Pedro Castillo, por fin dirían algunos, dejó la presidencia del Perú. Su destitución fue fraguándose, a veces lenta, a veces estruendosamente; desde el momento mismo en que fue electo.
Desde aquel 6 de junio del 2021, cuando por 44 mil votos derrotó a la probadamente corrupta Keiko Fujimori, se montó la estrategia de que el maestro de escuela rural fuera defenestrado.
No jugaron al fraude, no, jugaron a desgastarlo desde el primer momento, a no dejarlo gobernar, a sabotearle todos los gabinetes ministeriales, a intentar vacarlo desde el inicio.
Los poderes fácticos peruanos, las élites capitalinas, costeñas en general, no soportaban que un serrano, un cholo, como Castillo, fuera quien dirigiera los destinos del país.
El racismo, el clasismo, tan arraigados en el Perú, no lo permitirían. Peor aún, cuando Castillo hablaba de cuestionar el establishment imperante en ese país del cono sur de Sudamérica.
Alguien podría decir: pero es que en Perú si ha habido presidentes cuyo fenotipo es similar al de Castillo, allí está Alejandro Toledo, por ejemplo. Pero, como explicaba el amauta José Carlos Mariátegui, el problema de la raza en el Perú no es un problema biológico, es un problema social.
Cholo, en teoría es la mezcla del autóctono con el blanco venido a saquear desde España, desde Europa; con el tiempo derivó, en el imaginario social peruano, en todo aquel que tuviera los rasgos del indio, o lo pareciera, pero, sobre todo, que fuera pobre. Al cholo, mutado en indio o serrano, se le considera bruto, poco hábil.
Cholo, indio, serrano, se le llama despectivamente al peruano de la zona rural, al campesino, al minero empobrecido, el obrero, el del llamado Perú Profundo. El cholo «aculturado» a los usos y costumbres de occidente, eso sí, con dinero, es mestizo, es casi blanco.
Es el que asume la cultura hegemónica anglosajona. A la chola que se tiñe el cabello de rubio le gusta que le digan «gringuita». Se hace llamar como las artistas de moda, usa las redes sociales para parecerse a las cantantes, se ofende si le dicen chola.
Desprecian su cultura ancestral, las tradiciones. Así era Toledo. Hablaba inglés, aunque con muchas falencias; se hacía llamar el cholo de Harvard. Admiraba y se sentía atraído por los Estados Unidos, por lo que en su imaginario era la vida del estadounidense. Era uno de los mandaderos más empeñosos de Washington. Allí están sus frases cuando se produjo el golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002. Allí están sus campañitas contra los gobiernos progresistas, antihegemónicos.
Allí está su desatención al campesinado peruano, aunque durante la campaña electoral que lo llevó a la presidencia uso su «choledad» como herramienta para atraer el voto popular.
El cholo desclasado es así.
Se desprecian a sí mismos, tienen, producto de la colonización mental que agobia nuestro continente, un temor espantoso a enfrentar su realidad, a que los identifiquen tal cual son, como sus congéneres campesinos, mineros, obreros.
No pasa solo en Perú, pasa en toda Latinoamérica. Recuerden, cuando se produjo el golpe de Estado contra Evo Morales, cómo la derecha boliviana persiguió y vejó a los partidarios del MAS. Cómo afloraron los insultos racistas y clasistas que proferían las huestes de Luis Fernando Camacho.
El actual gobernador de Santa Cruz, se siente menos indio que Evo Morales, se siente «casi blanco». Sienten que es un error que Morales haya sido presidente de Bolivia; creen que «ese indio» es presidente porque los «otros indios ignorantes» no saben votar.
Camacho también es un cholo. No olvidemos que Perú y Bolivia comparten una historia en común. Bolivia era el Alto Perú.
¿Cómo explicar que un troglodita, homofóbico, misógino, clasista, como Bolsonaro; mantenga los niveles de respaldo que lo llevaron a perder por poco ante Lula Da Silva? La situación en Brasil desmejoró para las grandes mayorías, los avances económicos, sociales, culturales se truncaron en Brasil, y sin embargo el saliente mandatario logró un fuerte apoyo electoral.
