Un año después, en medio de dislates y dudas sobre su salud mental, Joe Biden, actual inquilino de la Casa Blanca; presentó su Estrategia de Seguridad Nacional. Según los usos y costumbres en Estados Unidos, debió presentarlo el año pasado, Donald Trump lo hizo en 2017.
El documento de 48 páginas, escueto, en comparación con los de sus antecesores, no presenta nada novedoso respecto a otros, no es una ruptura con los que en sus momentos presentaron Bush, Obama o Trump; por citar a los más recientes presidentes estadounidenses.
Tiene los mismos tópicos, varían los tonos, quizá más diplomáticos respecto al iracundo Trump. Dice, por ejemplo: “debemos moldear proactivamente el orden internacional de acuerdo con nuestros intereses y valores”. ¿Novedoso? No, claro que no.
En otro párrafo, más allá de las redundancias, frases de cliché, menciona que algunas autocracias, refiriéndose a China y Rusia, vienen “trabajando horas extras para socavar la democracia y exportar un modelo de gobierno marcado por la represión en casa y la coerción en el exterior”.
No podía faltar aquello de que Rusia es una amenaza inmediata y China un desafío de cara al futuro. Porque, claro, ellos hablan de construir un “orden internacional libre, abierto, próspero… Que las personas puedan disfrutar de sus derechos y libertades básicos y universales”.
El eterno cuento de los gendarmes que pretenden crear un mundo idílico y luego protegerlo.
El problema, para ellos, es que dicho documento adolece de un gran déficit: Credibilidad. El escrito, que pudieron haberlo firmado Bush, Clinton, Obama o Trump; lo contextualizan en una realidad que ya no existe. No sabemos si adrede, quienes lo redactaron, ignoran que el mundo cambió.
Si, mencionan a Rusia y China. Pero no colocan a ambos en el lugar que les corresponde. Inclusive, se menciona la necesidad de establecer o estrechar más las alianzas en el Medio Oriente, pero ignoran, u omiten por conveniencia, por no mermar la confianza de sus aliados y patrocinadores, que, en ese rincón del mundo, Arabia Saudita, su principal aliado por décadas, viene mudando sus preferencias hacia Eurasia.
De hecho, la negativa de someter su política petrolera a los designios de Washington, en la OPEP principalmente, fue considerada una bofetada a Washington. Sobre todo, en momentos que Estados Unidos pretendía manipular los precios para perjudicar a Rusia.
Es más, una leve distensión de las relaciones entre Irán y Arabia Saudita no ha sentado nada bien al señor Biden y quienes representa.
Hablan de alianzas y no tienen en cuenta que el BRICS, por ejemplo, al que piensan sumarse muchos países emergentes, que representan el relevo político y económico a la trascendencia que va perdiendo la «Europa Occidental», se consolida.
Aliados de la OTAN, como Turquía, se alejan cada vez más de Washington y sus acólitos. La India, dentro de poco debe desplazar a Japón como la tercera economía del mundo, mantiene lúcida independencia, y más allá de algunos incidentes fronterizos con China, no cae en la tentación de aislarse en Eurasia y mantiene excelentes relaciones con sus vecinos, especialmente con Rusia.
No olvidemos que desde que se iniciara la operación rusa en Ucrania, India se ha convertido en uno de los principales destinos de los hidrocarburos rusos, evitando el colapso del gigante euroasiático.
Claro, Estados Unidos da la batalla en lo que se denomina Indo Pacífico, presiona a Australia y Nueva Zelanda para que arrecien posturas contra China, pero al menos estos últimos no lo han hecho.
Allí juegan para atemorizar a otros países de la zona con el «cuco» de los chinos y rusos, pero encuentran prudencia. Japón, otro no miembro del AUKUS, pero sí de la zona del Indo Pacífico, tiene muchos intereses económicos con Pekín y Moscú, esto le obliga a medir bien sus pasos.
Las consecuencias del conflicto en Ucrania hacen que tradicionales aliados de Washington, más que aliados subordinados, reflexionen. Por eso en la Unión Europea hay contradicciones por las sanciones antirrusas; sobre todo con esos pretendidos topes al combustible.
Se molestan con las medidas antiinflación de Biden que perjudica a las empresas europeas. Se molestan porque mientras en Estados Unidos incrementan la publicidad para atemorizar a los ciudadanos del Viejo Continente con el «demonio Putin», su industria armamentística se solaza vendiendo productos a gobiernos como el finlandés, por ejemplo.
Por eso Emmanuel Macron, presidente francés, ya habla de que la Unión Europea debe protegerse de Estados Unidos, más allá de una reciente visita protocolar.
En la nueva Ruta de la Seda, proyecto insignia de Xi Jinping, están incorporados muchos países que suelen considerarse dentro de la esfera de Washington. Olaf Scholz, canciller alemán, visitó China hace poco para hablar de negocios.
Todo lo dicho complica la mencionada estrategia de seguridad norteamericana.
Ahora, si en el ámbito externo Washington lo tiene complicado, en el interno también. El documento habla de amenazas al sistema democrático norteamericano, sobre todo a la «injerencia en sus elecciones», y, ojo que Washington sabe mucho de injerencia, también habla de terrorismo doméstico. Aunque eso será motivo de otra entrega.