Por Ángel Daniel González
El Gobierno Bolivariano y el Partido Socialista Unido de Venezuela anunciaron el inicio del Plan de Formación Cultural Antiimperialista. Se trata de una iniciativa de formación de cuadros para la comunicación y activación de las ideas, la puesta en circulación y la difusión de los valores humanos, del corazón de la identidad venezolana para fortalecer al pueblo como sujeto revolucionario en lucha con grandes poderes políticos, económicos y culturales. En el marco de este plan, es necesario hacer algunos planteamientos en torno a los conceptos de cultura e ideología, que son nociones claves para el objetivo propuesto.
Cuando hablamos de formación cultural, ¿a qué nos referimos? Samir Amin, economista marxista egipcio, da una definición de cultura que nuestro filósofo marxista Ludovico Silva calificó como la más acertada: la cultura es el modo de organización de los valores de uso. Entonces, lo cultural debe referirse a eso, al orden de las cosas, a las formas de accionar socialmente, a las maneras de relacionarse una sociedad con el mundo, con la naturaleza, a los métodos que utiliza para la modificación del entorno en función de sus necesidades. La formación cultural debe incluir la promoción y el conocimiento de los rasgos de lo venezolano, entender nuestra historia, por qué somos como somos, pensamos como pensamos y sentimos como sentimos. Una genealogía de la subjetividad, que en nuestro caso debe trascender en una aproximación al entendimiento de la identidad nacional, sus problemas y devenires. Es la forma de aproximarse al entendimiento de lo político, que es la gestión de la vida pública y su relacionamiento con las vidas privadas de los individuos. Para entender las relaciones de poder, y así conocer las vías para liberarnos de la dominación cultural, es preciso conocer la historia y desarrollo de los mecanismos de dominación en cada uno de los territorios de la vida: el dominio de lo material, la vida económica; el dominio de lo espiritual, la vida religiosa; el dominio del pensamiento, la vida intelectual, etc. Así mismo, entender los relacionamientos, los flujos entre un campo de dominación y los otros.
De esta manera, se incorpora al debate otra noción fundamental: la ideología. Este concepto ha ido ampliamente trabajado desde perspectivas bastante diversas. Los revolucionarios acostumbran a hablar de «formación ideológica» y también de «ideología dominante». En el primer caso se refieren a las ideas que conforman algo así como una ética de los revolucionarios, que pasa por la construcción de una conciencia de clase, para entender la posición de los grupos sociales dominados en el escenario social. En el segundo, la referencia es a las ideas de la clase dominante, que son impuestas al resto de la sociedad mediante mecanismos, precisamente, culturales. Hay también una perspectiva, a la que dedicó buena parte de su vida el filósofo venezolano Ludovico Silva, que es la de entender la ideología como la construcción discursiva que pretende sustentar el sistema social vigente mediante la dominación de las conciencias y las formas de hacer en el mundo social: y se refiere a la dominación cultural. Entonces, la ideología no puede ser la de un grupo o de cualquier grupo, sino que se trata de la forma de dominación de las clases poderosas para encubrir la realidad social y llenar el hacer cultural con las formas y los significados que reproducirán las bases del sistema capitalista. Es así que hablar de ideología es hablar de la cultura de la dominación, y es hablar también del ejercicio del poder entendido como mecanismo para conseguir que los otros operen de acuerdo a los intereses de quien domina.
Es por eso que para la formación política y cultural planteamos como necesario el debate primero sobre la noción de ideología que vamos a manejar. No podemos pretender formar cuadros de difusión y debate del pensamiento al mismo tiempo que pretendemos «formarnos en una ideología» revolucionaria, si entendemos la ideología desde la noción marxista que defendía Ludovico Silva. Quizás deberíamos hablar de formas de «desideologización». Desde este punto de vista, es acertado que el plan de formación de llame «cultural» y no “ideológico”. Si es este nuestro punto de partida, trabajar las formas culturales ideológicas y apuntar a la construcción de una cultura de la liberación y una cultura antiimperialista, debemos celebrar la activación de este plan nacional de formación y cuidar por mantener este esfuerzo en el tiempo.