuestra región.
Por ejemplo, Ecuador es uno de los principales productores mundiales de banano (cambur), cuyo principal cliente es la Federación de Rusia. Las sanciones contra el país eslavo dejaron sin posibilidad de transportar y por ende exportar cientos de toneladas de este producto; causando pérdidas irreparables a toda la cadena comercial.
Sin embargo, y dada la raíz neoliberal del gobierno de Lasso, las mejores ideas que pudieron ocurrírsele ante este contexto fue la cuasi internacionalización del precio de todos los combustibles y dejar al libre albedrío del mercado los precios de todo tipo de bienes y servicios esenciales para la vida, sin mayor intervención siquiera reguladora del Estado.
Allí las raíces que explican la actual tensión social y política, que siempre se asocia al fracasado modelo neoliberal.