
Paula Klachko es socióloga y doctora en historia. Profesora de las universidades nacionales de José C. Paz y Avellaneda, es coordinadora del capítulo Argentina de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, e integrante de la secretaría ejecutiva internacional. Hablamos con ella sobre la situación en Argentina y su último libro, escrito junto a Atilio Borón, “Segundo turno. El resurgimiento del ciclo progresista en América Latina”, publicado en agosto por Ediciones Luxemburg y UNDAV.
—¿Cuál es su análisis de la situación argentina, tanto desde el punto de vista económico-político como desde las fuerzas alternativas?
—Es una situación extremadamente compleja, en primer lugar desde el punto de vista económico. Por un lado la inflación creciente actualiza la memoria de los procesos hiperinflacionarios de los 80, que desestructuraron las relaciones sociales y fungieron como mecanismos de disciplina social; que sirvieron para encarar el posterior shock neoliberal aplicado por Menem a partir de los 90. La vivencia actual inflacionaria bajo un gobierno peronista —y sin el bloqueo, la amenaza de guerra o invasión como sucedió en cambio con la inflación inducida en Venezuela— y el terror a una hiperinflación, vuelve a ser usado por la oposición para ofrecer el mismo programa de ajuste, privatizaciones y desregulación estatal para beneficio de los grandes capitales; que nos llevó a la crisis e insurrección popular espontánea de 2001. Pero sobre todo la pobreza y la miseria que se desarrollaron con el gobierno de Macri, y se perpetúan con el actual gobierno progresista, es lo que explica el justificado malestar de la población que, sin grandes luchas de por medio, y con las organizaciones populares formando parte en su mayoría del oficialismo; no pueden canalizar y encuentra una expresión por la derecha. No tanto tal vez por el programa, sino por el estilo y la bronca que expresa el personaje contra aquellos y aquellas responsables de la situación en que viven, hace al menos 6 años.
Para entender lo que está pasando hay que remontarse a los doce años de kirchnerismo que vivimos; y con los que salimos de la profunda crisis en la que habíamos caído; como consecuencia de las políticas neoliberales que se extendieron por todo el continente latinoamericano durante la década de los noventa. La lucha dentro del bloque dominante abrió la puerta a poderosas luchas de base, que aquí desembocaron en los gobiernos kirchneristas. Un ciclo político que duró doce años y, como sabemos, permitió la recuperación del mercado interior, una redistribución progresiva de la riqueza, la mejora sustancial de la calidad de vida, la ampliación del espectro de derechos reconocidos por el Estado. Conquistas que fueron atacadas en los cuatro años de gobierno de Macri, con el triunfo de la derecha en las elecciones de 2015, lo que convirtió todos los ámbitos de la vida económica a favor del gran capital. Se destruyeron 24.000 pequeñas y medianas empresas; y aumentó el desempleo, la pobreza, y la miseria. La derecha ha afectado el poder adquisitivo de los salarios, pero les hubiera gustado profundizar aún más, según los deseos del FMI, por ejemplo, con una contrarreforma más abrupta del sistema de pensiones y jubilaciones y una contrarreforma laboral que flexibilice y precarice aún más las condiciones de trabajo, salariales y organizativas de la clase trabajadora argentina; pero no lo han conseguido gracias a las luchas populares. El caso es que, cuando el Frente de todos, todas, y todes ganó por amplio margen; hubo una gran expectativa de poder retomar la agenda del kirchnerismo, pero esto no sucedió. Primero fue la pandemia, que impuso un freno dramático a todas las economías del mundo. El presidente ha manejado muy bien la política de salud, no nos ha dejado morir de hambre o de Covid, como lo hubiera hecho el neoliberal Macri; pero no ha aprovechado, como debería haberlo hecho una fuerza progresista o peronista consecuente, el momento de crisis aguda vivido por el modelo capitalista; para recuperar el control de la economía a favor de las mayorías. En cambio, se ha iniciado un ambiguo movimiento de declaraciones y retrocesos, como, por ejemplo, cuando el gobierno anunció su intención de expropiar una gran empresa de alimentos que había defraudado al Estado y al Banco Nación; y reemplazarla por una empresa estatal modelo que habría roto el monopolio de los formadores de precios en la cadena alimenticia. Pero, ante las protestas de la clase dominante, el gobierno retrocedió, y así sucedió también en varios aspectos. A pesar de eso, tuvimos una política diferente a la anterior, por ejemplo en una política exterior más integracionista, en una política interior no