Según Chatham House, un reconocido ‘thinktank’, hay un “divorcio nacional” en Estados Unidos, una balcanización, generando un escenario similar a la guerra civil acaecida en ese país entre 1861 y 1865
Hablamos en nuestro último escrito, aquí en el Cuatro F, sobre los problemas internos de Estados Unidos, sobre la guerra híbrida que se vislumbra en su horizonte social, político, e inclusive de la posibilidad que ese país colapse y viva una balcanización.
El término balcanización se ha empleado mucho, sobre todo desde inicios de este siglo XXI, para referirse al desmembramiento de Yugoslavia.
Pero, ¿qué sabemos de la balcanización realmente? Cuando hablamos de balcanización, normalmente, nos referimos al desmembramiento de un Estado en unidades pequeñas, étnicamente homogéneas y enfrentadas entre sí.
Se aplicó a inicios del siglo pasado cuando se desintegró el Imperio Otomano y nacieron nuevos países en la península de los Balcanes. El término suele utilizarse despectivamente, sobre todo en este siglo, luego del ataque de la OTAN contra Yugoslavia.
Historiadores versados en el tema suelen referirse a cuatro olas de balcanización, más allá del ya referido proceso con el Imperio Otomano. Dicen que la primera fue la disolución del Imperio español en América, entre 1810 y 1821, cuando los cuatro virreinatos españoles se fragmentaron en quince repúblicas. Una segunda, que le otorga el nombre, término, coincide con el hundimiento del Imperio otomano, fue cuando finalizó la Primera Guerra Mundial.
Hablan de un tercer momento, cuando se produjo la independencia de las colonias que Gran Bretaña y Francia tenían en África, Asia. La última fue la ya referida, el desmembramiento de Yugoslavia.
Por eso nos llamó la atención cuando el Chatham House, un reconocido ‘thinktank‘ (laboratorio de ideas) radicado en Gran Bretaña, habla de un “divorcio nacional” en Estados Unidos, de una balcanización, de un escenario similar a la guerra civil acaecida en ese país entre 1861 y 1865.
Según el citado think tank, actualmente existen «dos Estados Unidos», que quizá sean tres, debido al enorme control bipartidista de Israel en su Congreso.
El Royal Institute of International Affairs, nombre oficial y formal del Chatham House, publicó que “EEUU se encamina a un divorcio nacional cuando existe una creciente fractura en su sociedad y en su política, como reflejo de las líneas de batalla de su añeja guerra civil y que su elección puede empeorar”.
Para sostener su posición emplea una serie de cifras y datos reafirmando que “se habla (sic) de que se fabrica otra guerra civil en su futuro cada vez más balcanizado cuyas consecuencias probablemente lo empujen a mirar hacia adentro, preocupado con sus divisiones internas sobre la migración, raza, desigualdad y temas de identidad de género y sexuales».
De acuerdo a la visión de Chatham House, la balcanización en «dos EEUU va más allá de las preferencias en las urnas electorales, tiene que ver con la política externa, por ejemplo, ante el tema de Palestina; el 61% de los demócratas liberales creen que Israel ha ido muy lejos en su operación militar contra Hamás, mientras que del otro lado ese rechazo es compartido sólo por el 8% de los republicanos conservadores».
A eso se suman, como se ha dicho anteriormente, las tensiones raciales, y políticas; ya Trump reiteró que la única posibilidad de que perdure la paz es que él sea el ganador de las elecciones presidenciales.
Por eso, con algunos Estados como California, Texas, asomando la posibilidad de una secesión, la posibilidad de una balcanización está dentro de las posibilidades.
Reiteramos, esto no será como en la guerra civil del siglo 19, esto se da de otras formas, a través de desconexiones económicas, estatales, legales, con otras narrativas, con la búsqueda de más autonomía, con gente que reniega del poder federal e interpone demandas; con el recorte de facultades al poder central, con las grandes corporaciones actuando para incrementar sus ganancias y poder.
Pero es así, es híbrida. El problema es cuándo y cómo sería el desmembramiento. Es tan así que, en medio de la diatriba de funcionarios del gobierno de Biden contra China, del provocador apoyo de Washington a Taiwán en sus divergencias con Pekín, un grupo de los principales empresarios norteamericanos se reúnen con Xi Jinping en China.
Pero volviendo a la balcanización, a lo que «popularizó» el término, es bueno recordar que el 24 de marzo de 1999, sin ser aprobado por el Consejo de Seguridad de la ONU, fuerzas aéreas y navales de la OTAN atacaron con bombas y misiles a la entonces República Federal de Yugoslavia, que ya para entonces estaba integrada sólo por Serbia y Montenegro.
Los brutales ataques se efectuaron durante 78 días. Cifras oficiales, de la OTAN por ejemplo, hablan de 2.500 muertos, incluidos 87 niños, y daños materiales evaluados en 100.000 millones de dólares.
Recordemos que se emplearon 9.160 toneladas de explosivos, unas 15 toneladas de la munición contenían uranio empobrecido.
Hubo ensañamiento contra ese país. Los ataques de los aviones otanistas, sus misiles, lanzados desde buques en el mar Adriático, destrozaron depósitos de agua y combustible, puentes, fábricas de automóviles y electrodomésticos, trenes de pasajeros, plantas químicas y refinerías de petróleo.
Una víctima de esa arremetida fue la embajada de la República Popular China en Belgrado.
Por cierto, Pekín asegura que no olvida la deuda de sangre que tiene la OTAN con la nación china por ese ataque.
