Al comenzar un año de elecciones presidenciales, la oposición luce partida en varios grupos. Aquí vemos cuatro de ellos
Los desempleados que dejó 2017
El terrible balance de la violencia y los resultados de las elecciones realizadas en 2017 (gobernadores y alcaldes) dejaron sin cargos ni oficio conocido a una gran cantidad de dirigentes opositores.
Entre los que quedaron a pie luego del sangriento período de la guarimba están el ex vicepresidente de la Asamblea Nacional, Freddy Guevara, ahora diputado raso en desacato, con la inmunidad allanada, en el exilio y –lo peor- en el olvido.
Otro que perdió su cargo directivo fue Julio Borges, quien pasó un año en la presidencia del legalmente cuestionado cuerpo deliberante, buena parte del cual empleó en viajar por el mundo solicitando sanciones contra Venezuela. Ahora, junto con Henry Ramos Allup integra una galería que mete miedo: la de ex presidentes de la AN.
Otro célebre dirigente que quedó desempleado a finales de 2017 (desocupado ya estaba, pero ese es otro tema) fue Henrique Capriles Radonski, ex gobernador de Miranda y doble ex candidato presidencial derrotado. Ahora, el ex líder máximo opositor quedó para “drenar su calentera” a través de las redes sociales.
Los otros dos ex gobernadores opositores (Liborio Guarulla y Henri Falcón) también quedaron cesantes, igual que muchos que eran alcaldes. Pero el caso más dramático (¿o será el más ridículo?) es el de Juan Pablo Guanipa, gobernador electo de Zulia, quien se negó a juramentarse ante la Asamblea Nacional Constituyente. Luego de ese “gesto heroico”, el hombre se considera con derecho a estar en la lista de presidenciables. En Maracaibo le dijeron: “¡Paciencia, piojo, que la noche es larga!”.
Los (mismos) desgraciados (de siempre)
Un factor con ínfima expresión electoral, pero muy beligerante y con eco internacional sigue estando activo, proponiendo la violencia como salida. Plantean directamente una revuelta social que propicie la llamada injerencia humanitaria.
En el teatrillo interno de la oposición, este papel lo desempeña habitualmente María Corina Machado, pero en estos tiempos finales de 2017 y de inicio de 2018 lo ha asumido uno de los ideólogos de la contra sifrina venezolana en el mundo: el tecnócrata Ricardo Hausmann. Este agente de los más poderosos intereses del capitalismo global propuso, sin rubor alguno, la intervención militar de Estados Unidos, previa escalada de una guerra civil.
El cuadro de los adversarios sin gracia lo completa un desgraciado de nivel hemisférico: el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, quien empezó el año clamando por más sanciones imperiales contra Venezuela. Los mismos de siempre con lo mismo de siempre.
Los despreciados
La derrota de su intento violento y las tres tundas electorales de 2017 causaron graves desavenencias entre los grupos que (a duras penas) conviven en el movimiento opositor. El ala pirómana acusa al ala moderada-taimada de haberse rajado. El ala moderada-taimada señala al ala pirómana por el desastroso saldo de cuatro meses de violencia callejera.
Al iniciarse 2018, las grietas se han hecho notar en la elección de la directiva de la Asamblea Nacional y en lo que se refiere a las reuniones de diálogo con el gobierno nacional pautadas para continuar realizándose en República Dominicana.
El diputado electo para sustituir a Borges en la presidencia de la AN, Omar Barboza, del partido Un Nuevo Tiempo, fue de inmediato lapidado por los radicales, quienes acusan a la organización política que encabeza Manuel Rosales de ser “colaboracionista”.
Los escraches (humillaciones públicas y amenazas violentas cometidas en grupo contra una persona), que en 2017 eran contra los chavistas, se han vuelto ahora endógenos de la oposición. Una de las víctimas ha sido Timoteo Zambrano, quien no aguantó la presión y renunció a la comisión de diálogo.
Los desesperados, o sea, las bases
Con semejante cuadro de desempleados ociosos, desgraciados de siempre y despreciados internos, no es de extrañar que la militancia antichavista esté desesperada.
Las bases de la oposición sufrieron en 2017 uno de sus peores años, justo cuando venían de una sólida victoria electoral en diciembre de 2015, que les había procurado el control del Parlamento. Entre abril y diciembre del año pasado perdieron la batalla en las calles y tres elecciones, un verdadero drama para un sector político que pugna por retornar al poder desde hace ya casi dos décadas.
Desesperados, los opositores comunes se preguntan cómo es que una dirigencia política que dice estar compitiendo con un burro, ha podido dilapidar tanto apoyo popular y desaprovechar un alto grado de descontento de las masas. “Se cuenta y no se cree”, repite a cada rato mi amigo escuálido, el Estrangulador de Urapal.