Ese apoyo está en las llamadas clases medias. Clases medias con ribetes fascistas, muy penetradas culturalmente por los grandes generadores de entretenimiento que los despersonaliza, que las aliena, que las hace tomar y asumir como propio lo ajeno.
Recordemos cómo en Venezuela, en tiempos de Chávez y luego de Maduro, la clase media que odia al chavismo, a los chavistas, estimuló y justificó el asesinato, el linchamiento, la quema de seres humanos vivos. Ese sector marchaba enarbolando la bandera estadounidense. Otros lo hacían con escudos de los Templarios. Igual marcharon en Perú contra Castillo, a los 3 días de haber asumido la presidencia. Tienen una peligrosa mezcla de odio político, racial, con fundamentalismos religiosos.
Para esa clase media, todo aquel que piense diferente a ellos merece ser eliminado.
No importan los resultados económicos que los favorecen. En Bolivia, el país del hemisferio con mejor desempeño económico y equidad social, la clase media se ha visto beneficiada materialmente, igual en la Venezuela de Chávez. ¿Por qué el odio a quienes los benefician? Por clasismo, por racismo.
En el Perú, los entes especializados reconocen el crecimiento del PBI, pese a la crisis global. Inclusive los medios de la derecha hablan de que los conflictos políticos no afectan la economía peruana, que no hay inestabilidad económica. Si el sistema funciona en su favor, si la estructura económica impuesta en la Constitución de Fujimori sigue intacta, beneficiando a unos pocos en desmedro de las grandes mayorías, ¿por qué derrocar a Castillo?
Más allá de argumentos jurídicos, de interpretaciones constitucionales, de si Castillo se apresuró al intentar disolver el Congreso aunque no tuviera el respaldo debido; de que los congresistas no tenían los votos necesarios para vacarlo, de si Castillo no cumplió sus promesas electorales, principalmente la de una Asamblea Constituyente donde se modifique el capítulo económico; lo de Castillo se fraguó, reiteramos, al día siguiente de su triunfo en segunda vuelta.
El ataque mediático contra Castillo ha sido despiadado, incesante. Más allá de la libertad de prensa, que tanto dicen defender los dueños de la corporatocracia mediática global, de sus émulos en el Perú, al presidente Castillo se le insultó, se le faltó el respeto siempre; se le acusó más por supuestos que por certezas.
Pero en las últimas semanas, antes del 7 de diciembre, sorprendentemente, Castillo, al que lo consideraban sin ningún respaldo, había incrementado levemente su nivel de aceptación, a contraparte del Congreso que tiene niveles de desaprobación que rozan el 90%. Este mismo parlamento aprovechó un resquicio legal para defenestrar a Casillo. Claro, el Congreso no estuvo solo, se sumó la Fiscalía, el Poder Judicial, en fin, todo el aparataje institucional que no quiere a Castillo.
Lo que no esperaban era la reacción del pueblo peruano. A miles de peruanos movilizados. Enfrentamientos en todos los departamentos del Perú. Tres consignas sobresalen entre los marchantes: cierre del Congreso, renuncia de Dina Boluarte y elecciones generales a la brevedad posible. Boluarte, la nueva presidente, en más de una ocasión había jurado que si vacaban a Castillo ella también se iba.
La actual mandataria, ante la presión, pidió al Congreso se apruebe el adelanto de elecciones generales para abril del 2024. Hay quienes dicen que los comicios deberían adelantarse para 2023. En el devaluado Congreso deben darle forma jurídica para que el clamor popular se concrete lo antes posible.
Hasta el cierre de la presente edición, las protestas crecían en el Perú, ya se hablaba de 10 muertos; la respuesta del gobierno, que se conformó con elementos cuestionados ética y políticamente, ha sido la represión; más allá de unos amagos de diálogo con los sectores que protestan.
El Perú vive una crisis institucional agudizada desde el fujimorato. La pudrición moral de los poderes públicos, la creciente desigualdad social, el racismo y clasismo, herencias del pasado virreinal, requiere pronto tratamiento.
Aunque a las élites acomplejadas les incomode, el país necesita refundarse. Una Asamblea Constituyente que responda a los males históricos del país, es necesaria.