Por Alberto Aranguibel B. (@SoyAranguibel)
07/12/2018
Por lo general, los balances de fin de año suelen elaborarse desde una perspectiva eminentemente periodística, haciéndose siempre una síntesis de los titulares más relevantes del periodo como herramientas de constatación de la realidad.
A través de esta modalidad de análisis, se le otorga al periodismo una excepcional capacidad para la visualización y comprensión del ámbito político, imprimiéndole de esa forma al medio de comunicación una suerte de personificación de la objetividad que excede con mucho sus verdaderas atribuciones y capacidades. La visión del medio de comunicación es la del dueño del medio de comunicación. Y en ese sentido, la valoración de los acontecimientos más importantes del quehacer político estará siempre signada por la subjetividad y los intereses particulares de la empresa mediática.
En Venezuela (y fuera de ella) los medios de comunicación al servicio de la guerra desatada por el imperio norteamericano contra el país, con toda seguridad hablarán en sus balances de fin de año de la supuesta “crisis política” que según ellos mantendría en vilo a los venezolanos desde el inicio de las acciones terroristas de la derecha en 2017. Seguramente colocarán el tema como el cataclismo sin solución que han pretendido hasta ahora que sea la realidad de la vida en el país.
Siendo objeto de una cruenta agresión económica que busca acabar con el modelo de justicia e igualdad social que se propone la Revolución Bolivariana, Venezuela ha tenido en los medios de comunicación uno de los enemigos más abiertamente activos en el intento de hacer creer a la opinión pública nacional e internacional la infamia de la supuesta “dictadura” que se habría instalado en el país con el gobierno legítimo del presidente Nicolás Maduro, para generar aprensiones y desmovilización social y ocultar así tras un manto de falsa veracidad periodística al verdadero agresor contra el pueblo.
De tal forma que la significación de hechos de trascendental importancia como los alcanzados en 2018 por la Revolución Bolivariana, muy probablemente serán reducidos por esa mediática contrarrevolucionaria empeñada en la desvirtuación de la realidad, cuando mucho, a la condición de simples tips cronológicos del devenir social y político del país.
El agobio, la calamidad y la pesadumbre serán con toda seguridad los rasgos resaltantes para quienes predican el aliento sistemático de la apatía y la desesperanza entre la población. Animosidad que surge de los mismos titulares catastrofistas que dicen registrar la vida de las venezolanas y los venezolanos, pero que en verdad lo que registran son los pérfidos deseos de unos pocos que, en medio de su amargura, desconocen el natural brío y el proverbial optimismo que desde siempre caracterizó a nuestro pueblo. Atributos que determinan más que ningún otro factor el comportamiento político venezolano en todo este periodo.
El fenomenal logro de la paz alcanzada en 2017 con la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, es sin lugar a dudas uno de los aspectos más relevantes del proceso de avance y consolidación del modelo chavista que hoy impulsa el presidente Nicolás Maduro con el respaldo mayoritario de las venezolanas y los venezolanos. Un fenómeno sin precedentes de estabilidad social en medio de una situación de profundas dificultades derivadas del cerco económico al que está sometido el país, que a lo largo de 2018 se ha traducido en uno de los atributos más notorios del auge que ha venido adquiriendo el liderazgo, ya no solo del hijo de Chávez que hoy está al frente del ejecutivo nacional, sino de toda una dirigencia revolucionaria que se ha mantenido en la más perfecta sintonía con las aspiraciones, las angustias y los padecimientos de un pueblo que ha sabido encarar con la mayor entereza e hidalguía la calamidad a la que hemos sido sometidos y que los medios de comunicación privados y cierta izquierda urticante y pendenciera han desconocido recurrentemente.
