Hombre irreverente, de carcajada plena, verbo implacable y siempre revolucionario. Amó dibujar y entonces se hizo muralista. En su pintura, un pajarito, un árbol, un mundo libre. Amó la palabra y se hizo poeta. Creyó en la justicia; y al igual que Argimiro, poeta y educador, se hizo guerrillero “para luchar contra los asesinos de la historia, y empuñar fusiles de amor por el pueblo”.
Se adentró en el corazón del pueblo, y así conoció al maestro Mercedes Pérez, discípulo del gran maestro Gualberto Castillo, y con ellos, se hizo maestro del garrote.
Dicen que Eduardo llevaba el juego en la sangre. Tomaba el palo de Jebe, de Vera o de Guayabo Negro, y comenzaba la danza, la lucha. El maestro bailaba y con el palo garrotero, cortaba el aire. En sincronía, la mano que tiene el palo se mueve con la pierna del mismo lado, y entonces da un golpe franco. No para agredir, sino para defender. El palo cambia de mano, y el maestro junto a su oponente se mueven en círculo. De pronto, adelanta la pierna contraria a la mano donde tiene el palo encabulláo, y entonces da un paso de revés. El garrotero parece que baila en silencio. No es así, por dentro canta libertad.
Biografía mínima
Eduardo nació el 11 de octubre de 1937, entre Misericordia a Pele el Ojo, en La Candelaria en Caracas. De muchachito le decían Cheché y cuentan que siempre le gustó dibujar y leer. Fue periodista de oficio, se hizo escritor y por más de treinta años se dedicó a investigar sobre el garrote, juego y forma de lucha, con más de doscientos años de antigüedad, practicado por los campesinos y esclavos que se unieron al ejército republicano.
Eduardo no solo aprendió el juego, sino que estableció una metodología para su estudio y enseñanza. De hecho, allá en Agua Viva, en el municipio Palavecino de mi bella tierra guara, donde vivió el maestro, mantuvo en su patio un espacio para el juego.
En reconocimiento a su entrega, en noviembre de 2017, la Universidad Nacional de las Artes (UNEARTE), le otorgó la distinción de Maestro Honorario. Apenas ayer, 27 de mayo, el poeta se fue a los cielos a montar otro patio para seguir luchando, para seguir cantando.
¡Vuela alto poeta!
“El juego de palo, tiene una música secreta que solo la pueden oír aquellos a quienes el juego se les ha metido en la sangre. Por eso cuando vea a dos hombres jugando como es, echándose recio y al cuerpo, quédese calladito, como si estuviera en una iglesia. Esos hombres, están como transportados a otro mundo. Cada vez que los garrotes chocan, cuando zumban cortando el aire, cuando soplan la carne tan de cerquita, que da grima; en fin, cuando una llega a imaginar, si será que los palos tienen vida y se mueven solos, como si en vez de ser dos hombres jugando palo, fueran dos palos jugando hombres; o como si esos hombres respiraran por los garrotes, son momentos sagrados”.
“Todo eso hace, que el garrotero, sienta por dentro un canto mágico, que es cómo una mezcla antiquísima de gritos de guerra, ondear de banderas, rechinar de cadenas, silencio de muertos. Es un grito que surge de lo más puro de la sangre, conquistas, colonias, esclavitudes, libertades, dictaduras, cárceles, guerrillas, muertes, sobrevivir, sobrevivir”.
“Es una reminiscencia ancestral, de las violencias que han forjado la patria y eso es sagrado”
Oración del jugador de garrote
¡Ánimas de los garroteros
que andan por campos de Lara!
¡aclárenme mi pisada!
¡Pongan un rayo en mi brazo
y sosténganme en la afincada!
Denme los pasos del gato
y del gavilán la mirada
y que el brazo se me mueva
como una culebra armada…
si el que tengo por contrario
no tiene mucha destreza,
tranquilicen mi cabeza
y suavícenme el corazón
y protéjanme los huesos
de todo palo zumbando
si el que me está desafiando
es más defenso que yo…..
¡Animas de los garroteros,
recojan esta oración!….