“No hemos olvidado la deuda de sangre que la OTAN tiene con el pueblo chino al bombardear la embajada china en Yugoslavia. Los países de Asia-Pacífico no dan la bienvenida a una máquina de guerra, y menos aún a una versión de Asia-Pacífico de la OTAN que aviva la confrontación entre bloques o una nueva Guerra Fría”, publicó hace unos meses en las redes sociales un portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino.
Claro, el Muro de Berlín había caído. La potencia hegemónica necesitaba hacer sentir su poder, necesitaba hacer saber que estaba por encima del ordenamiento institucional imperante.
Necesitaba hacer saber que no se detendría en nada para hacer valer sus objetivos, sus caprichos, sus intereses. Sabía que no tenía contrapeso.
Se inició un nuevo periodo de dominación, el apogeo de la unipolaridad. Otro paso lo veríamos luego con las invasiones de Afganistán e Irak.
Y, apareció un nuevo protagonista en esta forma de invasión: los grandes medios de comunicación.
Siempre participaron, pero tenían otro rol. Reforzaban mensajes, creaban opinión, pero nunca eran parte de la ofensiva. Manipularon, crearon una realidad virtual, como nunca antes en la historia.
Jamie Shea, por aquellos días portavoz y jefe de Prensa de la OTAN, afirmó que «los partes informativos replicaban la verdad de la OTAN: los muertos kosovares siempre eran una masacre étnica de civiles, mientras que los civiles serbios muertos nunca existían. Las viudas y huérfanos entrevistados siempre eran albaneses o bosnios».
Para Pascual Serrano, «una diferencia con el panorama mediático actual es que entonces los únicos medios eran occidentales, no había acceso a medios internacionales rusos, latinoamericanos, iraníes, libaneses o chinos, como hay ahora. Es decir, éramos más fáciles de engañar».
Un hecho que grafica plenamente lo que decimos, ocurrió el 22 de abril, cuando se bombardeó las instalaciones de la Radio y Televisión de Yugoslavia (JRT), allí murieron 16 trabajadores.
Jamie Shea, portavoz de la OTAN, justificó el ataque porque «su labor estaba más allá de la profesionalidad y la ética periodística«.
La realidad es que JRT difundía todas las imágenes de los bombardeos, allí se veía que los objetivos no eran sólo militares, que morían muchos civiles, que el armamento empleado no era inteligente. El bombardeo a JRT sentó un precedente que luego la OTAN, Estados Unidos, seguirían en todo el mundo con medios y periodistas incómodos.
Igual ha sucedido con las relaciones internacionales, con la correlación de poderes, con la pérdida de protagonismo europeo.
Augusto Zamora, diplomático nicaragüense, coincide en que esa agresión fue parte de lo que «preconizaban el New American Century, según el cual el siglo XXI, después de la destrucción de la URSS, debía ser un siglo estadounidense con EEUU como hiperpotencia, se quiso redibujar el mundo para acomodarlo a la visión unipolar de EEUU, una visión mesiánica y que tiene no pocos elementos en común con el sueño de los 1.000 años del III Reich».
Un detalle, en 1999 se creaba la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) y el euro se acababa de aprobar como moneda común.
“El euro como la PESC eran considerados por EEUU como una amenaza a su proyecto, Washington encontró en Kosovo la ocasión para lanzar una guerra y alinear a la UE con sus tesis…Después de la agresión la PESC desapareció. El euro nació golpeado. EEUU puso en marcha su objetivo estratégico: la ampliación de la OTAN hasta las fronteras con Rusia. Aquella no fue una guerra improvisada, jamás estuvieron en juego los derechos humanos. Pero la guerra cumplió con los objetivos de los impulsores del New American Century y esto llevó al final a la guerra en Ucrania”.
A partir de ahí, Estados Unidos inició una serie de agresiones. Yugoslavia fue el primer punto, de allí siguieron Afganistán, Irak, Siria; más allá de otros conflictos de menor intensidad.
Estaban ya en modo hiperpotencia, en plan de potencia hegemónica. El problema para ellos es que no consideraron, quizá por arrogancia, o por miopía de sus laboratorios de ideas, que surgirían otras grandes potencias.
Esas potencias no estaban dispuestas, como los europeos, a seguir todos sus designios y caprichos.
«Daban por hecho que Rusia estaba muerta, China domada y Europa bajo la bota de la OTAN; el campo estaba abierto para EEUU. Pero esa secuencia se rompe cuando Rusia empieza a reaccionar; primero en Georgia para parar el proyecto de incorporarla a la OTAN y luego, aún más determinante, en Siria”, dice Zamora.
Pero China y Rusia crecían económicamente, acumulaban fuerza interna, establecían alianzas, y ante la prepotencia norteamericana entendieron que debían confrontarla con inteligencia, con visión estratégica.
«Tan es así que, en 2018, Washington cambia de estrategia; el vector Asia-Pacífico lo denomina ya Indo-Pacífico y en 2021 se retira de Afganistán. Se olvida del plan de hiperpotencia y plantea una estrategia basada en la construcción de una red de alianzas vitales para hacer frente al resurgir de Rusia y a la emergencia contundente de China. Y en esas estamos«, concluye el diplomático.
En esas estamos, efectivamente. Ya hoy existen los BRICS, Europa, la Europa bajo tutelaje norteamericano, vive una crisis económica y social que no se detiene.
El Medio Oriente dejó de ser funcional a Washington, ante el avance de China y Rusia. Pero, sobre todo, los conflictos internos en Estados Unidos van en aumento, pese al manejo mediático e institucional que pretenden darles a las cifras de empleo que maquillan.
Las fuerzas que reclaman independizarse del poder central aumentan, la polarización también. El término balcanización resuena en muchas mentes.