A lo largo de la historia de la humanidad, la lucha contra el colonialismo ha sido una de las banderas más importantes de los pueblos que batallan por la libertad. A través de esta lucha se fue sepultando este flagelo progresivamente en América Latina, África y Asia, a raíz de lo cual fueron surgiendo Estados independientes. En el siglo XIX nuestro Simón Bolívar, el Libertador, fue la figura descollante de esas luchas. Después de la creación de la URSS en el siglo XX, ésta jugó un papel destacadísimo en el desmembramiento de los sistemas coloniales francés, inglés y portugués en África y en Asia.
En la medida en que se fue replegando la forma de dominación colonial con su control territorial absoluto, sometimiento político, instituciones apéndices de los centros poder extranjeros y saqueo económico, fueron surgiendo nuevas formas de sumisión a partir del poder establecido por los Estados imperialistas y las corporaciones transnacionales.
A partir de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, fue surgiendo el sistema imperialista descrito formidablemente por Lenin en su obra: El imperialismo, fase superior del capitalismo.
El saqueo y la dominación fueron desarrollándose con nuevos métodos más sofisticados y de mayor rentabilidad. Se fue tejiendo un riguroso y voraz mecanismo de dependencia de las naciones más débiles en relación con las mas fuertes.
En lo político, las naciones más débiles cayeron en los espacios de influencia de las naciones imperialistas, en muchos casos manteniendo la lógica geográfica de los poderes coloniales. Su independencia política en esas nuevas condiciones es muy limitada. Incluso, las elites políticas y económicas domésticas respondían a los intereses imperiales. Los instrumentos de presión son muy poderosos. Se ubican básicamente en el campo de la economía y de la coerción militar.
Por una parte, las naciones que no se doblegan al dictado de las potencias son objeto de prácticas comerciales y financieras ilegales, que conducen a la inestabilidad y la caída productiva, con todas las consecuencias sociales y políticas que eso trae consigo.
El mayor mecanismo de presión económica es el bloqueo, que aplican las naciones imperialistas atropellando el derecho internacional y los principios éticos más elementales. Con este bloqueo, las economías son sometidas a sistemáticos procesos de destrucción económica, con la consiguiente caotización del país.
Además, se cuenta con la hegemonía del dólar estadounidense, el peso de la deuda externa, la condicionalidad de los préstamos del FMI, la presión política y económica de las trasnacionales para determinar el rumbo político y económico de las naciones más débiles.
Por otra parte, a través de amenazas o, incluso, intervenciones militares, se trata de obligar a las naciones independientes a retronar o a permanecer en la órbita de influencia de las potencias imperiales. Para ello, estas últimas gozan de un gigantesco poderío militar, de bases militares a lo largo de todo el planeta y de la complicidad de países parias, que se prestan para todo tipo de tropelías contra las naciones que pugnan por su libertad.
No podemos olvidar, obviamente todo lo referido a la dominación ideológica y cultural. Verdaderos aparatos de guerra psicológica, gigantescos aparatos corporativos mediáticos, toda una industria de cine y entretenimiento, la educación con sus códigos cargados de una enorme dosis de transculturización; todo ello conduce la subordinación de los pueblos, que asumen la cultura y los intereses foráneos y enemigos como los suyos.
Este sistema de dominación neocolonial se ha convertido en la principal traba para el desarrollo de los pueblos. Se somete a la inmensa mayoría de las naciones a condiciones de subdesarrollo, evidenciado que éste último no representa una etapa del desarrollo, sino que es una consecuencia directa del desarrollo de las naciones imperialistas. Es decir, que hay naciones pobres, porque otras acumulan grandes fortunas a costa de aquellas.
En los actuales momentos, la lucha contra las nuevas formas de neocolonialismo, que practica el ahora llamado Occidente Colectivo contra el Sur Global, constituye uno de los principales puntos de la agenda política internacional de las fuerzas progresistas del mundo.
Recientemente se celebró un Foro internacional en Moscú para la articulación internacional de las luchas contra el neocolonialismo. Resulta muy significativa la determinación, con la que una potencia como Rusia y su presidente Vladimir Putin asumen esta tarea. A su vez, es importantísimo el hecho de contar con una potencia de esas magnitudes en la construcción de un orden mundial que excluya para siempre las formas de dominación neocoloniales.
La unidad es indispensable para derrotar a un enemigo tan poderoso como el imperialismo. El diseño de un nuevo orden mundial basado en la cooperación, la justicia, la autodeterminación de los pueblos, el multilateralismo, es de primordial importancia para derrotar la hegemonía imperialista yanqui.