Lorena Almarza
Afirmó el escritor y poeta Luis Alberto Crespo que Andrés Bello, constituye una figura primordial de nuestra cultura y educación, en tanto se dedicó a la defensa de nuestra lengua regional y americana. A su vez, a través de la poesía política y geográfica como “Alocución a la poesía” y “Silva a la agricultura de la Zona Tórrida”, hizo recuento de la gesta de Bolívar y la lucha independentista y exaltó las bellezas y riquezas de la tierra americana. Según el querido poeta caroreño, desde el interior de sus silvas, Bello enseña patria, y también, avivó el contenido del Canto general de Pablo Neruda.
Para el pensador dominicano Pedro Henríquez Ureña fue el “libertador intelectual de América”, mientras que el mexicano Alfonso Reyes lo llamó “gran civilizador, peregrino del justo saber y el justo pensar”.
La vida en Caracas
Andrés de Jesús María y José Bello López nació el 29 de noviembre de 1781 en Caracas. Para el momento, la ciudad era habitada por unas 40 mil almas y padecía las amenazas de distintas epidemias como la viruela.
Entre árboles, música sacra, lienzos, libros y tallas de ángeles y vírgenes, nació y creció Andrés en la casa de sus abuelos maternos, situada detrás del Convento de La Merced. Su padre, Bartolomé Bello había sido músico y compositor de la Santa Iglesia Catedral y luego de formarse como abogado, trabajó en la Real Audiencia. Su abuelo fue Juan Pedro López reconocido pintor, escultor y dorador del período colonial. Ana Antonia López Delgado, su madre, fue quien se ocupó de brindarle las primeras enseñanzas hasta los 6 años y cultivar su pasión por la lectura.
Se incorporó a la Academia de don Ramón Vanlosten donde tuvo como maestros a su tío paterno Fray Ambrosio López y a Fray Cristóbal de Quesada. Con Quesada el niño estableció una fraterna y estrecha relación, quien le enseñó latín y castellano a través de la lectura de los clásicos latinos, en especial de la poesía de Horacio y Virgilio. A su vez, éste fraile cumanés era también el bibliotecario, así que tuvo acceso ilimitado al lugar, y a su entusiasmo por la lectura sumó el interés por la historia, la filosofía y la literatura clásica. Cuentan que durante un almuerzo familiar, su madre observó que en lugar de comer leía. Entonces le preguntó: “Andresito, ¿qué pasa que no comes?”. Y el niño respondió: “Mamá, es que mi cerebro necesita más alimento que mi estómago”.
Con 11 años recitaba los poemas de Calderón de la Barca y comenzó la traducción de la Eneida. A los 12 había leído “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes.
Al morir Quesada, el jovencito prosiguió estudios en el Seminario Santa Rosa donde obtuvo el primer premio por una composición y una traducción del latín al castellano; y en tan solo un año, aprobó todos los contenidos del trienio. Se hizo muy amigo de José Ignacio Uztáriz y sus hermanos, y se unió a un grupo de tertulias sobre literatura. Desde muy temprana edad impartió clases particulares a otros jóvenes, como fue el caso de Simón Bolívar a quien dio clases de geografía y bellas artes.
En 1797 ingresó a la Real y Pontificia Universidad de Caracas y estudió filosofía. En 1800 obtuvo el grado de bachiller en artes. En la universidad contó con el apoyo incondicional del padre Rafael Escalona. Allí estudió a Descartes, Leibniz, Berkeley, Locke y Condillac. Además de lógica, álgebra, aritmética y geometría, y física experimental. Al culminar sus estudios de bachiller inició Derecho y Medicina. Para entonces, había aprendido de modo autodidacta francés e inglés.
Al Ávila con Humboldt y Bonpland
Alejandro Humboldt y Aimé Bonpland habían llegado a Venezuela en julio de 1799, y luego de recorrer el oriente del país llegaron a Caracas. El Ávila imponente los enamoró y fue así que planificaron la exploración. El 2 de enero de 1800 junto a Andrés Bello emprendieron camino. Sin embargo, Bello no aguantó la caminata y se regresó. Como todos, se enteró de la llegada a la cima de los científicos por los cohetes que el propio Humboldt lanzó para celebrar.
