
Si el orden mundial que viene será multipolar entonces la élite de poder de EEUU hará lo posible e imposible para mantener una hegemonía de liderazgo en este proceso de reorden
No han sido pocos quienes han despachado como locuras las declaraciones del electo presidente de EEUU, Donald Trump, en referencia a una lógica de expansión territorial que va de la mano con la disposición de una especie de diplomacia por la fuerza para hacer valer los intereses de un EEUU llamado a ser grande de nuevo de acuerdo a esta nueva administración.
En realidad tales aseveraciones no son locuras, sino propias de un plan expansivo que, para América toda implica una nueva etapa de la doctrina Monroe, cuya aplicación ha resultado nefasta para conducir una relación armoniosa con lo que ellos denominan su patio trasero con la consecuencia de convulsiones en una América Latina resistente, levantisca y atropellada por esta imposición de «pax americana» hoy caduca.
Todo esto parece venir aparejado de un nuevo orden mundial que se está desarrollando con movimientos sísmicos en todas las placas tectónicas; y donde solo las naciones fuertes en su masa interna y capaces de resistir cualquier agresión externa podrán sobrevivir en una posición positiva, e incluso de liderazgo regional, frente a los tres polos de poder mundial hoy ineludibles (China, Rusia y EEUU).
En todo caso, sería básicamente errado minimizar las declaraciones de Trump como si fueran fruto de locuras, cuando componen elementos de carácter estratégico y planes bipartidistas trabajados por años, considerando que si el orden mundial que viene será multipolar entonces la élite de poder de EEUU hará lo posible e imposible para mantener una hegemonía de liderazgo en este proceso de reorden.
De hecho, tal propósito viene de un programa elaborado durante varios años de estudio y con la presencia de diversos investigadores multidimensionales agrupados en la Heritage Foundation, que tiene un Proyecto de Transición Presidencial denominado «Project 2025» que promueve en su aspecto más básico el reposicionamiento del poderío estadounidense en declive constante, ahora tomando control sobre territorios desde una visión de su propio «espacio vital» que les restaure como hegemón, comenzando con la propia América como su continente a dominar.
Esto implica temas como el control de Groenlandia (virgen en hidrocarburos no explotados) y Canadá, el golfo de México (con grandes reservas de petróleo) así como el Canal de Panamá que desde el año 2000 forma parte de esa nación al ser traspasado dando cumplimiento al tratado Torrijos-Carter, ampliamente criticado por el presidente Donald Trump.
Todo esto es complementario a la entronización de una especie de «Donald Trump 2.0» dispuesto a cambiar todas las relaciones actuales en el ámbito internacional, asociadas a la agenda 2030 y a la globalización como proyecto hegemónico estadounidense que riñe con los sentimientos del nuevo inquilino de la Casa Blanca.
En uno de sus más recientes artículos, denominado «Te voy a hacer MAGA Baby» el periodista y experto en geopolítica, Pepe Escobar, hace una descripción detallada de las ambiciones de este Trump versión 2025:
«El objetivo de Trump 2.0 es controlar el sistema financiero mundial, el comercio mundial de petróleo y el suministro de gas natural licuado, así como las plataformas mediáticas estratégicas. Trump 2.0 se está preparando para ser un ejercicio ampliado de la capacidad de hacer daño al otro. Cualquier otro. Adquisiciones hostiles, y sangre en las vías. Así es como «negociamos».
Bajo Trump 2.0, la infraestructura tecnológica global debe funcionar con software estadounidense, no solo en el frente de los beneficios, sino también en el del espionaje. Los chips de datos de IA deben ser solo estadounidenses. Los centros de datos de IA deben ser controlados solo por Estados Unidos.
¿»Libre comercio» y «globalización»? Eso es para perdedores. “Bienvenidos al mercantilismo neoimperial y tecnofeudal, impulsado por la supremacía tecnológica estadounidense”.
En tal contexto sería profundamente torpe despachar tales visiones como propias de un extravagante Donald Trump. Esto está tan alejado de la realidad que cada movimiento anunciado, por muy arbitrario que parezca, viene acompañado de su componente geopolítico.
Viendo esto último, la razón de querer tomar Groenlandia y Canadá tiene componentes de recursos, geoconómicos y geopolíticos. Presentar un mapa apenas con estos territorios anexos no es más que hacer crecer el territorio de EEUU a ser casi el país más grande de la tierra.
Desde el punto de vista de recursos se harían de espacios ricos en hidrocarburos, muchos de ellos inexplorados en todo sentido como sucede con Groenlandia, pero además desde la geoeconomía se garantiza una ruta controlada por el Ártico hacia el pacífico y el Atlántico, siendo que está zona está siendo muy explotada por la nueva alianza Rusia – China.
Hay allí una evidente razón de competencia concreta por el predominio de rutas marítimas y el combate al proyecto de la Ruta de la Seda Polar.
La ambición por echar por tierra el Tratado entre Omar Torrijos y Jimmy Carter para retornar el control del Canal de Panamá para el poderío estadounidense es la respuesta más concreta al recién inaugurado Puerto de Chancay en Perú por parte de China, así como las ampliaciones del Canal panameño con sus inversiones. A ellos se suman los proyectos portuarios con Argentina y un nuevo canal interoceánico en Nicaragua, sumado a la inyección de recursos previsto para el impulso de la Zona Económica Especial de Paraguaná.
Es más que evidente en esta maniobra la pretensión de controlar exclusivamente el Canal de Panamá para competir con las inversiones chinas en la región, que además genera mayor velocidad en la interconexión entre el Pacífico, el Mar Caribe y el Atlántico.
A todas estas, y con la posible excepción de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA TCP), las instancias de la región parecen palidecidas y bien divididas para beneficio de cualquier plan bipartidista estadounidense en ejercicio.
Tal vez por ello y con mucho sentido político estratégico el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, precisó durante su mensaje, en ocasión de la juramentación para un nuevo período constitucional presidencial, que uno de los objetivos centrales en política exterior es preservar a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que a tenor de estas amenazas parece ser el elemento central para discutir el abordaje de esta nueva etapa geopolítica que marcará la nueva administración de Washington.
El monroismo surca una nueva etapa, y no podemos subestimarlo en nada.