Conmemorar un nuevo Día de la Trabajadora y del Trabajador, que nos reencuentra de las luchas contra la violencia del capitalismo, debe ser también una oportunidad para denunciar el peor rostro del capitalismo: el Patriarcado y su influencia en la perpetuación de la explotación de seres humanos, especialmente mujeres, niñas y niños, que en su mayoría forman parte de la nueva forma de esclavitud: la migración inducida.
A finales del siglo XIX, el desarrollo impulsado por la Revolución Industrial generó, en algunas ciudades de Estados Unidos y de Europa, conglomerados industriales regidos por normativas laborales que propiciaban la explotación laboral. Para aquel momento, el único límite que existía era el no hacer trabajar a una persona más de 18 horas sin causa justificada; y la consecuencia era una multa de 25 dólares.
A esta forma de explotación eran sometidos ancianos, ancianas, niños, niñas, y mujeres que eran preferidos y preferidas por su docilidad para el trabajo, más cuando formaban parte de grupos sociales desplazados dentro de los países o inmigrantes atraídas y atraídos por un sueño de progreso económico: el ajuste de la jornada laboral a ocho horas, principal bandera de lucha de las dos últimas décadas del siglo XIX, acompañada de otras conquistas que al mencionarlas tenemos idea de la precariedad de las condiciones laborales imperantes.
En aquel entonces se luchó también por un seguro contra enfermedades, accidentes de trabajo, invalidez y vejez, igualdad salarial, disfrute de vacaciones, bonificaciones, derecho a la asociación sindical y derecho a la huelga. Sin embargo, es justo reconocer que fueron las mujeres trabajadoras quienes iniciaron las luchas contra la explotación laboral.
Fue el 8 de marzo de 1857 cuando miles de trabajadoras textiles decidieron salir a las calles de Nueva York con el lema “pan y rosas” para protestar por las míseras condiciones laborales y reivindicar un recorte del horario y el fin del trabajo infantil; lo que inició la lucha por mejores condiciones laborales.
Estas luchas, que evidencian la fuerza organizativa y la iniciativa de las mujeres sometidas a las mismas condiciones de explotación que los trabajadores; —a costa de sus propias vidas— dieron el ejemplo a los movimientos sindicales para romper las relaciones laborales de explotación.
Para aquel momento, las condiciones de doble y triple jornada a las que éramos sometidas las mujeres, mucho más salvajes por la precariedad de la protección social vigente para entonces, generaba afectaciones graves para la salud de las compañeras que asumían la responsabilidad del sustento económico de sus familias.
La lucha por la justicia y la dignidad de las trabajadoras y los trabajadores ha continuado a lo largo de décadas. En Revolución, el reconocimiento de los derechos laborales es uno de los objetivos principales; con la convicción de que el trabajo nos dignifica y hace libres. Como producto de esta reivindicación, se obtuvo la Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras LOTTT, promulgada por el Presidente Hugo Chávez el 30 de abril de 2012 y publicada en la Gaceta Oficial N°6.076 del 7 de mayo de 2012; la cual consta de 554 artículos y 7 disposiciones transitorias.
Algunas de las novedades de esta ley son la reducción de la jornada laboral de 44 a 40 horas semanales diurnas, el pago doble de prestaciones en caso de despido injustificado, la eliminación del cobro de comisiones bancarias por servicios de cuenta nómina y el regreso de la retroactividad de las prestaciones para los trabajadores activos desde 1997, que habían sido conculcadas por el último gobierno de la IV República.
Por: Vicepresidencia de Mujeres