José Ernesto Novaez, poeta, escritor, ensayista, exrector de la Universidad de las Artes, coordina el capítulo cubano de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos populares en Defensa de la Humanidad (REDH). Lo entrevistamos en Caracas.
─En sus 64 años de existencia, la revolución cubana ha construido un mensaje de resistencia y perspectiva para todos los pueblos. ¿Cuál fue y cuál es el aporte de la REDH?
─La REDH nació como un espacio para aglutinar a intelectuales, artistas, izquierdistas o progresistas no solo en torno a proyectos políticos concretos; sino también en defensa de las grandes causas que afectan a la humanidad como especie. Frente a la humanidad, está más presente que nunca la contradicción planteada en su momento por Rosa Luxemburgo; aquella de “Entre civilización y barbarie”. Nos encontramos ante la necesidad ineludible de liberarnos de un sistema que degrada la vida a un ritmo que compromete la capacidad de supervivencia de la especie, que lleva a la miseria a masas crecientes de la población mundial; mientras que la riqueza se concentra cada vez más en unas pocas manos. Una situación en la que el fascismo vuelve a los países del núcleo duro del capitalismo europeo. Lo que está pasando en Italia es paradigmático. El fascismo es la expresión de la incapacidad del capitalismo para resolver las contradicciones del sistema, con su política de exclusión, terror, legitimación de la superioridad sobre los demás; vistos como bárbaros y desvalorizados. La REDH tiene la gran tarea de enfrentar esta amenaza, y de contribuir, en su pequeña medida, al desarrollo de la integración latinoamericana, en un momento potencialmente favorable, impulsando una agenda común.
─¿Cuáles serán las principales etapas de esta agenda para 2023?
─Nuestra gran tarea, para citar una expresión de Fernando Buen Abad, es producir las municiones semióticas necesarias para los procesos de transformación social revolucionaria. Esto implica un análisis de los errores y debilidades a resolver, para luchar contra la hegemonía cultural del capitalismo, contra el colonialismo de las mentes, y transformar estas municiones semióticas en armas comunes, al alcance de todas las fuerzas revolucionarias y progresistas. Esta batalla contra el capitalismo es ante todo una batalla práctica, contra sus estructuras de dominación, pero también es una batalla a ganar en el frente simbólico, de lo contrario estamos condenados a volver al pasado. La contribución de la REDH es pues, profundizar en las raíces de este proyecto de emancipación; haciendo del pensamiento crítico, de la crítica revolucionaria, una herramienta militante. Es importante reiterar que el lenguaje es un campo de disputa, pero no es el único. Debemos tomar el poder, debemos luchar en la práctica, y hacerlo con inteligencia y sentido crítico, tomando en consideración el contexto histórico y las características de cada país. Frantz Fanon y su ensayo Los condenados de la tierra, siguen siendo de actualidad. Sin embargo, derrotar al colonialismo por las armas es solo una parte de la tarea. El verdadero desafío comienza cuando las fuerzas revolucionarias tienen que construir un proyecto verdaderamente soberano, verdaderamente descolonizador. Es ahí donde más dificultad hemos tenido porque, a pesar de más de dos siglos de independencia latinoamericana, no siempre se ha logrado la independencia simbólica, un proyecto soberano que pretende tener una concepción clara, no solo de país, sino también de nación. Tenemos que luchar contra un cáncer que se apodera de las fuerzas progresistas: el nacionalismo, que mancha esta visión; porque no trata de amor a la patria en el sentido de amar y defender a la nación, es decir, en su relación con el otro. Mi patria no puede ser verdaderamente soberana si el contexto que la rodea no es el de una América Latina emancipada, próspera y digna. José Martí ha señalado una definición insuperable: patria es humanidad. Es el hombre mismo quien se defiende defendiendo a su país, pero esta defensa está ligada a la defensa de Venezuela, de Cuba, de Palestina, de todas las causas justas a nivel continental e internacional: una batalla global contra un sistema que es global.
