Míster H, tratamiento que prefiere nuestro personaje al de señor H (o Dr. Hausmann), tuvo su Día “F” antes del “D” que propone “patrióticamente” para Venezuela. Fue el 27-F de 1989, cuando junto con otros “perros académicos de la guerra”, ideó el paquete económico que provocó el Caracazo. Aquel 27 de febrero dejó unos 3.000 muertos, millares de desaparecidos y, cual toda guerra seria, fosas comunes como “La Peste”, la más conocida. Los teóricos de aquella masacre se retiraron a Harvard, dejaron pasar el tiempo y hoy retornan montados sobre el olvido para proponer “El Día D de Venezuela”, así, sin eufemismo.
Sería un 27-F de 1989, pero multiplicado por mil, pues no lo ejecutarían los cuerpos represivos internos, sino una fuerza invasora internacional. Por supuesto, ese “Día D” se viene preparando desde el mismo día en que un joven teniente coronel, Hugo Chávez Frías, llegó a la Presidencia de la República por la vía electoral. Desde entonces, el terreno para la “Normandía” de míster H se ha abonado con golpes de Estado, sabotaje petrolero, guarimbas criminales, guerra de quinta generación, sanciones imperialistas, bloqueos financieros y guerra económica. El maquillaje académico y jurídico se lo acaban de poner los perros alfombrados de Harvard University.
El canciller de Brasil, haciéndose el sueco, calificó la propuesta del “Día D” como un “delirio surrealista”. Ni lo uno ni lo otro. De concretarse la “solución Hausmann”, ocurriría lo que ha pasado en Irak, Libia, Siria, o más cerca, en Haití, con las “tropas de la ONU” violando mujeres y niñas ya devastadas por el hambre y la intemperie. No serán delirio las ciudades bombardeadas, la destrucción de los servicios y el reparto internacional de las riquezas venezolanas.
En el nauseabundo artículo de míster H, los invasores no encuentran resistencia. El teórico de la intervención militar extranjera olvida cómo respondieron al Carmonazo y al sabotaje petrolero el bravo pueblo venezolano y la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. En lo que sí acierta este míster Hausmann es en que la sangre de millares de víctimas inocentes no salpicará su toga. Obvio, él estará viendo los acontecimientos desde algún cubículo de Harvard, donde toda traición tiene su asiento y su paga.