tan represiva como habría sido la de la derecha; pero en el plano económico no hemos avanzado en mejorar la vida del pueblo, por lo que el cuadro de miseria que dejó Macri se ha perpetuado. Hoy tenemos un paisaje de país que se parece al de 2001, con gente mendigando en la calle o rebuscando en la basura para sobrevivir, o durmiendo en la calle porque no tienen techo, y todo eso pasa bajo un gobierno peronista. Un cuadro lastrado por la vuelta del FMI impuesta por Macri y el fatal legado de un préstamo de 45.000 millones de dólares a pagar, y que no ha sido mejor negociado a favor del pueblo. El kirchnerismo, la principal fuerza alternativa que anteriormente mejoró la vida de la gente, como parte de este gobierno se ha deteriorado en su capacidad de representación política de algo alternativo. Incluso Cristina, quien ciertamente fue víctima del lawfare, sufrió un atentado contra su vida y sigue siendo objeto de una feroz campaña de satanización; como vicepresidenta, a ojos de la población, comparte las responsabilidades.
—¿Qué interpretación hace usted de estas primarias, de los candidatos y de los intereses que representan?
—Vemos una votación dividida en tres tercios, como lo anticipó Cristina Fernández de Kirchner. En primer lugar, con el 30% de las preferencias, tuvimos la desagradable sorpresa de ver el rápido crecimiento de Javier Milei, un protofascista, un “Bolsonaro” que no tenía competidores internos en una formación que abusa de la palabra libertad y se llama La Libertad Avanza, y a quién ha felicitado la extrema derecha europea, —empezando por el partido Vox— y también la ultraderecha golpista latinoamericana. Un loco, que habla con su perro muerto y promete una serie de disparates, imposibles de cumplir si se hace realidad esta pesadilla presidencial: quiere privatizar la salud, la educación, todo, liberalizar la licencia de porte de armas. Se define a sí mismo como un «anarcocapitalista» que va en contra del Estado y las “castas políticas”, trata de capear la ira social y se presenta como un outsider, cuando es un economista bien integrado en el sistema empresarial, en los círculos de poder económico, pero que con su tono disruptivo y fórmulas falsas pero concretas y presentadas muy enfáticamente como soluciones rápidas y mágicas sedujo a mucha gente de manera transversal tanto generacional como de clase, aunque con preeminencia en las y los jóvenes. Se presenta como ultraliberal en lo económico y ultraconservador en lo social. En segundo lugar, se encuentra la derecha más «clásica»: el Macrismo de Juntos por el Cambio, que obtuvo el 28,3% al sumar los votos de los dos candidatos en las primarias, la ganadora, Patricia Bullrich, y su retador, Horacio Rodríguez Larreta, que ocupa actualmente el cargo de jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, la capital federal, desde diciembre de 2015. Bullrich fue la ministra de Trabajo que intentó recortar los salarios y jubilaciones en un 13% durante el frustrado gobierno de Fernando de la Rúa, quien el pueblo obligó a huir en helicóptero durante la insurrección de 2001. Luego, fue ministra de seguridad de Macri desde donde hizo valer su discurso de mano dura contra el pueblo. Unión por la Patria, un frente policlasista que expresa a varios sectores empresariales, sindicales y que muestra una faceta más “progresista”, que incluye a sectores tradicionales del peronismo, al kirchnerismo y otras fuerzas, obtuvo el 27,3 por ciento, sumando los resultados de los dos candidatos internos, Sergio Massa y Juan Grabois. Massa cuenta con el apoyo de los principales referentes de Unión por la Patria, del presidente Fernández, de los principales sindicatos, de muchos gobernadores. Un personaje polémico porque, si bien es parte firme de la alianza de gobierno con su partido Frente Renovador, es ministro de Economía, y fue en 2008 y 2009 jefe de gabinete del gobierno de Cristina, luego fue candidato opositor en las presidenciales de 2015 y en la segunda vuelta apoyó a Macri. Además en el plano internacional, asumió posiciones difíciles de digerir, como el apoyo al autoproclamado Guaidó en Venezuela. Sin embargo, se sabe que en política los individuos también actúan en función del contexto y de las alianzas que los sustentan y que, en este caso, los empujan hacia otras posiciones. Sin embargo, probablemente siga siendo un hombre de confianza de la embajada de EE. UU, como reveló Wikileaks en su momento. Grabois, del Frente Patria Grande, viene de las luchas sociales, de la economía popular, de la organización de los y las trabajadoras más precarizadas, con posturas antiimperialistas. Obtuvo un considerable, casi, 6 % de los votos que fortalecen estas propuestas dentro del frente.

