El antiimperialismo es bandera política de los gobiernos que defienden la soberanía nacional, de las organizaciones populares que promueven la integración de las naciones “subdesarrolladas”, de todo luchador del “Tercer mundo”; y especialmente del movimiento socialista. Al respecto decía Mariátegui: “Porque soy revolucionario soy antimperialista”.
En América Latina el daño ocasionado por el imperialismo, especialmente el estadounidense, ha sido de proporciones gigantescas. En cualquier área que penetra, como un parásito maligno, lo va enfermando todo. Invade el organismo, extrae toda la vida, causa la muerte. Su voracidad no tiene límites. Se ha apoderado de nuestros recursos y de nuestras mentes; y ha modelado nuestra sensibilidad. Asume distintas facetas: es político, militar, religioso, económico, cultural. Unas veces usa sotanas; otras, uniformes de militar, bata de socorrista o bermudas de intelectual.
Así, los imperialistas y sus aliados han derrocado gobiernos legítimos, e impuesto regímenes espurios. La democracia no es su objetivo; solo les interesa el poder y la obediencia. Antes de mandar marines, envían antropólogos. Y remiten notas de prensa y películas antes de dispararnos sus proyectiles. Han vendido armas, instalado bases militares, protegido terroristas, impuesto bloqueos, atizado la guerra y buena parte de su presupuesto está destinado a la industria armamentista. De hecho, se han erigido en defensores de la civilización y no han tenido problema alguno en destruir cualquier forma de civilización: todo en nombre de la paz.
Quieren hacer aparecer como héroes a miles de excombatientes a quienes el terrorismo ejercido contra otros pueblos los convierte en asesinos desalmados, de modo que decir “veteranos de guerra” es como decir expresidiarios: nadie los quiere, todos desconfían. Además, los imperialistas manipulan a su propia ciudadanía con falsedades acerca de supuestos enemigos de la patria que fabrican armas de exterminio masivo; y se inventan historias para mantener a la población civil en actitud de continua paranoia.
Los emisarios imperiales han envilecido el gusto, maltratado nuestras culturas, despreciado a nuestros pueblos. Nos han impuesto sus íconos y sus modelos de éxito. Han comprado cerebros y corrompido conciencias. Han calumniado insignes personajes y enaltecido a terribles delincuentes. Han deformado la historia, secuestrado el futuro, amenazado el presente. Manejan los medios de comunicación y las estrategias de incomunicación.
Los gobiernos imperiales exportan gratuitamente desechos tóxicos; y a altos precios manufacturas obsoletas. Nos han saqueado y después se sorprenden de que permanezcamos pobres. Nos han prestado dinero para que salgamos del subdesarrollo y después nos cobran altos intereses para que no salgamos del subdesarrollo. Los imperialistas han invadido nuestros territorios, y amenazan con invadirnos otra vez; pero se ofenden cuando desde el fondo de la rabia alguien les grita: “yankee, go home”.
Por cine y televisión los gringos imperialistas nos muestran sus bellezas naturales, sus lujosos jardines y su confort. Así promueven el “modo de vida norteamericano. Cuando nos convencen de que viven en el mejor mundo posible, no nos dejan vivir allí, nos niegan la visa y si hemos logrado ingresar, nos persiguen con sus leyes migratorias, nos discriminan, satanizan y castigan. Finalmente nos expulsan: quieren la libre circulación de capitales y mercancías, ¡nunca de personas inferiores!
El capitalismo imperialista ha transformado el clima, creado el efecto invernadero y ahora quiere convertir las tierras cultivables de la periferia en áreas productoras de agrocombustibles: las hectáreas sembradas de maíz, sorgo, soya, semillas de girasol son un espejismo frente a los ojos de los hambrientos; en realidad son inmensas factorías procesadoras de metanol para los tanques de los automóviles gringos. También siembran semillas transgénicas: primero nos muestran las colosales cosechas, después ocultan los inmensos desiertos que quedan donde una vez hubo fértiles terrenos.
Dentro de su propia casa los gobiernos imperiales han jugado a mantener limpia la fachada para que no resurja un movimiento crítico que se plantee la transformación del sistema. En Estados Unidos se alternan en el poder los partidos republicano y demócrata pero, según informes desclasificados de la CIA, si atisban alguna amenaza a sus intereses son infiltradas las organizaciones, y se les siembra drogas como ocurrió con el movimiento hippie. Allí se espía a los luchadores populares y a los periodistas críticos: si no se someten se les extorsiona o se les asesina.
En fin, el imperialismo es una lanza de punta muy filosa que perfora las entrañas del planeta. Si queremos la sobrevivencia y la felicidad de los seres humanos hay que enfrentarlo con brío e ingenio. Y si en el pasado nuestros pueblos derrotaron al más poderoso imperio de la época, ¿por qué nosotros habríamos de aceptar el sometimiento en el presente? ¿Por qué, si contamos con el ejemplo de quienes derrotaron los imperios de entonces, habríamos de aceptar algún yugo ahora?; ¿por qué, en fin, no seguir luchando para que Nuestra América sea un continente soberano y libre de cualquier forma de avasallamiento? La espada libertadora de Bolívar ha sido desenvainada, el puño de nuestros pueblos la sostiene. Esa espada recorre América Latina cortando las cuerdas que pretenden sujetarnos al dominio imperial. En Venezuela ¡el imperialismo y sus secuaces no pasarán!