«Mira, aquí estaba yo en México, con Buñuel, en el ‘53. Nos reíamos de un perro que venía hacia nosotros: un perro mexicano, y no… andaluz». Estamos en Caracas, en la casa del director venezolano Roman Chalbaud. Un «monstruo sagrado» del cine y del teatro, que marcó los inicios de la televisión y que, a sus 84 años, todavía se divierte como un niño: saliendo a la calle, inventando nuevos proyectos, jugando con sus queridos perros en esta casa-museo que contiene recuerdos preciosos y cuenta casi un siglo de historia y cultura. Un artista al que le encanta elegir y tomar partido, con ironía y sentido crítico, pero sin hipocresía. Realiza cursos de cine en barrios obreros y fábricas recuperadas. Durante la campaña electoral para las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, junto con un grupo de otros destacados realizadores —entre ellos Liliane Blaser, Wilmer Pérez, Vladimir Soza, Eduardo Viloria— apoyó el proyecto político dirigido por Nicolás Maduro, “que dio dignidad a mujeres y hombres de la cultura, y al pueblo venezolano”.
El Manifiesto de los cineastas, presentado en la sala principal del Teatro Bolívar, destacó los seis factores principales que, con la victoria de Chávez (en diciembre del 98), iniciaron el renacimiento del cine venezolano: “el fuerte aumento de la producción nacional y audiovisual, el aumento en espacios y centros de formación, la creación y fortalecimiento de fondos de financiamiento estatal, el crecimiento exponencial de los espectadores del cine venezolano”. Con la revolución bolivariana “y con la entrada en vigor de la nueva Ley de Cine, la construcción de la Villa del Cine y Unearte; entre 2006 y 2014, se proyectaron 154 largometrajes de ficción y documentales venezolanos” —explica Chalbaud—. Ahora, con la victoria de la derecha, que obtuvo la mayoría en el Parlamento, todo está en riesgo. Mientras tanto, con la nueva Asamblea nacional, “no será posible aprobar la segunda reforma a la Ley de Cinematografía Nacional, que hubiera ampliado el proceso de democratización del cine”…
Suena el teléfono, responde amablemente el director: habla con entusiasmo de un libro que se publicará, exalta las habilidades narrativas de un joven autor. “Me pidieron tres veces que dirigiera la Casa del Cine” —dice luego— “pero siempre me negué: no estoy hecho para el papeleo, para los líos burocráticos, no puedo estar en un escritorio día y noche, necesito mirar alrededor, para tener nuevas ideas. Pero, por supuesto, puedo dar opiniones, es bueno ver crecer nuevos talentos«. Hojeemos juntos una colección de periódicos antiguos, encuadernados como un libro gigante de cuentos de hadas firmado por Roman Chalbaud; donde hay reseñas a página completa de películas famosas de principios de los años cincuenta..
¿Empezaste como crítico de cine?
Sí, a los 19 años. Enviaba reseñas al periódico El Nacional, que en ese momento era de izquierda, y me las publicaban todos los jueves, durante años. No sabía que les pagaban y por eso nunca puse un pie en el periódico, pero pude reseñar grandes películas, mucho cine europeo. Esta es una reseña de El túnel, de León Klimovsky. Mira, verás, estoy en México entrevistando a Buñuel y Dalí. Películas como Los olvidados o Roma, ciudad abierta me han marcado para siempre. Entonces me di cuenta de que el cine no era necesario para escapar de la realidad, sino para afrontarla. Tuve la suerte de tener una abuela que me llevaba a ver películas francesas cuando era niño porque quería aprender el idioma. Trabajaba mucho y leía por las noches y yo le robaba los libros. En el instituto conocí a una profesora de español, huyendo del franquismo, con la que descubrí la pasión por el teatro, comencé a escribir obras de teatro y a montarlas. Luego vino la televisión, en el 53. Había mucha demanda cultural, todo se hacía en vivo, no existían las grabaciones; poníamos en escena textos literarios, clásicos del teatro. Fui director artístico de Canal 5, la cadena estatal. Luego todo acabó con la llegada de los índices de audiencia: en nombre de los índices de audiencia se prohibieron los programas culturales y llegó la televisión basura para sacudir los cerebros. El cine, el teatro y la televisión fueron para mí como una novia y dos amantes, aunque no sabía cuál era la esposa. Quizás, desde entonces, la televisión se haya convertido en la mala amante.
Pero aquí hay artículos sobre el arresto de Roman Chalbaud. ¿Cómo ocurrió?
