Por: José Gregorio Linares
Históricamente, bajo las banderas del progresismo, la juventud estuvo impregnada de un espíritu de solidaridad y lucha a favor de los más necesitados. Sin embargo, en Venezuela presenciamos hechos insólitos de extrema violencia ejecutados por pandillas de jóvenes insensibles ante el dolor ajeno, ideológicamente vacíos, incapaces de formular una propuesta política coherente, pero articulados con movimientos políticos de corte fascista. Hace pocos años ni el más sombrío de los utopistas lo fuera vaticinado.
Es un error creer que esta barbarie antihumana es consecuencia, exclusivamente, de la estrategia desestabilizadora de la derecha en la actual coyuntura política. Para que ocurran hechos criminales cómo los ejecutados por estos jóvenes sin que, además, se conmuevan ante el dolor causado, debió irse incubando, progresivamente, una cultura de la muerte. Hasta ahora prestamos poca atención a este fenómeno de insensibilidad y deshumanización. No estuvimos lo suficientemente alertas ante el hecho de que el fascismo para desarrollarse necesita de una juventud egoísta, indolente, mercantilizada, pervertida y violenta. Una juventud carente de un sólido sistema de valores humanistas y democráticos, ajena a cualquier patrón de convivencia social.
Pero si antes no prestamos suficiente atención al problema, ahora estamos obligados como venezolanos y como ciudadanos a darle solución si queremos rescatar el sentido de humanidad, los lazos sociales que los cohesionan y eso que Augusto Mijares llamó “lo afirmativo venezolano”. En ese sentido creo que debemos: desentrañar los mecanismos y los medios que fueron utilizados para activar estos dispositivos de odio, insensibilidad y destrucción; conocer hasta dónde se extendió y cuán profundamente caló el daño en el alma de parte de nuestra juventud; buscar, como política de Estado, la manera de erradicar la cultura de la muerte de la psique de estos muchachos; enfrentar con firmeza las organizaciones y medios que pusieron en práctica semejante programa de deshumanización y barbarie.
El problema es sumamente grave y complejo, por tanto, si no lo abordamos de manera holística y sólo atacamos sus manifestaciones políticas y judiciales no lo estaremos combatiendo de raíz y el mal se mantendrá latente y reaparecerá cada cierto tiempo. De este modo, aunque tácticamente ganemos la batalla política y conservemos el poder, estratégicamente perderemos la batalla cultural y humana que es la razón de ser de nuestra Revolución. En consecuencia, es de sumo clave abordar esta situación integralmente en vista de que la vida y la cultura están bajo amenaza; luego, cualquier intento de acuerdo social, no será acatado. Por ende, es necesario crear las bases espirituales de una nueva sociedad basada en el amor y la compasión a fin de fortalecer el proyecto socialista y el tejido humano que garantiza la mínima convivencia social, de lo contrario estaremos fabricando una sociedad decadente, moralmente pervertida, espiritualmente deshecha y políticamente vacía.
Los jóvenes son quienes a la larga deciden el rumbo político de un país. Son quienes a futuro toman el control de la sociedad. Por tanto, principalmente, hacia ellos fue dirigida la campaña deformante. Las potencias enemigas de Venezuela saben que deben minimizar los riesgos de un enfrentamiento abierto como el llevado a cabo en otras latitudes. En consecuencia, propusieron ganarse a la juventud para que los ayuden en sus inescrupulosos propósitos. De este modo, transformaron a muchos jóvenes en activistas de la violencia. Estos no poseen la más mínima formación política ni están en capacidad de debatir ideas; pero sus acciones desalmadas sirven para atentar contra la estabilidad política del Gobierno. Más aún, conforman la condición subjetiva indispensable para que nazca el fascismo.
Las potencias imperiales impulsaron este programa antiético, antinacional e inhumano: ¿cómo desarrollaron semejante programa? Una primera pista para responder esta interrogante, lo pensó el marxista polaco Zigmunt Bauman. Dicho pensador estudió las estrategias que pusieron en práctica las metrópolis para lograr el dominio del mundo sin necesidad de usar la fuerza militar. Expresó que en la actualidad la prioridad de dichas potencias consiste en ocupar la mente y el corazón de los jóvenes para que estos se conviertan en una suerte de eunucos ideológicos. En su libro Los retos de la educación en la modernidad líquida explicó el prototipo de joven que las potencias se plantearon crear: un ser marcadamente individualista, sin referentes históricos ni arraigo con su espacio local o nacional, sin compromiso con ideal alguno, sin lazos afectivos duraderos, ni respeto por las normas y la autoridad, insensible ante las penurias sociales y ambientales, indiferente al arte y la cultura, subsumidos en el mundo virtual, consumidor compulsivo de mercancías de moda, sin formación política alguna, negado a realizar cualquier esfuerzo físico o intelectual, sin hábitos de lectura y con escaso vocabulario, dado a la diversión pueril, profundamente racista y clasista, sin escrúpulos morales.
Todo este programa de fascistización de nuestros jóvenes se viene desarrollando desde hace décadas; y muchas modas curriculares, aparentemente inocentes, tributan a este propósito. Todo esto se realiza a través de los medios de comunicación, las redes sociales, los espacios de distracción, los centros educativos, los videojuegos, los centros comerciales, etc. Así, de manera aparentemente natural crearon el caldo de cultivo del fascismo y el terrorismo. De modo que para cursar este programa de perversión sólo hace falta tener un celular inteligente, salir de compras o prender el televisor. Entonces ¿qué hacer para impedir que a nuestros jóvenes les secuestren esa etapa extraordinaria de la vida que históricamente ha estado al servicio del bien y de la humanidad?