
La luna de miel de este Trump, yendo y viniendo con cientos de acciones, no resuelve el asunto de fondo de un declive estructural de esa hegemonía hoy en franco proceso de avance, bajo una teoría que no funcionó hace más de cincuenta años y menos aún en un mundo totalmente distinto
“La historia se repite dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa” es una frase de Karl Marx, que aparece en su obra El 18 brumario de Luis Bonaparte, y que resulta muy adecuada en momentos cuando desde Washington se pretende imponer cuestiones absolutamente anacrónicas como lógicas de negociación política, en medio de la diplomacia por la fuerza con la cual quieren lanzar garrotes y zanahorias por doquier.
La llamada «teoría del loco» aparece como razón para explicar los ires y venires de la administración estadounidense en manos de Donald Trump, desesperada por parar el declive hegemónico estructural que padecen y en el proceso procurar ejercer presión a quien crea que puede ceder ante sus pretensiones.
Esa teoría, que hace recordar el mensaje de Marx, fue implementada ampliamente por el gobierno de Richard Nixon en una especie de lógica de política exterior para tratar de salir del atolladero de la guerra que le hicieron al valiente pueblo de Vietnam. Bajo esta teoría, Nixon era presentado como una especie de «loco» capaz de hacer lo que fuera para obtener una supuesta «paz con honor» sobre esa intervención militar, con bombardeos masivos de racimo contra pueblos civiles e incluso amenaza de usar la bomba atómica.
Toda esa lógica, para los laboratorios de ideas de EE.UU., logró su objetivo de «imponer» el mismo tratado de paz que casi diez años antes ofrecía el gobierno de John Fitzgerald Kennedy, cuestión que confirma lo gracioso de esta tesis ya que, fuera en el tiempo que fuera, la derrota en la guerra de Vietnam estaba cantada; ya que el gran error del imperio estadounidense en su máximo esplendor fue creer que podía imponer sus determinaciones a todo pueblo. Vietnam los derrotó de manera terminante.
Esa teoría, ayer como tragedia, hoy se presenta como comedia en la forma de un «loco» que decide cosas propias de repartir garrotes y zanahorias.
En el caso de Venezuela, posiblemente alguien o grupos pudieron convencerle del chiste de reinsertar una política de máxima presión hacia Venezuela, bajo el argumento que «ahora sí» va a cambiar el régimen político del país bolivariano, incluso afectando directamente a empresas de su propio país, como Chevron.
Esta comedia de historia repetida viene luego de un proceso de conversaciones que al parecer avanzaban positivamente entre los gobiernos de Trump y Maduro, pero ahora abruptamente alterada por esta decisión que, aunque desconocemos el objetivo final, no es más que una pretensión de agresión hacia Venezuela.
Todo esto acompañado de torpes operadores políticos que se presentan felices ante esta decisión y creen con ello poder alterar la situación institucional de Venezuela, o la existencia de un clima de paz y estabilidad nacional que nadie nos regaló sino que nos hemos dado a pulso, enfrentando desafiantes todo tipo de ataques.
En realidad, la Diplomacia Bolivariana de Paz al sol de hoy es y será con habilidad dispuesta para asumir cualquier circunstancia, incluyendo la disposición de acciones para no detener el proceso de recuperación productiva en el ámbito petrolero con el respaldo de factores de ese nuevo mundo que ya irrumpió y se presenta indetenible en la construcción de un modelo alternativo a la arrogante unipolaridad.
Lo mismo, esta teoría del «loco», sucede en otros casos. Un ir y venir con los Estados Unidos Mexicanos, quienes tienen que lidiar con las amenazas arancelarias de Trump cuyas consecuencias no se van para un solo lado.
La Presidenta Claudia Sheinbaum ha sido bastante hábil en el manejo de este asunto, sabiendo lo que tiene esa nación para su propia defensa y el manejo de política exterior que se maniobra desde la Casa Blanca.
Otro tanto pasa con la Federación de Rusia a la cual se amenaza con una nueva oleada de sanciones de no acceder a una paz con Ucrania, como si semejante cosa pudiera generar algún efecto en la política real.
En tal sentido, se ha expresado el Secretario del Tesoro de EE.UU., Scott Bessent, quien amenaza con «ir a por todas» con sanciones a la energía rusa para lograr un alto el fuego en Ucrania.
«Esta Administración ha mantenido las sanciones reforzadas y no dudará en ir ‘a por todas’ en caso de que sirvan de palanca en las negociaciones de paz«, ha manifestado de manera abierta, advirtiendo así la lógica de agresión como una especie de dispositivo para lograr algo positivo en el proceso de negociación de una paz que resulta una capitulación; ya que la guerra contra Ucrania fue generada por EE.UU. y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y ellos son los grandes derrotados.
Por supuesto, la respuesta no se ha hecho esperar, ya que el propio presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha afirmado que ellos no tienen nada que ceder ante nadie y construirán un proceso de paz asociado a sus intereses estratégicos y con capacidad de convertirse en algo perdurable en el tiempo y no caprichoso.
Por su parte, las amenazas a la República Popular China, con aranceles y nuevas advertencias, ha sido respondida de manera clara por el propio canciller chino, Wang Yi, quien ha defendido a su país afirmando que nadie puede pensar que se pueden construir buenas relaciones a partir de acciones de esta naturaleza.
«Ningún país debería fantasear con que puede reprimir a China y al mismo tiempo mantener una buena relación con China (…) Esos actos hipócritas no son buenos para la estabilidad de las relaciones bilaterales ni para construir la confianza mutua (…) [Beijing] tomará contramedidas en respuesta a la presión arbitraria«, advirtió el funcionario de ese país.
Estos tres ejemplos, básicamente afirman que la luna de miel de este Trump, yendo y viniendo con cientos de acciones, no resuelve el asunto de fondo de un declive estructural de esa hegemonía hoy en franco proceso de avance, más allá de la retórica y pretensiones de agresión, bajo una teoría que no funcionó hace más de cincuenta años y menos aún en un mundo totalmente distinto.
Ninguna nación que tenga claros sus objetivos dejará que le afecte significativamente este tipo de accionar, siendo obligatorio para Washington asumir posturas más constructivas, comprendiendo que el mundo actual es muy distinto a aquel de hace siete años, sumado a que no todos están dispuestos a caer en chantajes o ceder ante amenaza alguna.
Las locuras anacrónicas solo tienen un resultado, ya sabido. La derrota.