En una consulta realizada a un experto en materia de filosofía política y militar, sobre las decisiones tanto de EEUU como de Alemania de suministrar tanques Leopard y Abrams a las fuerzas militares de Ucrania, con claridad me expresó que tal asunto podría responder a tres elementos claros:
a) Procuran el acoplamiento operativo de la maquinaria de guerra ucraniana con la propia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); b) Buscan extender la batalla en tiempo y espacio hasta recuperar los territorios que hoy se han declarado parte integral de la Federación de Rusia al extremo oriente; c) Fortalecen el negocio de la guerra ya que todo el armamento suministrado a Ucrania generará un compromiso financiero importante; teniendo que saldar dicha deuda en el marco de una guerra cuya prolongación beneficia concretamente al aparato militar industrial.
Y es que, sin dudas, la narrativa de EEUU, la OTAN, y la derivada del reciente Foro Económico Mundial de Davos deja ver el plan no solo de arrastrar a la Federación de Rusia a un guerra en Ucrania ―dado el incumplimiento de los Acuerdos de Minsk de 2015―, sino además dirigir todos los esfuerzos para excluirla totalmente del sistema económico occidental, reinsertando así la influencia principal de EEUU sobre Europa y aniquilando todos los proyectos de suministro de gas a través del Nord Stream I y Nord Stream II.
Por supuesto, y ante lo gigante del país eslavo y sus ramificaciones como proveedor de energía y otros materiales esenciales para la reproducción económica, y de la vida en general (maíz, trigo, tierras raras, bauxita, entre otros), en un contexto de globalización liberal; pretender lo declarado por la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en cuanto a generar que «Rusia tenga al menos diez años de recesión económica», implica prolongar los esfuerzos de guerra de manera indefinida, con las consecuencias geopolíticas que esto pueda tener ante una eventual expansión que parece inevitable.
En lo anterior se presentan dos dispositivos que deben generar suficientes alertas.
Por un lado hemos observado la trama desarrollada en torno al tema de la Guerra de Ucrania y declaraciones que, por muy irreales que pudieran parecer, dejan ver que el escenario de un acuerdo diplomático como el de Minsk no fue más que una trama para garantizarle tiempo a Ucrania y consolidar así, tanto su régimen interno, que llegó por vía de un golpe de Estado previa revolución de colores victoriosa, como prepararla como carnada militar para un eventual enfrentamiento con la Federación de Rusia; echando por tierra la voluntad real de dar cumplimiento a lo acordado.
Tal maniobra fue confirmada por personajes como la excanciller de Alemania, Angela Merkel, o el expresidente de Ucrania, Pietro Poroshenko, desatando un debate profundo sobre el socavamiento de la diplomacia como fórmula real de solucionar conflictos políticos, y más bien ahondando una pandemia que es letal en política exterior: la desconfianza.
De hecho, y en su momento, la portavoz de la cancillería rusa, María Zajárova, afirmó tajantemente que occcidente «… simuló adherirse a la resolución del Consejo de Seguridad, pero en realidad suministró armas al régimen de Kiev (…) ignoró todos los crímenes cometidos por el régimen de Kiev en Donbass y Ucrania, en función de un golpe decisivo contra Rusia».
Tal estrategia incluso resulta una contradicción profunda, cuando Angela Merkel afirma que sería imposible un tratado de seguridad Europea del cual Rusia no forme parte; aseveración que no sabemos si viene cargada de verdad o es simplemente una nueva maniobra discursiva.
El segundo dispositivo es aún mas claro, y no por eso menos preocupante. La expansión de la guerra a otras zonas del mundo ―advertida en su momento por el Presidente de la República Nicolás Maduro― no es solo una hipótesis, sino que como derivación de esta guerra lo estamos constatando.
Fuertes indicios hacen ver que el contexto de la Guerra de Ucrania ha sido aprovechado por el Estado de Israel para ejecutar un ataque con drones hacia instalaciones militares de la República Islámica de Irán con dos escenarios a la vista muy claros y muy beneficiosos para quienes buscan expandir aún más el conflicto en Europa del Este.
En primer lugar, las propias acciones del Gobierno israelí de Benjamin Netanyahu para evitar que siga creciendo la capacidad núclear de Irán, país que ha afirmado de manera constante que dicho proceso responde a objetivos pacíficos y no a la construcción de armas nucleares. En segundo lugar, un mensaje muy claro para que Irán no suministre apoyo de ningún tipo a la Federación de Rusia; en un inicio de 2023 que parece marcado hacia un escalamiento sobre las naciones que tienen vínculos estratégicos con Moscú.
Sean cuales fueren las razones de fondo, de hecho, todo hace pensar que Washington ampara y apoya una estrategia clara para obstaculizar todo apoyo posible a Rusia y que, en esta fase, maniobran para cerrar el cerco junto al acrecentamiento de acciones bélicas en el territorio ucraniano.
De igual forma, la creciente tensión en Asia-Pacífico no responde a otra cosa que un frente de guerra, por ahora de baja intensidad, donde EEUU y la República Popular China se disputan algo más que el estrecho de Taiwan. Resulta que por allí circulan, como sangre para el sistema capitalista globalizado, semiconductores y micro chips; cuyo aporte a la inteligencia artificial, en una industria que produce 500mil millones de dólares al año y que ya hace presencia real en el siglo XXI planetario, procurando modificar el sistema mundo y toda relación social existente; resulta ser clave para el avance o retroceso económico de las naciones, así como sus aparatos industriales militares.
Evitar que China gane la batalla en este campo implica enrarecer el panórama en su área vital, así como lanzar advertencias, a quien quiera escucharlas, sobre alguna expansión geopolítica hacia una América Latina vista como patio trasero desde Washington; a tenor de las afirmaciones de la Jefa del Comando Sur, Laura Richardson.
Así va un conflicto que se expande cada vez más, con consecuencias cada vez más difíciles de pronosticar.