Por: Alfredo Carquez Saavedra.- Desde hace mucho tiempo Colombia dejó de ser un país soberano, si es que lo fue en algún momento luego de la traición de Francisco de Paula Santander a la obra e ideales de Simón Bolívar. Pero para no irnos tan atrás en la historia, basta con recordar el papel que distintos representantes de la oligarquía llegados al Palacio de Nariño le asignaron en su momento a su país en momentos álgidos de la política internacional.
En la década de los 50 del siglo pasado, el presidente y líder histórico del Partido Conservador, Laureano Gómez, se quiso lucir ante su patrón del norte, el presidente estadounidense, Dwigth Eisenhower, enviando 4.750 soldados a la Guerra de Corea, un conflicto no solamente ajeno —pues Colombia ni siquiera tenía relaciones diplomáticas con la nación asiática— sino también lejano: para llegar hubo que cubrir 25 días de navegación.
Por cierto, Gómez pareciera ser la figura histórica en la que se inspiró El Matarife, Álvaro Uribe, pues fue simpatizante de movimientos políticos de ultra derecha como el nazismo y el franquismo. Además, durante su mandato sucedieron masacres de campesinos y desapariciones de militantes del Partido Liberal. Sus opositores se referían al él como el Monstruo, el Basilisco o el Genocida.
Tres décadas después, Colombia vuelve a su papel de instrumento activo del imperialismo cuando estalla la Guerra de las Malvinas y bajo la presidencia de Julio César Turbay Ayala apoya al Reino Unido, en línea con la posición adoptada por la Casa Blanca. Dato curioso: con Turbay —quien fue uribista hasta el final— comenzó la presencia activa del narcotráfico en la nación vecina.
En Colombia existen al menos ocho bases militares de Estados Unidos. Pero como dijera Bolívar, en ese territorio de leguleyos hay quienes al negar su existencia argumentan que no, que no las hay formalmente; y que lo que si sucede es que hay espacios en los que se puede encontrar la presencia de militares y armas procedentes del norte.
Y ahora a los que mandan allá les dio por entrar de tercerones en la Organización del Atlántico Norte. Sea lo que sea, que entren así mande en medio país el Clan del Golfo, no cabe duda de que ese estado (en minúsculas a propósito) es cada vez menos soberano y cada vez más una estrellita más en la bandera tan amada por los uribes, los santos y los duques.