Ricardo Molina, miembro de la dirección nacional del Psuv, y diputado, ocupó varios cargos en la revolución bolivariana, entre ellos el de Ministro de Vivienda y Hábitat, y de Transporte y Obras Públicas. Hoy es presidente de la Fundación Escuela Venezolana de Planificación. Lo encontramos en Caracas, en la sede del Psuv, en San Bernardino.
–¿Qué balance hace usted de la actividad parlamentaria?
–Venimos de un proceso de reinstitucionalización del poder legislativo, socavado por la acción de la derecha, que utilizó la mayoría obtenida con el voto popular de 2016 para vender el Estado al imperialismo. En 2020, la revolución recuperó el control de la Asamblea Nacional y desde entonces hemos hecho un gran trabajo. En el período legislativo 2021-2022, aprobamos 40 leyes, revitalizando el parlamento de calle. Por instrucciones del Presidente Maduro, estamos profundizando la legislación laboral, para contar con leyes específicas en todos los sectores, concluyendo el proceso iniciado por el Comandante Chávez con la promulgación de la Ley Orgánica del Trabajo. Por ejemplo, en lo que respecta a las personas con discapacidad, hemos establecido el marco en el que se debe aplicar la ley que prevé la contratación de al menos el 5% de estos trabajadores y trabajadoras en todas las empresas. Ocurre que la empresa les paga para que se queden en casa. Ahora es obligatorio crear las condiciones para hacer efectivo el aporte de estos trabajadores y garantizar la equidad prevista en la ley. También se ha aprobado la ley para proteger a las personas con autismo. Ahora hay un debate muy importante sobre el tema del poder popular, todo lo que tiene que ver con las comunas. De hecho, se trata de actualizar las leyes vigentes que datan de 2006, en base a la experiencia de estos años ya los problemas que han surgido. Estamos recopilando las propuestas de comuneros y comuneras, por ejemplo, en sus relaciones con los bancos, la compra de materias primas para la producción local, o el proceso de elección de voceros de los consejos comunales, y la articulación con los municipios, gobernaciones, ministerios… Se trata de utilizar la experiencia directa de las comunidades para definir el marco legal de la ciudad comunal. Un trabajo arduo.
–¿Por qué?
–Porque muchos compañeros que trabajan en las instituciones tienen una visión paternalista; mientras, tenemos que conseguir que el pueblo nos diga en qué y cómo podemos ser útiles dentro de las instituciones, para ser facilitadores del desarrollo integral de la comunidad. Este cambio cultural es el más difícil de lograr, pero estamos en una revolución y la ley puede anticipar el cambio práctico. Esta ley del poder popular representa una gran oportunidad. En las comunas hay un desarrollo social y político muy avanzado, pero a nivel económico hay retrasos, no por falta de voluntad o capacidad, sino por falta de atención de las instituciones, que suelen preferir comprar a empresas anónimas y no a las empresas de producción social. Los argumentos son varios: que no producen cantidades suficientes; o que la calidad es baja. Por lo tanto, es necesario crear asociaciones de productores, o proporcionar herramientas para mejorar la calidad. Y esto debe hacerlo el Estado, porque la economía comunal no puede competir con el mercado capitalista, aunque produce nuevas relaciones sociales alternativas que deben reemplazarlo. Sin embargo, sucede que una empresa textil comunal compra la materia prima a un gran industrial, quien a cambio obtiene un producto de excelencia a bajo costo. En este caso, no construimos nada, en realidad le hacemos un favor al capitalista.
–¿Cómo están reaccionando los opositores en el Parlamento? Para algunas leyes, como la del autismo y contra la corrupción, hubo el apoyo activo de algunos diputados de Acción Democrática. ¿Es este también el caso de las comunas y el poder popular?
–A veces, en el debate se crean situaciones graciosas, porque algunos de estos diputados expresan opiniones consonantes con las nuestras, y señalamos que la orientación y la posición ideológica que los inspira, indican una perspectiva diferente, y entonces agitamos la tarjeta del Psuv, porque no se dan cuenta de que están defendiendo los valores del socialismo, no de la derecha. Por supuesto, a veces intentan agarrar una colita en el tema, apoderarse de nuestro trabajo parlamentario; pero el pueblo sabe muy bien que estas leyes no pueden venir de la derecha.
