Por Alí Ramón Rojas Olaya
El arte es política. “La tarea de la obra de arte no es revolucionar la historia del arte, sino revolucionar la historia del hombre”, decía Hannah Arendt. Vemos las luchas proletarias en El Cuarto Estado de Giuseppe Pellizza da Volpedo, o la revolución industrial en Tiempos modernos de Charles Chaplin, o la historia del bombardeo del pueblo vasco de Guernica en el lienzo de Picasso, o la revolución mexicana en el Muralismo, o la historia de Latinoamérica en el Canto General de Pablo Neruda o las intervenciones estadounidenses en la Gloriosa Victoria de Diego Rivera, o la cuarta república en La mañana ajena de Modesta Bor y Fernando Rodríguez.
Allen Dulles (1893-1969) en El arte de la inteligencia exponía en 1963 que para acabar con la Unión Soviética había que “Inocular en la literatura, cine y teatro soviéticos, el reflejo y el enaltecimiento de los más bajos sentimientos humanos, encumbrando, por todos los medios, a ‘artistas’ que siembren el culto al sexo, violencia, sadismo, traición, cualquier tipo de inmoralidad”. Debemos concienciar que el valor de una obra artística no es el que le confiere el mercado. Nuestras mujeres son bellas porque lo son, no porque la industria del entretenimiento lo decida. El arte es el punto de equilibrio entre la estética y la ética.
César Rengifo (1915-1980) en su ponencia Los medios alienantes y las influencias deformantes de las culturas nacionales, leída en la IV Conferencia del Teatro del Tercer Mundo, explica la pedagogía estética capitalista de este modo: “a los artistas de formación culta se les induce mediante habilidosa prédica a separarse de toda realidad y muy especialmente de las realidades de sus respectivos países, orientándolos a rendir culto a las normas, tendencias y posiciones convenientes al sistema”. Ricardo Carpani (1930-1997) en Arte y revolución en América Latina expone que tal pedagogía genera “el divorcio entre artista y sociedad, inherente a todo período histórico de transición y producto de la carencia de una base valorativa común” porque “se ve agravado en nuestra época por el peculiar desarrollo del capitalismo”, sistema que, “con su concepción individualista de los problemas del hombre y la exaltación de los valores de utilidad ha tendido, desde su nacimiento mismo, a separar cada vez más al artista de la sociedad”. Este pintor argentino agrega que “la obra de arte dejó de ser un bien social para transformarse en mercancía. Perdió su carácter monumental y colectivo, dejando de estar en contacto directo con la comunidad, para pasar a ser el lujo de unos pocos”. Sobre este apotegma expone César Rengifo que “el mito del falso universalismo presente en aquellas obras artísticas sustraídas de todo contenido humano-social, del dramaturgo; la obsesión de imitar, seguir miméticamente todo aquello que es presentado como modelo excelso, se imprime permanentemente como elemento alienante en sus imaginaciones, tarea ésta que corre a cargo de no pocos críticos y teóricos estéticos al servicio del colonizador”.
En Belleza y revolución, Ludovico Silva habla de la urgencia de crear una universidad de las artes porque en ella “lo prioritario sería la formación de los numerosos recursos humanos que se necesitan para comenzar la inacabable tarea de llevar la conciencia artística a toda la población”. En este ensayo de 1979 el poeta y filósofo caraqueño vaticina que “el riesgo que tendrá que correr el socialismo venezolano es el riesgo que casi ningún movimiento socialista se ha decidido correr, esto es: confiar en la capacidad espontáneamente revolucionaria del arte”.
En Unearte nos planteamos “potenciar las expresiones culturales liberadoras del pueblo”. Esto significa hacer lo que hizo la revolución bolchevique de la mano de Lenin con el ballet clásico, elitista y burgués de la Rusia imperial, o lo que hizo la revolución cubana guiada por Fidel con el ballet de la Prima Ballerina Alicia Alonso. Significa proteger a nuestros Reverones de los Boulton que los acechan. Significa llevar la cultura a las casas de la cultura. Implica, siguiendo el Plan de la Patria, “desarrollar investigaciones sobre las tradiciones culturales que impulsen el conocimiento y práctica cultural”. Significa descosificar y desmercantilizar la cultura, esto es devolverle los poderes creadores del pueblo, es decir, devolverle la majestad a la cultura.