En la Capitanía General
Trabajó en las oficinas de la Capitanía General de Venezuela y cuando llegó la vacuna contra la viruela, por allá en 1804, estuvo a cargo del plan de vacunación en todo el territorio. Incluso escribió la Oda de la Vacunación. Posteriormente fue designado Comisario de Guerra, cargo que por primera vez ocupó un criollo, y que por supuesto los mantuanos miraron con ojeriza.
Bello periodista
La primera imprenta vino a bordo del Leander en 1806 con Francisco de Miranda. Fracasada la expedición, quedó en Trinidad, hasta que en 1808, Mateo Gallagher y James Lamb la trajeron a Caracas y se instaló en la calle Catedral, esquina de la Torre. El 24 de octubre apareció la Gazeta de Caracas y Bello fue designado su redactor. Nació así el primer periódico y el primer periodista.
Posteriormente intentó desarrollar la revista El Lucero de índole más cultural y educativa, pero su verdadera vocación periodística la ejerció en Europa donde le tocó ser la voz de la América contra la ofensiva imperial. Se vinculó con El Colombiano, de Francisco de Miranda, y el Español, de José María Blanco White. Fundó la Biblioteca Americana, dedicada promover información independentista y sobre los pueblos de América; así como filosofía e ideología. Luego publicó Repertorio Americano. En Chile escribió en el periódico El Araucano su obra educativa.
Viaje sin retorno a Venezuela
Los sucesos de abril de 1810 quebraron el orden colonial. Bello se incorporó a la causa patriota y el 10 de junio, junto a Simón Bolívar y a Luis López Méndez partió en misión diplomática a Inglaterra. Para los realistas era un traidor al Rey, para algunos patriotas un espía de la Corona. Aunque la expedición no rindió frutos, ganaron a la causa a Francisco de Miranda. Bolívar y López regresaron a Caracas y Bello permaneció en Inglaterra a cargo de tareas diplomáticas.
Muchas son las cartas que testimonian su deseo de volver a la patria amada, sin embargo, siempre debió postergar, pues diversos acontecimientos sacudieron a Venezuela como el terremoto de 1812, la pérdida de la Primera República entre otros, que hicieron necesario sus buenos oficios para atender asuntos políticos, diplomáticos y de hacienda. Se casó dos veces, tuvo hijos e hijas, enviudó e incluso vio morir a algunos de sus descendientes. Completó sus conocimientos lingüísticos, filológicos y de historia literaria, y se hizo asiduo lector de la Biblioteca del Museo Británico.
Su estancia en Londres fue dura en términos económicos pues no siempre la República le garantizó los recursos para su manutención, así que debió dar clases particulares y realizar traducciones. En algunas temporadas contó con la ayuda económica de amigos e incluso prestó servicio a la legación chilena una temporada. En carta a su amigo Pedro Gual le contó: “(…) Hasta el presente he podido vivir en Londres (…) en una moderada medianía (…) me ocupé llevando la correspondencia de una casa de comercio y dando lecciones de español, latín y griego (…) El Gobierno de Colombia no puede ni debe abandonar a un empleado del Gobierno de Venezuela, que como Ud. sabe vino a Londres con un encargo oficial (…). A Bolívar le escribió: “(…) carezco de los medios necesarios aun para dar una educación decente a mis hijos (…) veo delante de mí, no digo la pobreza, que ni a mí ni a mi familia nos espanta, pues ya estamos hechos a tolerarla, sino la mendicidad”. Sin embargo no abandonó nunca la causa independentista.
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Rumbo a Chile
El 14 de febrero de 1829 partió a Chile, donde desarrolló su obra educativa y escribió entre otros, la Gramática de la lengua castellana, la cual fue reconocida por la Real Academia de España como “obra que contribuirá a que se conserve la lengua castellana”. Participó en debates sobre la educación pública junto con Domingo Faustino Sarmiento y en 1851 fue nombrado miembro honorario de la Real Academia Española. Fue senador y redactó el Código Civil chileno. A su vez, fue el fundador y primer rector de la Universidad de Chile. Murió el 15 de octubre de 1865.