–¿Y cómo se le transmite al pueblo un asunto tan complejo como el de la legislación?
–Todas las leyes nacen y se promueven a partir de las asambleas populares. El presidente del Parlamento, Jorge Rodríguez, es muy exigente al respecto. Para ello, el Presidente Maduro creó la Brigada 256, inspirada en el número de parlamentarios que integran el Bloque de la Patria; el bloque de la revolución: 256 de un total de 277. Todos los fines de semana, desde el jueves, tenemos que volver a las comunidades y convocar asambleas populares para promover las leyes aprobadas o discutir las que aún no lo han sido. Eso da buenos resultados, porque, además de nosotros, se involucran los legisladores de los 24 estados –300 personas–; y a los concejales y concejalas –1.500 personas–. En total, unos 2.000 legisladores, sin contar los parlamentarios comunales. Te voy a contar un episodio. Se trata de la ley de ciclismo, un tema que no es secundario, porque mucha gente viaja en bicicleta, sobre todo en el interior del país, pero sin las medidas de seguridad adecuadas, porque faltan ciclovías y conciencia cívica. Uno de los compañeros que promovió la ley tuvo experiencia directa de ello.
–¿Que le sucedió?
–Fue atropellado por un autobús de una línea privada. Al verlo en el suelo, el conductor se asustó mucho, pero cuando llegaron los policías, al ver que estaba de pie, quisieron arreglar el asunto así. Y dice él: «¡Pero si me atropellaron!» Y, para ser escuchado, tuvo que sacar su tarjeta parlamentaria. El policía entonces, señalando al conductor, dijo: «¿Quiere que lo llevemos preso?». El compañero dijo que no, pero en cambio pidió que todos los jefes de línea de transporte y el personal participaran en una asamblea popular, en la que explicó la ley y las normas que promueven el respeto al ciclista. Todavía queda mucho por hacer, pero las cosas están avanzando.
–Ud. es un ecologista. ¿Cómo va el desarrollo del ecosocialismo, según el compromiso reafirmado por el Presidente Maduro en la última Cop27?
–La conciencia ambiental crece en las estructuras del poder popular, a partir de la defensa del territorio. Un ejemplo, que siempre se utiliza instrumentalmente para atacarnos, es el del Arco Minero. El esfuerzo de nuestro gobierno se concentra en la planificación y manejo menos invasivo en la extracción de los recursos que necesitamos para proyectos sociales; en medio de esta brutal guerra económica. Avanzamos en la rehabilitación ambiental y en el desarrollo de una organización diferente del trabajo y del territorio, a partir del compromiso de los comuneros y comuneras sobre una concepción diferente de la explotación minera. Ya hemos reducido significativamente el uso de mercurio, estamos desarrollando más la Misión Árbol: por cada estudiante un árbol; y los estudiantes son 8.200.000. Sin embargo, se debe considerar que el Arco Minero es un área muy extensa, difícil de controlar y potencialmente explotable por menos del 10%. El resto es presa de bandas criminales, en guerra permanente con nuestra Fuerza Armada Nacional Bolivariana, que todos los días confisca armas y maquinarias. Además, estamos realizando proyectos de reciclaje, en línea con los proyectos de ley de defensa de los derechos de la Madre Tierra, para hacer más armónica nuestra relación con la naturaleza. Construir el ecosocialismo requiere tiempo.
–Antes, la derecha decía que la sociedad venezolana estaba demasiado polarizada, ahora dice que es sobre todo indiferente a la política, y eso se refleja en el aumento del abstencionismo. ¿Es eso así?