—Usted ha escrito un nuevo libro, con Atilio Borón. ¿Qué puede decirnos al respecto?
—Sí, con Atilio Borón escribimos el libro “Segundo Turno. El resurgimiento del ciclo progresista en América Latina” que también se publicará en México, Chile y esperamos que pronto en Brasil, Venezuela y Cuba. Allí analizamos los antecedentes y contextos históricos y económicos; así como las principales características que explican el repliegue de la primera fase del ciclo progresista, en América Latina y el Caribe, que tuvo lugar desde 1999 con la victoria de Hugo Chávez en Venezuela; hasta 2015 con la derrota electoral del kirchnerismo y 2016 con el golpe de Estado contra Dilma Rousseff en Brasil, momento en que la contraofensiva imperialista cosecha varios éxitos. Ese retroceso duraría hasta 2018 / 2019 momento en que comienza a resurgir una segunda fase del ciclo. Nos detenemos a estudiar los indicadores que, en nuestra hipótesis, muestran que no solamente el ciclo progresista no murió durante la fase de repliegue; sino que ha emergido una nueva fase de ascenso que aún no se ha consolidado, y que, como todo proceso histórico, muestra avances, retrocesos, contradicciones. En primer lugar, el núcleo duro de los gobiernos revolucionarios ha resistido en Cuba, Venezuela, Nicaragua, mientras luchas muy importantes han posibilitado el regreso o la victoria de alianzas políticas que incluyen a fracciones e intereses populares, desde 2018 en México, luego la victoria del Frente de todos en Argentina, —con todas sus debilidades y posterior decadencia— el regreso del MAS en Bolivia después del triste Golpe de solo un año; en Colombia, victoria importante en un país con tantas bases militares yanquis; en Perú con el breve gobierno de Pedro Castillo, con quien lamentablemente ya no podemos contar, y que fue el primer golpe de estado de este segundo turno del ciclo progresista; y también las victorias en Honduras, en Chile, en Brasil. Victorias que generan las condiciones para la consolidación de un nuevo ciclo. Condiciones necesarias, pero no suficientes. No podemos dar nada por hecho porque la derecha ha aprendido la lección; surgen opciones protofascistas para ponerle freno a esta segunda ola, la lucha de clases y la polarización son brutales, pero con el aporte de importantes economías regionales como Brasil, México, Colombia, se dan mejores condiciones para fortalecer los ámbitos de integración regional, como Celac; relanzar Unasur, y consolidar una segunda fase del ciclo progresista. En Chile el gobierno de Boric muestra limitaciones y ambigüedades, pero es importante que no haya asumido la presidencia el pinochetista Kast. Aunque la aceleración y las trampas puestas al proceso constituyente pusieron trabas a ese proceso de lucha popular tan importante e interesante que se desarrollaba y, estoy segura, está latente y ya encontrará nuevos cauces. Y el resultado del 22 de octubre en Argentina será crucial para que un país tan importante en la región no vaya a nadar a contracorriente del segundo turno del ciclo progresista, poniendo palos en la rueda para su consolidación. En ese caso, nuestro país se disputará entre ser una nueva plataforma imperialista para la voracidad del capital trasnacional, el ataque de su propio pueblo y los gobiernos progresistas y revolucionarios de la región, y la lucha que sabremos desplegar para resistir ese triste papel. El pueblo argentino cuenta con importantes organizaciones y movimientos obreros organizados para desplegar esa resistencia. Pero ahora nos toca ser creativos y creativas, para seducir a un pueblo decepcionado y encantado por serpientes.