La paz en las calles: el logro inmediato
Hasta los analistas más recalcitrantes aceptan que el restablecimiento de la paz en las calles es un logro indiscutible del proceso constituyente, en contraposición a cuatro meses de violencia, irracionalidad y odio que nos colocaron en los límites de una guerra civil.
Lo más impresionante de este éxito fue que se logró de ipso facto. Ni siquiera puede decirse que es un mérito de la ANC como cuerpo deliberante, sino un efecto inmediato de su elección, no fue necesario ni siquiera que entrara en funcionamiento. Hasta el mismo día 30 de julio, la contrarrevolución desquiciada y envalentonada, se mantuvo en su onda de guerra: bloqueo de calles, quema de personas y de bienes públicos y privados, atentados contra instituciones del Estado, incitación a delinquir a jóvenes y niños… en fin, una colección muy amplia de barbaridades. A partir del 31 de julio, aplastada por una avalancha de votos, esa infame oposición fue derrotada sin apelaciones y dejó las calles en paz.
Adicionalmente, esa paz ha sido duradera, a pesar de que la violencia de la contrarrevolución no ha cesado, sino que se ha transferido por completo al escenario de la guerra económica. El pueblo ha demostrado vocación democrática, paciencia y tolerancia en grado sumo. Esta, por sí sola, sería una buena razón para reconocer lo positivo de estos cuatro meses. Pero, claro, hay más razones.
Elecciones y más elecciones
La clave del restablecimiento de la paz fue el voto popular. Mientras la oposición se abstuvo e intentó impedir el acto electoral, millones se expresaron en las urnas. La recién electa Constituyente entendió esto y procedió a darle al pueblo más elecciones: convocó primero las de gobernadores y luego las de alcaldes.
Frente a las primeras, la errática Mesa de la Unidad Democrática se decidió a participar. Contrariando su previo discurso abstencionista y deslegitimador del Poder Electoral, mediante el cual se mantuvieron al margen en la elección de los constituyentes, los opositores llamaron a su gente a votar. Bien por ellos, pero luego, en vista del magro resultado obtenido, la dirigencia opositora resolvió (o recibió instrucciones de) que no participará en los comicios municipales. La sufrida militancia no sabe a qué atenerse.
¿Divididos? No, atomizados
Ni en los sueños más húmedos del chavismo, la oposición finalizaba tan maltrecha este 2017. Cierto es que la coalición MUD ya había dilapidado parte del capital político acumulado en diciembre de 2015, cuando ganó las elecciones a la Asamblea Nacional, pero era difícil vaticinar que llegaría a la bancarrota en tan poco tiempo y de un modo tan rotundo.
Los cuatro meses de violencia fueron elemento clave para esa debacle, pero también han influido los esfuerzos que los líderes antichavistas han hecho, en paralelo, para propiciar sanciones económicas contra Venezuela.
Tras la elección de la ANC y, sobre todo, con la discrepancia que generó la juramentación de los gobernadores, se aceleró el proceso de división que venía en marcha y a estas alturas ha llegado a un nivel que puede llamarse de atomización.
Obviamente, eso no implica que la Revolución pueda confiarse. Bien se sabe que los partidos políticos locales son apenas algunos de los operadores de las fuerzas hegemónicas globales que conforman el núcleo opositor real. Otros agentes, en especial los del sector empresarial, están más fuertes y virulentos que nunca.
El rescate del Ministerio Público
Una de las primeras acciones de la ANC en estos cuatro meses fue destituir a la fiscal general, Luisa Ortega Díaz, personaje clave en la instauración de la violencia entre abril y julio.
El fiscal designado para sustituirla, Tarek William Saab, ha demostrado ser el revolucionario que el país conoció en los años 80, luchando por los derechos humanos de los más pobres y excluidos. También ha dejado en evidencia que su antecesora tenía en la institución una perversa maquinaria para su propio provecho, mientras se extendía el velo de la impunidad sobre toda clase de delitos.
Si la lucha que Saab ha emprendido desde la Fiscalía General llega hasta las tantas veces declaradas últimas consecuencias, si el célebre peso de la ley cae de verdad sobre todos los involucrados. Si la justicia se impone, como suele prometerse, caiga quien caiga, ya solo por eso habrá valido la pena el esfuerzo constituyente.