–Yo creo que, por el contrario, nuestro pueblo está muy politizado. A diferencia de otros países latinoamericanos, o de Estados Unidos, conoce los nombres de sus líderes y los de otros países también; y los define adecuadamente. La guerra económica ha tenido un efecto en la participación, pero no votar es también una expresión política. Además, siempre ha existido la polarización, como expresión de la lucha de clases y, efectivamente, en revolución debemos tener claro cuáles son los «polos» para no ir a la derecha creyendo que vamos a la izquierda. Debemos ser radicales, en el sentido de ir a la raíz para entender lo que está pasando, y ser radicales en todas nuestras acciones, distinguir las opciones tácticas de las estratégicas. Si, por ejemplo, tenemos que pedir la participación del sector privado y su capital, es fundamental mantener la mayoría de las acciones en manos del Estado, de lo contrario el capitalista te hace trabajar para él y tu rumbo cambia. ¿Hay dos polos? Sí, porque esto es la lucha de clases. Está el polo de los explotadores de todos los tiempos, y está el polo de los explotados, que en esta revolución se han organizado para liberarse de la explotación. Debemos tener claro que un capitalista por muy complaciente que se muestre con los trabajadores, permitiéndoles formarse o afiliarse a un sindicato, siempre tendrá interés en explotarlos, porque así funciona el capitalismo. Por lo tanto, tengamos cuidado con aquellos que quieren deshacer la «polarización», haciéndonos creer que viviremos mejor. El capitalismo no te permitirá avanzar, solo explotará tus debilidades cuando necesites dar un paso atrás, e intentará recuperar el terreno perdido, sacándolo bajo tus pies. Estos tiempos de crisis y de guerra multifacética nos han obligado a buscar soluciones creativas, pero esa creatividad debe quedarse a la izquierda y no ir hacia la receta del Fondo Monetario Internacional.
–¿Y cómo?
El espacio conquistado debe ser defendido a toda costa, los ideales y objetivos deben mantenerse, para no corromperlos ni desviarlos. Necesitamos reflexionar sobre cómo mantener la polarización: ¿vamos hacia la construcción del socialismo o volvemos al capitalismo? Es un debate permanente, algunos tienen tendencia a desviarse, y eso nos debe preocupar. Tuve la ocasión de escuchar, en una asamblea, a alguien que promovía emprendedores, de los que han obtenido mucho de nuestro gobierno, del cual han recibido facilidades; y cuyo desarrollo económico de carácter individual corre paralelo al de la economía municipal. Esa persona le dijo a una unidad productiva familiar: chico, olvídate, ven con nosotros en una empresa anónima, que es más sencillo. Del mismo modo, debido principalmente a la guerra económica, y a la necesidad de encontrar soluciones a la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores, se ha incrementado la tendencia a generar una dualidad en el ámbito laboral: yo trabajo para el Estado, pero también tengo una actividad económica. Ahora bien, si esto va en la dirección de la economía social, en una visión cooperativa y socialista, está bien; pero si por el contrario va en dirección de la explotación; entonces se usa al Estado para ir hacia el polo equivocado. Y así, el médico que trabaja para el Estado por la mañana, y para el sector privado por la tarde, en el sector público tratará mal a los pacientes y no desdeñará robarse una jeringuilla, por la tarde tratará al «cliente» que le paga bien, con guantes de cabritilla. Ocurre en el sector salud, pero también en otros sectores. Si vamos a construir el socialismo, todo esto debe cambiar.
–Pero aquí es donde entra en juego la cuestión del salario, ¿cómo lo están abordando? La derecha está especulando mucho al respecto.
–Ya a mediados del año pasado, el imperialismo volvió a atacar nuestra moneda, pulverizando los salarios y tratando de fomentar las protestas. Sin embargo, el Presidente Maduro ha incrementado una serie de políticas económicas para aumentar el salario social y debemos seguir por ese camino. Es una vía distinta del uso de la máquina de imprimir billetes y fomentar una economía irreal e inorgánica, la cual lleva a las consecuencias que vemos en EE. UU. y Europa. Por otro lado, teniendo todo lo que necesitamos, en socialismo no debería existir el salario. Tenemos que construir una nueva visión que tiene que ver con la imposición de nuevos símbolos, que contrastan con la inducción al consumismo, que te lleva a creer que necesitas vestir a la última porque lo lleva un “influencer” –influente–[persona con conocimiento, prestigio y presencia en determinados ámbitos en los que sus opiniones pueden influir en el comportamiento de otras muchas personas]. Y aquí, el ejemplo de los líderes cuenta, para difundir otro mensaje.