Armando Carías/ Comunicalle
Tendría yo unos quince años cuando vi, por primera vez en persona, al “El Capy”. Pongo su nombre entrecomillas y escribo “El Capy” y no Capy a secas, porque más que el nombre artístico de Santos Calixto Escalante Doncella, “El Capy”, así le llamábamos, era un pana, un pelúo tan alienado como nosotros, un tipo al que sentíamos cercano, una referencia generacional para quienes navegábamos en aquellos “sesenta y dele” del siglo pasado, las aguas del inconformismo juvenil en compañía de las guitarras destrozadas de Jimmy Hendrix, el “Samba pa’ ti” de Santana y la voz desgarrada de Joe Coocker implorando por “una pequeña ayuda de mis amigos”.
Les habló de un tiempo en que no escuchar el “Hippie Happy Capy” los domingos por Radio Capital equivalía a “no estar en nada”, a no saber dónde carajo quedaba la “Isla de Whigt” y a no sentirse invitado a la rumba alucinógena del Festival de Los Cocos en Caraballeda, al que para entrar todo lo que teníamos que pagar era una puñado de arena de la playa del Sheraton.
Mientras Alfredo Escalante, su hermano, nos convocaba a ser guiados por las estrellas “hasta un nuevo amanecer”, El Capy nos seducía con eventos en los que podíamos verlo y escucharlo “en vivo”, bajo los chaguaramos del Parque del Este en aquel desnalgue llamado “Experiencia Psicotomimética”, que reunió a lo más “ácido” de la música electrónica “Made in Venezuela” de la época y que, tiempo después, se convirtió en un LP tornasolado que cuando daba vueltas en el “picó” nos producía una arrechísimas notas, que olvídate de Janis Joplin.
Y fue así como me lo encontré una noche en el Teatro Caracas, aquella joya del barroco tardío de la arquitectura venezolana, que quedaba por los lados de La Candelaria, muy cerca de donde hoy se levanta el fallecido Sambil de la zona y que ahora, según creo, es un mega depósito de Mercal o algo así.
Se realizaba una de esas vainas que a él le encantaba organizar y que se llamaban “Mermeladas”, en donde unos locos montaban una especie de “happening” mezcla de música y teatro, combinado con los efectos especiales de un grupo llamado “Los cerebros elásticos”, que con unas cuantas luces y pintura, llenaban la pantalla de formas y colores que se veían del carajo.
Total que llega El Capy en su moto, barba al mejor estilo de Dennis Hopper en “Busco mi destino” y unos lentes tan negros como su chaqueta de cuero igualita a la que usaba James Dean en “Al este del paraíso”, se baja y de un solo viaje entra a la sala, que se cae en aplausos con solo verlo, sube al escenario y el delirio se potencia cuando el espacio se llena con aquel humo que hacíamos en los “bonches” con hielo seco que comprábamos en la Tío Rico de Chacao. Arranca la música y entra Eva Hueck, una loca divina que no se que se hizo y de allí, para adelante, no me pregunten porque yo y el bojote de chamos que estábamos allí nos entregamos al barranco de un momento que nos hizo sentir en el mismísimo Festival de Woostock, pero en Caracas.
Yo me acuerdo de todo esto mientras leo el aviso de prensa en el que se invita al acto del sepelio de El Capy, quien a sus ochenta y piquito a cuestas y con una memoria que ya le hacía difusas estas imágenes que ahora evoco, hizo mutis de la escena, sin la estridencia de los conciertos a los que convocaba, pero con la dignidad y entereza que siempre le acompañaron.
Recuerdo también el día en que, aaaños después, Rafael Salazar me invitó a dirigir la puesta en escena de un concierto navideño, en el que el presentador sería, ¡si señor!, El Capy. Llegamos al ensayo en la Casa del Artista y al conocerlo, lo primero que le digo, o mejor dicho, le cuento, son todas estas cosas que aquí comparto y él, acostumbrado a que pavosaurios como yo le digan la misma vaina, se echa a reír y me dice, refiriéndose a sus tiempos en Radio Capital, aquella “que hizo gustar la radio otra vez”, como rezaba su lema: “desde que me fui, dice medio en serio y medio en joda, se llama Radio Tal…sin el Capy”. Jejeje.
Luego, cuando me tocó fundar y dirigir el canal juvenil de Radio Nacional de Venezuela, RNV Activa, El Capy fue uno de mis mentores en mis pininos en el medio, recordándome la importancia de hablarse al usuario siempre en primera persona: “trátalo de tú…no de ustedes…el oyente es mucho y uno sólo a la vez”. Nunca olvidaré ese consejo.
También nos orientó y definió en gran medida el estilo de la emisora, dándole al concepto de lo juvenil carácter e identidad, privilegiando la música y sonoridad venezolana y latinocaribeña como rasgo de su programación, en base al lema “lo tradicional también es juvenil”.
Y es así como con esta nota, dejo testimonio de mi amistad, admiración y cariño por El Capy, a quien conocí como apasionado promotor de la música foránea y quien, rasgo esencial de su evolución y pasión patria, transitó por los caminos de la venezolanidad hasta el día de su partida, ya no hacia los territorios del fervor por lo foráneo, sino como habitante del territorio en donde nuestra cultura florece regada por las aguas de la Revolución Bolivariana.
Hasta siempre Capy.