La madrugada del 7 de diciembre de 2012, nuestro Comandante Hugo Chávez regresó de La Habana, traía en su pecho una triste noticia para nosotros, pero no la dijo en ese momento. Aquel amanecer decembrino nos habló de una conversación con Fidel, acerca del “ardimiento” en el alma que lleva a un ser humano a luchar por transformar el mundo, a la llamarada que llevamos los revolucionarios en las manos para encender al mundo de sueños, ideas, luchas y que nunca se apaga.
Esa palabra, más bien concepto, la toma el Comandante de un relato del poeta Luis Alberto Crespo, “El Capitán sin nombre”, sobre sus vivencias un 19 de marzo de 1986, en la Población de Elorza:
“Era la primera vez que un oficial de la Armada hablaba como cualquiera de nosotros. Lo vimos arriba de talanqueras, en los toros coleados y luego por las calles piloteando un jeep (….) José León, ese hombre va echar una vaina en este país.
Una mañana después, un 4 de febrero, estaba de nuevo allí mi Capitán de entonces, frente a sí mismo, dolido pero altivo, la misma mirada aquella del 19 de marzo en la plaza de Elorza, nunca destruido, nunca derrotado.
De aquel 4 de febrero proviene su ardimiento”.
El 19 marzo de este año 2018 para Elorza me invitaron, y se me vinieron los recuerdos de las tantas veces que allí fui con el Comandante y el privilegio de escuchar en el lugar y en el ahora, de su propia voz, los relatos de sus vivencias, sus alegrías, su indignación frente a la injusticia y el atropello y la forja de un proyecto de poder para el pueblo. Así lo dejó plasmado en el Libro Mi Primera Vida, entrevista de Ignacio Ramonet:
“Elorza se convirtió en una especie de laboratorio sociológico (…) el problema del latifundio o el de la explotación del hombre por el hombre. Allí me di golpe, cara a cara, con el tema indígena”.
Un domingo de octubre, parados sobre el Puente que cruza el Arauca a la entrada del pueblo, me dijo nuestro Comandante Chávez:
“Elías, aquí no había puente, se cruzaba el río en chalana. Cuando yo salí de Elorza en 1988, no me acuerdo el día, detuve la embarcación en la mitad del Arauca y lance un cohete como símbolo del ardimiento que llevaba por dentro, y me dije a mi mismo, le voy a echar una vaina a esta oligarquía, para que no siga atropellando al pueblo, voy a voltear esta historia”.
Hoy más que nunca, compatriotas, que no se nos enfrié el ardimiento contra la injusticia, contra el atropello, contra quienes pretenden humillarnos como pueblo desde afuera y desde adentro. Que más nunca se nos apague la llamarada que ilumina un porvenir de justicia y dignidad para todos y todas.
Este domingo de Ramos, avivamos nuestro ardimiento a favor de los explotados de todas las horas y nos ratificamos en la opción de Cristo, por los humildes.