El diputado zuliano Juan Romero, historiador y politólogo, analizó el alzamiento de la extrema derecha contra Lula
-¿Cómo puede interpretarse lo ocurrido en Brasil, apenas una semana después de la toma de posesión de Luiz Inácio Lula Da Silva, cuando sectores de ultraderecha tomaron por asalto las sedes de los poderes constitucionales del Estado brasileño?
-Yo he visto con preocupación los esfuerzos por presentar esto como un fenómeno circunstancial. En realidad esto tiene que ver con un proceso que viene sucediendo en toda América Latina, que es el impacto de las iglesias anglicanas y calvinistas de origen europeo, anglosajón. Estas iglesias, el anglicanismo y el calvinismo sostuvieron desde un principio la idea de que la riqueza no era mala, sino, por el contrario, quien lograba hacerse rico era un predestinado por dios. Eso, llevado a lo colectivo, generó la idea de que los países dominantes en el sistema capitalista lo eran porque tenían pueblos superiores. Esa noción se consolida en Inglaterra con el protestantismo, y en América, con los llamados “padres fundadores” del actual Estados Unidos, y sirvieron para justificar la explotación, el sometimiento de otros pueblos, la violencia sobre pueblos indígenas originarios y sobre africanos esclavizados. Esa dominación se ha mantenido hasta el día de hoy. La sociedad WASP (white-anglo-sajon-protestant, blanco-anglosajón-protestante) se ha expandido a América Latina debido a la crisis económica cíclica de esta región desde los años 80, como consecuencia de la aplicación del Consenso de Washington y la crisis de la deuda externa; luego, a principios del siglo XXI, tras el colapso financiero de 2008. Las crisis del capitalismo han impactado severamente en nuestros países porque dependemos mucho de la inversión extranjera directa. Cuando hay disminución, se produce una mayor inflación, se reduce el empleo y bajan los salarios. En ese marco, entonces, se ha venido dando, hace ya varias décadas, una penetración de estas iglesias.
-En cualquier caso, no fue un fenómeno espontáneo, ¿cierto?
-La incursión en el palacio de Planalto se ha querido mostrar como un fenómeno aislado y espontáneo, fruto del radicalismo de los bolsonaristas. Pero no es así. No es espontáneo. Las similitudes con el asalto al Capitolio de Estados Unidos no son fortuitas. Tienen que ver con la concepción de la nueva derecha, tanto estadounidense como del resto del mundo. Basta revisar el surgimiento de Vox en España; el impacto que tuvo Le Pen en Francia; el reciente resultado en Francia con la nieta de Mussolini; el resurgimiento del nazismo en Ucrania; el extremismo en Colombia, Argentina, Brasil, Chile y aquí mismo, cuando se evalúa todo eso se comprueba que hay un relanzamiento general de la derecha.
-¿Hay un componente endorracista también en la vida política brasileña?
-Sí. En Brasil ese componente es importante. Lo que vemos ahora no es solo la controversia entre el extremismo derechista de bolsonaro y el izquierdismo light de Lula en esta segunda oportunidad, sino también la confrontación del extremismo de derecha versus la visión que Lula, a través del apoyo popular a los grupos afrobrasileños, le ha dado a la religión yorùbá y sus expresiones hacia lo interno de la sociedad brasileña. Eso puede ser extensible a toda América Latina. Podemos pensar en cómo uno de los elementos fundamentales del discurso del comandante Marcos, en el proceso del Ejército Zapatista de Liberación Nacional era la incorporación de la cosmogénesis de la sociedad náhuatl; lo mismo sucede con la confrontación de la nueva derecha argentina con las comunidades de Salta; con los mapuches en Chile; con las comunidades indígenas del Arauca y el Magdalena Medio de Colombia; la represión de los golpistas contra los aymara en Bolivia; y ahora mismo con la represión a los quechuas en Perú. En todos esos escenarios aparece el elemento común de esas iglesias, de la visión de dominación, de justificación de la explotación. Las élites que se consideran predestinadas a tener la direccionalidad política.
-El que esto haya ocurrido apenas a una semana de la toma de posesión de Lula hace pensar que tendrá un período muy conflictivo, diferente a sus dos anteriores mandatos. ¿Coincide con esa hipótesis?
-Sí. Y eso ya estaba claro porque Lula gana con apenas un poco más de dos millones de votos de diferencia. Es decir, que Bolsonaro saca casi 40 millones de votos. No es ninguna tontería. Además, ha habido declaraciones de altos mandos militares diciendo que no podían permitir que Lula asumiera el poder porque era un hombre condenado por corrupción. En Brasil se ve lo mismo que en Estados Unidos. Cuando ganó Biden, muchos dijeron que era el fin de la era Trump. Pero eso es falso porque lo que Trump representa es a esa nueva derecha, mucho más radical en su accionar, pero más delicada en su discursividad. Hay un edulcoramiento de esa derecha, que se ha visto en figuras como Macri, Piñera, Lacalle, Bolsonaro, Santos, Duque, Bukele. Es un fenómeno general.
-¿Es un discurso de desprecio del pueblo excluido?
-Sí, son esos discursos característicos de la nueva derecha. Lo que se ve en Brasil hace recordar al clima que se vivió aquí cuando la derecha hablaba de hordas chavistas. A mí, mis compañeros docentes de la Universidad del Zulia me preguntaban cómo alguien tan inteligente podía ser chavista.
-En Venezuela también ha aumentado la presencia de las iglesias que usted señala y hasta el mismo gobierno y su partido han coqueteado con estos grupos religiosos. ¿No se está jugando con fuego?
-Claro que sí porque la matriz originaria de estas iglesias es opuesta al socialismo. En Zulia, el crecimiento de las iglesias mormonas en comunidades de bajos recursos es muy notorio. Lo mismo pasa con iglesias evangélicas de origen protestantista. Ese fenómeno lo hemos visto en Falcón, Lara, Carabobo, Caracas y en los estados de oriente. Eso tiene que ver con la crisis. La gente recurre a la fe cuando no puede cubrir sus necesidades. Es un coqueteo peligroso porque, en sustancia, cuando ves la base ideológica de esas iglesias, son nociones opuestas al socialismo. Hablan de una sociedad estratificada en la que se aplaude la existencia de unos privilegiados. Eso entra en choque con los planteamientos del Partido Socialista Unido de Venezuela. Aunque en términos de realidad política es claro que el acercamiento demuestra la preocupación de la dirigencia del PSUV por el crecimiento de ese fenómeno religioso, a sabiendas del impacto que ha tenido en todos nuestros países vecinos.