Por: Orlando Becerra Vielma
Estamos transitando por un tiempo extraordinario en el que periclita el imperialismo y surge una nueva forma, un nuevo modo de concebir el relacionamiento mundial.
A sabiendas de que la OTAN —y el grupo de naciones agrupadas en el G7— tiene como objetivo fundamental garantizar la libertad y la seguridad de sus países miembros a través de alternativas políticas y militares, tal como reza la resolución 1973: “para proteger a los civiles y zonas habitadas por civiles bajo amenaza de ataque”; y que esto se ha considerado y asumido como un permiso para realizar cambios de régimen que no se apeguen a su interés, y emprender acciones injerencistas y que violan el principio de autodeterminación de los pueblos; un nuevo orden mundial está naciendo.
Según datos publicados en la revista Time, los Estados Unidos de Norteamérica superan año tras año —a pesar de su grave situación económica— los 1.000 millardos de dólares por gastos “en defensa.” Este tipo de naciones, con una connotada tradición histórica de intervenir en los asuntos regionales o internos de otras naciones, culpan a las potencias emergentes de no actuar en nombre de los derechos humanos, es su escudo y principal argumento para darle continuidad a su carácter hegemónico en el concierto mundial.
Mientras tanto, procurando un balance, las “nuevas” potencias integradas en el bloque BRICS sostienen que la intervención genera más daño que beneficio, y buscan relacionarse mediante vínculos económicos, culturales y comerciales que impulsen sus economías por encima de intereses hegemónicos.
Es tan distanciada, diferente y democrática la forma de contrapeso y orden interno del BRICS, que durante la primera reunión formal de presidentes de los países del BRICS realizada en 2009, Luiz Inácio Lula da Silva, Dmitri Medvedev, Manmohan Singh y Hu Jintao, presidentes de Brasil, Rusia, India y China, respectivamente; se reunieron en Ekaterimburgo, Rusia, y afirmaron que “…las economías emergentes y en desarrollo deben tener más voz y representación en el seno de las instituciones financieras internacionales; donde sus líderes y directores deberían ser designados por medio de procedimientos selectivos abiertos, transparentes, y basados mucho más en la capacitación técnico-práctica de los candidatos”. Esta posición es marcada y diametralmente opuesta a la forma como, consuetudinariamente, se viene haciendo en el Banco Mundial o en el FMI.
Pero ese Nuevo Orden Mundial, próximo a consolidarse, no reposa solo en los hombros de los países BRICS; no podemos obviar la conformación de bloques multilaterales de entendimiento como ALBA-TCP, CELAC, PETROCARIBE, La Cooperación SUR-SUR, entre otros, que procuran e impulsan mecanismos de concertación e integración con base en la imperiosa necesidad de avanzar unidos, entrelazando políticas comunes en lo social, en lo económico, en lo sanitario, en lo cultural y procurando generar Bienestar Social entre todos y para todos.
En conclusión, estamos en presencia del surgimiento consolidado de nuevas formas de entendimiento, de relacionamiento entre naciones, donde lo prioritario es el carácter social por encima del interés comercial, donde la adhesión y el consenso no pasa por un carácter belicista sino por políticas mutuas de integración total, procurando que no existan más planes Balboa, que no hayan más episodios como los de Irak, Libia y Afganistán; que ralentizan la construcción definitiva de otra visión.
Venezuela juega un papel fundamental en la creación de este nuevo mundo. El Presidente Chávez fue uno de los principales propulsores de las alianzas multilaterales para el surgimiento del nuevo orden mundial, su consigna de otro mundo es posible recorrió las venas de América Latina, y ahora el Presidente Nicolás Maduro continua con la diplomacia de paz para fortalecer la visión del mundo multipolar y pluricéntrico.