Por: Jesús Faría
A lo largo del último siglo, el petróleo ha determinado el desempeño de la economía nacional. Los ingresos provenientes de las exportaciones de hidrocarburos definen las principales variables de nuestra economía: las divisas disponibles para atender la alta dependencia de las importaciones, los ingresos fiscales del Estado que son inyectados por diversas vías a la economía, la demanda interna generada por la producción del crudo y sus derivados…
Esta condición petrolera de la nación le ha impreso -y le seguirá imprimiendo- una gran vulnerabilidad externa al desarrollo. Cuando los precios del petróleo descienden, y esto ocurre de manera frecuente por diferentes razones: crisis económicas, conflictos geopolíticos, regionales y nacionales, fenómenos naturales, etc.; se produce una contracción de los ingresos del país y, con ello, las crisis económicas.
Por el contrario, los períodos de aumento de precios del petróleo se traducen en booms económicos, que lamentablemente siempre han reproducido el modelo rentista y han postergado las necesarias transformaciones.
En los actuales momentos, la relación ingresos petroleros/crecimiento económico se ha visto dramáticamente afectada por el brutal bloqueo yanqui, lo cual se ha exacerbado por los efectos de la pandemia sobre la economía global y el mercado petrolero mundial. Las pérdidas por estas vías (¡especialmente por el bloqueo!) se traducen en decenas de millardos de dólares.
Este es el principal factor que explica la altísima inflación en el país, la contracción brutal del aparato productivo, el deterioro de las finanzas públicas, la caída de las reservas internacionales y, en general, el drástico deterioro del cuadro económico y social del país.
De tal manera que la propuesta de un nuevo modelo de desarrollo está determinada por la necesidad de una economía productiva, diversificada y autosustentable en función de satisfacer las necesidades de la población, cumplir con los requerimientos de la defensa, reducir la vulnerabilidad externa, ir adaptándose progresivamente a un nuevo patrón energético que desplazará las energías fósiles…
Aunque este objetivo lo estaremos alcanzando en el mediano/largo plazo, pues el rasgo rentista-petrolero de nuestra economía prevalecerá por bastante tiempo, en lo inmediato necesitamos encontrar una salida a la dificilísima situación económica del país.
Una de las principales interrogantes gira en torno a la fuente de los recursos (especialmente divisas), que financiará el proceso de acumulación de la economía venezolana.
Una acumulación creciente de recursos, que conduzca a una rápida recuperación de la economía venezolana, implica un significativo incremento de los ingresos petroleros, lo cual pasa por el desmontaje, al menos parcial, del bloqueo económico. Aclaramos que esta posibilidad la concebiríamos como resultado del fracaso estrepitoso de las políticas de sanciones de Washington para el “cambio de régimen” en Venezuela y, obviamente, no lo contemplamos en el contexto de un utópico cambio de la naturaleza del imperialismo yanqui.
Por su parte, de mantenerse el bloqueo, el sector privado (menos afectado por las sanciones) y el sector público no petroleros tendrían que generar los recursos para una reactivación del aparato productivo más lenta y tortuosa, pero con un rompimiento abrupto del modelo rentista.
En síntesis, son especialmente factores de poder externos los que condicionan la reactivación productiva del país, las vías de desarrollo nacional en lo inmediato y las condiciones de vida de nuestro pueblo. En cualquiera de los escenarios, tenemos que estar preparados para administrar eficientemente los recursos y seguir una estrategia de industrialización para sentar las bases de una economía productiva y diversificada que deje atrás la dependencia petrolera.