Ah sí, fue terrible. Era agosto, en el último período de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, que terminaría el 23 de enero de 1958. El estreno de mi obra Réquiem para un eclipse, un texto en verso libre sobre una familia que lucha por el poder y la corrupción del Estado, fue interrumpido. La mitad del público presente en la sala estaba formada por la policía política. Me arrestaron por subversivo. En prisión fui testigo de la violencia y la tortura, pero también conocí a muchos compañeros que luchaban por una verdadera democracia, fue una oportunidad de crecimiento político.
El 23 de enero, durante la insurrección, abrimos las celdas y salimos corriendo a la calle. Pérez Jiménez se dio a la fuga a bordo del avión “la Vaca Sagrada”, perdiendo un maletín con dinero. Un primo mío militar le había dado ese dinero. La familia Chalbaud es numerosa, hay de todo. Mi padre tuvo 22 hermanos, nacidos de tres de los matrimonios de mi abuelo. Llevo el nombre de Román en honor a Delgado Chalbaud, quien en 1929 llegó en un barco desde Francia para derrocar al general Gómez y luego fue asesinado. La obra se representó en marzo. En aquellos primeros días maravillosos fui director del Teatro del Pueblo, al que cambié el nombre por Teatro Popular Nacional, imitando el Théâtre national populaire de Jean Vilar. Llevábamos el teatro a todas partes. Al principio, la gente se sentaba en las filas más alejadas, como para ver una película.
¿Y qué hiciste durante la Cuarta República?
Tras la fase de transición, Rómulo Betancourt traicionó, aliándose con Estados Unidos. En 1960 se fundó el MIR, tras una escisión de Acción Democrática; luego comenzó la lucha armada. Yo era amigo de muchos guerrilleros. Lamenté la muerte de Livia Gouverneur, asesinada el 1° de noviembre de 1961. Durante las democracias de la Cuarta República, entregaron el país. Los opositores de izquierda eran arrojados desde aviones, había centros clandestinos de tortura como el de Guasina. Siempre he trabajado, pero hubo momentos muy difíciles, no tenía dinero y nadie quería producir mis películas. He escrito muchos guiones. En 1961, la policía rodeó el teatro donde se representaba Sagrado y Obsceno y prohibió la ópera. Fui a El Nacional a denunciar la censura, pero la entrevista no fue publicada. La obra se ambientaba en una pensión popular, reflejo del ánimo del pueblo. El público, que había reservado con 3 semanas de antelación, gritó: «Abajo el gobierno de Betancourt». A mediados de los 70 hicimos una adaptación cinematográfica, cambiando de ambientación: un guerrillero llega a la pensión para vengarse del señor Pollo, un político de derecha que hizo matar a muchos de sus compañeros. En el ‘74 también adaptamos al cine la obra La Quema de Judas. Cuenta el conflicto de una madre que hizo matar a dos hijos, un soldado y un guerrillero. En el ‘61 también escribí el guión de Día de poder, la historia de un político “adeco” cuyo hijo comunista es asesinado por la policía. Como nadie quería producir la película, la montamos como una obra de teatro en la Universidad Central, que en aquel momento era de izquierda. En 2011, se convirtió en una película producida por la Ciudad del Cinema.
Una película sobre el Caracazo, otra sobre Zamora, otros proyectos en marcha. ¿Por qué te dedicaste al género histórico?
Para saber qué hacer es necesario conocer la historia, es importante transmitirla a los jóvenes. En febrero de 2017, debíamos terminar la película sobre Cipriano Castro, en la que trabajé junto al escritor Luis Britto. Lamentablemente tuvimos reveses debido a la guerra económica, que también se siente en el cine. Los grandes distribuidores ven afectados sus intereses, les gustaría volver a las películas en casete estadounidenses, se burlan de la ley. Te daré un ejemplo. Junto con un grupo de amigos compramos entradas online para ver una película venezolana, Libertador. La ley dice que si la película alcanza un determinado número de espectadores podrá pasar a una tercera semana de reposiciones. En el lugar encontramos a uno de los actores que había traído a otras personas. Sin embargo, en la caja le dijeron que ya no había sitio. En cambio, había filas vacías. No quiero ocultar los problemas, pero tampoco quiero menospreciar las estrategias implementadas por la derecha para agotar a la población y provocar desafecto con el voto: desde la guerra económica hasta la guerra psicológica y mediática librada a nivel internacional. Escondieron nuestras medicinas, comida y muchos pensaron que el gobierno no sabía cómo conseguir aspirinas. Incluso utilizaron la superstición. He conocido a gente común y corriente que está convencida de que Maduro tiene mala suerte. Aquí decimos, con razón, que Chávez ha abierto los ojos del pueblo, ahora se trata de no cerrarlos y redoblar el compromiso.
VENEZUELA. entrevista al realizador Roman Chalbaud, 2 de enero 2016
Geraldina Colotti,