─Descolonizar el imaginario significa también despatriarcalizarlo, cruzando la lucha de género con la del capitalismo y el imperialismo. ¿Estás de acuerdo?
─Indudablemente. En el concepto ontológico, y en el proceso de emancipación conjunta que no puede ser excluyente, es necesario medir al hombre y a la mujer, tanto sobre la base de la posición que ocupan en la sociedad, como sobre la base de las estructuras de dominación que operan en una sociedad dada. El mero hecho de situar a una mujer en un determinado lugar no transforma mecánicamente la situación de la mujer, y aunque lleguemos a una sociedad en la que la mujer no esté marginada, puede seguir siéndolo si existen ciertos patrones mentales. La cultura del machismo es difícil de erradicar; después de la Revolución hubo que hacer esfuerzos educativos adicionales dirigidos a las mujeres, porque aún en la pobreza general, los hombres seguían siendo favorecidos con un conjunto de posibilidades que las mujeres no tenían. Había que hacer un esfuerzo y valió la pena; se ha avanzado mucho en términos de leyes y normativas; sin embargo, aunque hayamos superado muchas manifestaciones concretas de machismo, este resulta difícil de erradicar, pues se refugia en prácticas culturales, institucionales, etc, que voluntaria o involuntariamente lo reproducen.
La contribución de la REDH es pues, profundizar en las raíces de este proyecto de emancipación; haciendo del pensamiento crítico, de la crítica revolucionaria, una herramienta militante. Es importante reiterar que el lenguaje es un campo de disputa, pero no es el único
─Este 1 de enero Cuba celebra un año más de revolución. Sin embargo, mientras América Latina avanza hacia el cambio, en Europa ─pienso principalmente en Italia─ las clases populares no han logrado producir cambios estructurales, ni con votos ni con armas. ¿Como lo explicas? ¿Cómo salimos de eso?
─Te daré una opinión personal. En Europa occidental, después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos construyó una arquitectura política, financiera y diplomática al servicio de sus intereses. El Consejo de Seguridad de la ONU es un artificio que vacía de sentido a la Organización de las Naciones Unidas, porque no importa cómo vote el mundo, lo que importa es el poder de veto de una sola gran nación. Lo mismo sucedió con los acuerdos de Bretton Woods y con la construcción de ese orden monetario internacional. Estados Unidos se convirtió en la gran potencia victoriosa no porque hubiera ganado la guerra, que la ganó la Unión Soviética, sino porque salió fortalecida del conflicto: con su ejército prácticamente intacto, con su territorio nacional ileso, donde no había caído ni una sola bomba, con una capacidad industrial fortificada por el dinero que había fluido a ríos, y con la capacidad de mantener una influencia crítica sobre las viejas potencias europeas que ya habían caído en bancarrota tras la Segunda Guerra Mundial. Ninguno de los grandes imperios coloniales sobrevivió a la crisis de la Segunda Guerra Mundial. Por tanto, lo que se configuró tras esta guerra fue una Europa en la que la enorme cantidad de recursos introducidos por Norteamérica para estabilizar el capitalismo de Europa Occidental produjo una especie de colchón, formado por la clase media, que supo amortiguar y neutralizar la fuerte tendencia revolucionaria que existía en algunos países importantes, como Italia o Grecia, o Francia. Podría decir que el callejón sin salida en que se halla la región es resultado de la traición de la clase media europea y del proletariado europeo a la causa revolucionaria internacional. Sé que es una tesis fuerte, pero creo que el proletariado europeo ha aceptado tácitamente tercerizar el costo de su desarrollo al Tercer Mundo, a cambio de altos estándares de vida. Marx dice que el capitalismo, como un vampiro, crece chupando la sangre del proletariado. El capitalismo europeo ha crecido devorando la sangre de sus trabajadores y, desde la Segunda Guerra Mundial, ha subcontratado los costos de su desarrollo a los países subdesarrollados del sur. Una parte importante de la clase media y el proletariado europeos ha traicionado totalmente la causa revolucionaria y se ha asentado en un nivel de vida determinado por buenos salarios, olvidando que esto solo era posible en el núcleo elitista del capitalismo mundial, y al costo de la violenta desestabilización de América Latina y otras regiones del orbe. Para asegurar el flujo permanente de capital y materias primas que mantuvieran ese nivel de vida, se derrocaron gobiernos elegidos democráticamente, reemplazándolos con sangrientas dictaduras que eliminaron violentamente a las fuerzas progresistas. Se impuso un pacto social global para desindustrializar nuestros países: no teníamos que asumir el peso del desarrollo, sino solo garantizar las materias primas que permitieran una enorme ventaja para el gran capital europeo. Varias generaciones de europeos han vivido así mejor que las anteriores. ¿Cuándo empieza a entrar en crisis todo este mecanismo? Cuando la política neoliberal de Thatcher y Reagan ─la del 1% más rico que quiere recortar costes sociales a la mayoría para aumentar sus dividendos─ empieza a deteriorar el poder adquisitivo de la sociedad europea y el nivel de vida de la estadounidense.
