En el año 1825 Simón Bolívar y Simón Rodríguez recorrieron un espacio inmenso: geográficamente desde Pativilca a Chuquisaca, culturalmente desde la invasión europea a la whipala. Para Rodríguez “entre la Independencia y la Libertad hay un espacio inmenso que solo con arte se puede recorrer”. Ambos saben que muchos de los que pelearon contra España asumieron la herencia colonial como suya y quieren mantener incólume el carácter colonialista de la conquista. Ambos saben que algunos cabecillas pactan con los angloamericanos porque ignoran que “la sabiduría de la Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar en América”.
El arte al que se refiere el hombre más extraordinario del mundo requiere un plan: “El arte está por descubrir: muchos han trabajado en él, pero sin plan. Principios más o menos generales, rasgos ingeniosos, indicación de movimientos molestos o impracticables, medios violentos, sacrificios crueles, es lo que tenemos en los libros. La Independencia es el resultado de un trabajo material, la Libertad no se consigue sino pensando: resistirse, combatir y vencer son los trámites de la primera; meditar proponer, contemporizar, son los de la segunda”.
Para Rodríguez el espacio inmenso se debe recorrer con la intelectualidad orgánica del cimarronaje sentipensante, con los poderes creadores del pueblo, con la sabiduría ancestral de nuestros pueblos originarios, con la sapiencia de los esclavizados africanos, con la conciencia de la mujer aguerrida a sus prístinos principios de conservación de la especie, con las artes plásticas, escénicas, audiovisuales, musicales. Rodríguez nos pregunta “¿Es posible que vivamos con los indios, sin entenderlos? Ellos hablan bien su lengua, y nosotros, ni la de ellos ni la nuestra”. Su propuesta es la Causa Social, toda una revolución cultural, que es educativa y económica, para establecer una ruptura radical con un modelo alienante, entreguista, sumiso, dependiente y enajenante.
Rodríguez tiene un enemigo a vencer: el Estado Liberal Burgués y todo lo que de él se desprende: racismo, eurocentrismo, nordomanía (idolatría por toda la contracultura estadounidense). Domingo Faustino Sarmiento publica en 1845 su ofensivo y denigrante Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas. En 1846 Rodríguez está en Latacunga. En carta a José Ignacio París se queja: “Tengo mi obra clásica, sobre las Sociedades Americanas, que no puedo hacer imprimir aquí; porque cada letra cuesta un sentido”. Más adelante expone: “todo se vuelve colonizaciones ¡Riquezas! ¡Preponderancias! Nadie piensa en la futura suerte de los pueblos”. Solo Rodríguez, Bolívar y Sucre pensaban en los indios. Para muchos funcionarios la presencia indígena se entendía como un remanente del pasado, un símbolo de atraso que debía desaparecer en aras de la modernización (en Venezuela el gobierno delegó en las misiones católicas la práctica colonial de evangelizar y civilizar al indio y para ello decretó la Ley de Misiones de 1914, vigente hasta 2007. A finales de la década de los 40, aparecieron las misiones evangélicas estadounidenses Nuevas Tribus cuya finalidad transculturizadora era apropiarse de los recursos mineros).
Rodríguez nos explica que “el hombre, en el trato con sus semejantes, perfecciona sus sentimientos, reduce la compasión y la predilección a un solo sentimiento que llama humanidad, se lo hace obligatorio. Llama la unión con sus semejantes, sociedad. Los actos de humanidad, virtudes sociales. Los puntos de reunión, ciudades, y de ciudad deriva un nombre, que comprende todas las pruebas de sociabilidad que un pueblo da en su conducta, este nombre es civilización”.
Rodríguez hace este diagnóstico: “Los campos de América están, en gran parte, despoblados, y los pocos habitantes que tiene” sobreviven “apiñados, en desorden, alrededor de los templos, esperando de la providencia lo que no les ha prometido, miserables en medio de la abundancia, y sin esperanzas de ocupar su imaginaria propiedad, en muchos siglos, por falta de dirección”. Todo esto sabiendo “que lo que hace horrorosa la soledad, es la inhabilidad de hacerla habitable, para vivir en ella, y que la industria es un compañero que infunde valor, al más apocado”.
Las líneas rodrigueanas son preclaras, precisas y en ellas está la solución a muchos problemas: (1) “Mas cuenta nos tiene entender a un indio que a Ovidio”, (2) “El latín no se usa sino en la iglesia: apréndalo el que quiera ordenarse”, (3) “las empresas de colonización por particulares, no pueden convenir a los campesinos ni al país, porque los especuladores no consultarán otros intereses que los suyos” (4) “Solo a un gobierno revolucionario toca dirigir los establecimientos industriales porque solo él debe considerar las conveniencias económicas, civiles, morales y políticas de la industria”, (5) “La verdadera utilidad de la creación es hacer que los habitantes se interesen en la prosperidad de su suelo; ojalá cada parroquia se erigiera en Toparquía; entonces habría confederación… el gobierno más perfecto de cuantos pueda imaginar la mejor política”. El espacio inmenso es la toparquía ¡Comuna o nada!