Los sucesos del 11 y 12 de abril del 2002 desnudaron, ante el mundo, que el imperialismo estadounidense continuaba considerando a Venezuela como una colonia más bajo su férrea hegemonía.
El golpe de Estado contra un naciente gobierno democrático, participativo, protagónico y de signo popular buscaba dejar claro que Washington no iba a tolerar ninguna desobediencia a su dictadura.
Pero el alma del pueblo de Guaicaipuro y Simón Bolívar requería, mandaba y, sobre todo, necesitaba otra cosa. Nuestro pueblo IndoBolivariano había parido un líder a la altura de inmensas transformaciones. Y ese pueblo también se había renacido a sí mismo.
Por eso, la misión colonial de continuar engañando, humillando y asesinando al pueblo revolucionario fue revertido en pocas horas. Por primera vez en la historia un presidente secuestrado por el imperialismo tuvo que ser reconocido, liberado y repuesto en la primera magistratura del país.
El 13 de abril de 2002 el mundo vio con sus propios ojos que ningún pueblo valiente, consciente y hermoso puede ser derrotado por un imperio, por más racista que fuera.
El 13 de abril de 2002, Venezuela mostró al mundo que la aleación de pueblo y ejército patriota es invencible. Esa fecha el pueblo salvó al pueblo de una balcanización como la de Yugoeslavia o Checoslovaquia, de un magnicidio como los perpetrados en Chile, Libia o Irak, o de una ocupación infinita como la de Puerto Rico. Ese día los humildes dimos un imborrable ejemplo de valentía al mundo. Y una muestra de paciencia, ternura y conciencia estratégica.
Por: Ángel Rodríguez