─¿Y en América Latina?
La situación en América Latina era muy diferente. Las nuevas repúblicas que nacían de las guerras de liberación tenían diferentes proyectos nacionales; con burguesías muchas veces incapaces de articular procesos orgánicos de industrialización y que terminaron vendiendo el país al gran capital financiero británico y estadounidense. Eran democracias incompletas, cuyos presidentes en su primera visita acudían a la embajada de EE. UU. a acreditarse en Washington, para ser presidentes de una nación supuestamente soberana. En ese contexto, lo ocurrido en Cuba fue de decisiva importancia: porque, mientras el gran capital financiero dominaba todos los centros neurálgicos vitales de la nación, se produjo una revolución que rápidamente se radicalizó y pasó a un proceso violento de nacionalización del gran capital, fundamentalmente estadounidense. Fue necesariamente un proceso violento, porque no existe un precedente histórico en el que las grandes empresas estadounidenses abandonaran pacíficamente el poder y perdieran sus intereses. Un tímido proyecto de reforma social, de pleitesía con el gran capital, hubiera tenido un desenlace dramático como el de Jacobo Arbenz en Guatemala, un trauma generacional que todos los revolucionarios cubanos conocían bien. Por eso nos siguen sometiendo al bloqueo, que tiene un costo muy alto para una pequeña isla sin grandes reservas naturales, pero no nos doblegó. Cuba es un país donde la gente sufre carencias extremas todos los días, pero dónde hemos producido cinco vacunas. Si el socialismo bloqueado y subdesarrollado puede hacer esto, ¿qué no podría hacer si estuviera libre de sanciones? Ese es el peligro, por eso sancionan a Cuba, por eso sancionan a Venezuela. El bloqueo es un elemento de debilidad del capitalismo estadounidense, que no tiene fuerzas para asumir los costos de una invasión militar para aplastar un proceso popular, arriesgándose a sanar fracturas que se recompondrían en función de la defensa de la patria.
─Gracias al compromiso de Cuba y Venezuela, se han organizado en Caracas varios congresos mundiales que se centran en la necesidad de reconstruir una articulación internacional de fuerzas sobre la base de una agenda común y el reconocimiento de la existencia de un enemigo común. ¿Cómo ves este camino?
─Soy un optimista crónico. Si miramos el proceso de colonización simbólica del capitalismo, que pasa por la individualización ─nos quieren solos, alienados, posiblemente drogados, incapaces de amar verdaderamente─, construir un colectivo; pensar y actuar juntos es una forma importante de resistencia. El gran desafío es cómo logramos repolitizar hacia la izquierda a sectores crecientes del núcleo duro del capitalismo contemporáneo, porque solo superando al capitalismo se puede salvar la especie. Entre civilización y barbarie no hay término medio.
Debemos tomar el poder, debemos luchar en la práctica, y hacerlo con inteligencia y sentido crítico, tomando en consideración el contexto histórico y las características de cada país. Pero el verdadero desafío comienza cuando las fuerzas revolucionarias tienen que construir un proyecto verdaderamente soberano, verdaderamente descolonizador.