Que luego de todos estos meses no se haya producido el estallido social o la caída del apoyo popular a la revolución que persiguen la derecha nacional e internacional y el imperio norteamericano, es ya en sí mismo una proeza de dimensiones extraordinarias en el marco de una agobiante realidad económica como la que experimenta Venezuela. Lo que demuestra, por una parte, la solidez del proyecto revolucionario en el sentimiento popular, y explica, sin lugar a dudas, la imposibilidad de avance de los planes de invasión preparados desde hace meses por el imperio. Que los medios de la derecha reconozcan esta inobjetable verdad, será más que improbable.
Que reconozcan la pulverización que luego de más de dieciocho años de lucha contrarrevolucionaria ha sufrido este año la oposición venezolana, tampoco será nada probable. Los medios de comunicación han sido los creadores de la matriz mediática que presenta a Venezuela ante el mundo como un infernal escenario de conflictividad política, aún a pesar de que ya en el país no existe un sector opositor ni siquiera medianamente organizado. Las fracturas internas del llamado antichavismo, derivan de su propia ineptitud e incompetencia para el accionar político, pero también, y muy principalmente, de la proverbial astucia y capacidad como estratega político demostrada por el presidente Nicolás Maduro.
Parte esencial de ese clima de paz social que, muy a pesar del padecimiento del pueblo por la especulación capitalista y la guerra económica desatada por el imperio se ha respirado en el país durante todo el 2018, ha sido determinado precisamente por la desarticulación casi por completo de las fuerzas opositoras que venían operando en el territorio nacional a través de los llamados a paro, a rebelión contra el gobierno, a la generación de violencia terrorista, del sabotaje a las instalaciones de los servicios públicos y de la corrupción opositora enquistada en los organismos del Estado desde hace casi un cuarto de siglo, todo lo cual obstaculizó definitivamente las posibilidades de avance de la revolución y retrasó la conquista de mejores condiciones de vida y mayor bienestar para las venezolanas y los venezolanos.
Tal capacidad de acción, como la que en efecto llegó a tener en algún momento la oposición, no existe en la Venezuela de hoy, por mucho que los medios de comunicación internacionales continúen titulando con el infundado apotegma de la “crisis política” para referirse a la realidad actual del país. La falacia de los supuestos “presos políticos” no es sino un etiquetaje de mercadeo político que solo sirve para retrotraer a aquel pasado de oprobio cuartorepublicano, cuando ciertamente la persecución, las desapariciones y el exterminio políticos constituían la dolorosa e innegable verdad que desoló por décadas a miles de hogares venezolanos.
La gran proeza del presidente Nicolás Maduro, es haber logrado mantener el proyecto chavista de inclusión social enfrentado al más brutal ataque del que haya sido objeto nación alguna por parte del imperio más poderoso del planeta. Un logro de dimensiones históricas si se considera que ni siquiera el propio comandante Chávez llegó a alcanzar un nivel de contención de las fuerzas de la derecha como el que hoy es más que evidente en el país, gracias a la cohesión y la lealtad del pueblo hacia su revolución y la destreza de su liderazgo revolucionario.
Haber obtenido el más inobjetable triunfo en los más importantes eventos electorales convocados durante el año; lograr sostener durante todos estos meses la inversión social por encima del 75% del presupuesto nacional, convirtiendo la protección al pueblo en una política esencial del Estado; haber emprendido el reto de la transformación a fondo del sistema económico a través de un plan ambicioso de recuperación y estímulo de la producción nacional basado en la independización del dólar y la creación del Petro como primera moneda virtual respaldada por el Estado a través de las valiosas riquezas y recursos de la nación; así como el haber derrotado (no en una sino en reiteradas ocasiones) la agresión internacional orquestada desde la OEA por el siniestro Secretario General de dicha organización, Luis Almagro, en connivencia con los mandatarios ultraderechistas del continente y de Europa, colocan a Venezuela como un país erguido y pujante frente a la adversidad, y sin la menor duda al presidente Maduro como toda una revelación como estadista de la mayor talla hoy en el mundo.
Frente a esa irrefutable realidad, el 2018 de Venezuela no puede ser visto sino como el año de un país signado por las más grandes y admirables proezas revolucionarias.